Detalle de la iglesia San Miguel en San Esteban de Gormaz (Soria).Al fondo restos del castillo. Más información al final del estudio. (Fotografías de P. Benito Page)

 

 

 

 

La literatura medieval, a pesar de la numerosísima bibliografía a que ha dado lugar, sigue teniendo muchos rincones oscuros. En cuanto a los estudios literarios que se le han consagrado, además de tropezar con dificultades enormes derivadas del mal estado de los textos, de la poca o nula referencia a la fecha y autor, se han visto varados por el excesivo tecnicismo y/o una interpretación demasiado subjetiva acerca del contenido. En lo que respecta a los estudios históricos, el problema no es menor: por una parte, existe una tendencia «historicista» todavía floreciente cuya única preocupación consiste en buscar si tal personaje ha existido o no, por lo que, al fijarse en el árbol, no se dan cuenta del bosque. Por otra, parece que el texto literario, precisamente por este carácter, pierde mucho interés para el examen de los hechos históricos. Pero, afortunadamente, las cosas se van corrigiendo desde unos años a esta parte, lo que permite a la literatura adquirir una importancia nueva.

La nueva corriente (en su puesta en práctica, que no en su formulación) se basa en el estudio de la obra en su relación con la sociedad que la ha originado, y ha dado lugar a trabajos de unos resultados muy fructíferos (1), resolviendo problemas que parecían insalvables, de los que se desprende un principio fundamental: que, lejos de campar por donde cada uno quiera, el historiador y el literato deben caminar juntos.

Y este es el camino (ya descubierto y abierto por otros) que seguirán estas líneas para dar cuenta de ciertos aspectos que, aunque ya vislumbrados, habían sido tratados independientemente y un tanto a la ligera, haciendo engordar, pero no fortalecer, al Poema de Fernán González. Nos referimos a estas tres cuestiones:

a) ¿Por qué en un poema eclesiástico se incluye un pasaje, el del mal arcipreste, en donde el autor satiriza a un personaje de su misma condición?

b) ¿Por qué un cántico en loor de Castilla en pleno siglo XIII?

c) ¿Por qué se toma como protagonista a Fernán González en lugar de otro personaje, el Cid, por ejemplo?

La lista se podría alargar, sin duda alguna, pero estos detalles ya son bastante significativos y suficientes para dar una respuesta acerca de la motivación de la obra.

El episodio del mal arcipreste no deja de sorprender, en efecto. Es evidente que su inclusión y su dramatismo se justifican plenamente, puesto que nos permiten una visión más heroica y romántica de doña Sancha, que ha liberado al conde bajo la muy prosaica condición de que se case con ella. Tal episodio sirve, pues, para realzar a la joven enamorada, en la que, en adelante, el marido encontrará un apoyo constante y una ayuda eficaz que se traducirá en una nueva liberación. Ahora bien, todos estos elementos hubieran quedado intactos si el desencadenante en lugar de ser un arcipreste hubiera sido otro personaje, noble o villano.

La respuesta podría residir en que el cantar juglaresco en que está basado el poema incluía ya al clérigo, por lo que el monje de Arlanza, autor de la nueva versión, se vería forzado a mantenerlo. Pero tal argumentación, sacada a silentio, supondría una fidelidad mantenida a lo largo de toda la narración, lo cual no está comprobado, y olvidar un aspecto de primera importancia: que el cantar era juglaresco y el poema es de clerecía, con todas las implicaciones que esto acarrea. Así pues, faltos de aquella base, tendremos que remitimos al propio texto conservado, el cual, digámoslo ya, se muestra lo bastante explícito como para permitimos deducir que el mal arcipreste responde a una intención particular del arlantino.

Recordemos que pocos años antes, Gonzalo de Berceo, en sus famosos Votos de San Millán, había hecho intervenir al famoso conde en favor de su monasterio, lo que habría podido desencadenar una «guerra» contra ese usurpador. El mal arcipreste, navarro, habría recibido así el ataque de esta guerra monástica.

¿Habrá que subrayar que tal teoría no logra convencer? (2). En primer lugar, porque no hay que confundir Rioja con Navarra, pero, sobre todo, porque el arlantino incluye entre los santos protectores del conde al propio San Millán. Y de todas formas, aun suponiendo una rivalidad entre dos monjes contemporáneos de dos conventos enfrentados, el ataque que se hace al arcipreste literario es demasiado violento para motivo tan baladí. En realidad, más que una simple cuestión de favoritismo o de nacionalismo (y eso que el poema es un buen exponente de castellanismo). hay que ver un enfrentamiento entre dos tipos de clerecía: la secular y la regular, el alto y el bajo clero. A este respecto, el texto es de una claridad meridiana:

 

639 Dexemos í a ellos en la mata estar,

veredes quanta coyta les querya Dios dar:

d' un arçipreste malo que yva a caçar,

ovyeron los podencos en el rratrro entrar.

 

640 Fueron luego los canes do yazien en la mata,

el conde e la cuenna fueron en grrant rrebata,

el arçipreste malo quend vyo la barata,

plagol' mas que sy ganase a Acre e Damiata.

 

641 Assy commo los vyo començo de dezir:

díxo: «Donos traydores, non vos podedes yr,

del buen rey don Garrçia non podredes foyr,

amos a dos avredes mala muerte morír».

 

642 Dyxo el conde: «Por Dios sea la tu bondat.

que nos quieras tener aquesta porydat,

en medio de Castyella dar te he vna çibdat.

de guisa que la ayas syenpre por eredat» .

 

643 El falso descreydo Ilieno de crueldat.

mas que sy fuessen canes non ovo pidat.

«El conde, sy tu quieres que sea porydat,

dexa me con la duenna conplír mí voluntat».

 

644 Quand vyo don Fernando cosa tan desguisada,

non ser ya mas quexado syl' díes vna lançada.

Dixo el conde: «Pydes cosa muy desguisada,

por poco de trabajo demandas grrand soldada».

 

645 La duenna fue hartera escontrra l´coronado:

«Arçiprest, lo que quieres yo lo faré de grrado,

por end non nos perdremos amos e el condado,

mas val que ayunemos todos tres el pecado» (3)

 

 

El epílogo, que se adivina desde el principio, cuenta la muerte del malvado a manos de la astuta infanta y del esforzado conde, que consigue arrastrarse hasta él e hincarle su propio cuchillo.

La descripción que se hace de tal clérigo no ofrece la menor duda de que se trata de un alto personaje. En primer lugar, por los signos externos: la actividad en que nos es mostrado revela ya un pasatiempo propio de los poderosos a la que le dedicaban gran parte de sus energías. Era, en cierta manera, un entrenamiento para la guerra, como nos lo demuestra el mismo Fernán González antes de entrar en combate contra Almanzor (estrs. 225 y sigs). Pero si tal actividad no era exclusiva de los poderosos, sí lo es el aparejo que se nos enumera. Nuestro hombre va perfectamente pertrechado con podencos, una mula y un açor mudado (estr. 651) y, aunque no conocemos el valor exacto de los perros (que no debía ser insignificante, como tampoco lo es ahora). se sabe que los otros dos eran altamente apreciados y daban categoría social a su poseedor (4). Piénsese, además, que Fernán González, sin ir más lejos, consigue la independencia de Castilla mediante la venta de un azor y de un caballo (y la mula no valía menos: simplemente, tenía un uso diferente, generalmente para la caza o para el viaje).

Pero el texto revela aún más cosas. El arcipreste está al corriente de la fuga del conde castellano y de la infanta navarra, hermana de su señor, a pesar de que se ha producido poco tiempo antes, lo que demuestra que está al corriente de las cosas de palacio. El haber reconocido a los fugitivos es también significativo, pues equivale a decir que ya los ha visto en otras ocasiones. En una época sin los medios informativos de hoy conocer a tales personalidades (a pesar del lamentable aspecto que debían de presentar) no estaba al alcance de todos. En todo caso, no del monje Pelayo, como veremos.

Algunas frases terminarán de confirmar esta sospecha. La primera es pronunciada por el mismo arcipreste, al amenazarles con descubrirlos al rey don García de Navarra. Tal delación implica un acceso frecuente a la Corte y su familiaridad con el monarca, pues uno de los implicados era la propia hermana del rey, lo que suponía la posibilidad de un ataque repentino de cólera real. Pero si este detalle no es evidente, sí lo es el que Fernando le ofrezca, a cambio de su silencio, «una çibdat... por eredat», proposición a la medida del sobornado y no del sobornador: a un «villano» se le ofrecería un puñado de monedas (si no la amenaza de sacarle los ojos). Todos estos detalles nos hacen comprender que nos hallamos ante un alto clérigo, quizá uno de esos «segundones» que, sin esperanza de herencia, veían en la Iglesia un método seguro de medro. La mención de «Acre e Damiata», ciudades tomadas por los Cruzados poco antes de la redacción del Poema, y la codicia que su recuerdo trae al arcipreste, podrían hacer pensar que se está aludiendo a un miembro de una orden militar, muy en consonancia con su actividad cinegética y tenencia de armas (un cuchillo).

El arlantino, miembro de un convento, no ahorra improperios para con él, proporcionándonos, quizá con cierta exageración, la lista de los vicios que les caracterizaría o que se les reprocharía: además de lujurioso, falso llieno de crueldat, sin piedat, falso descreido, etc., es avaricioso:

por poco de trabajo demandas grrand soldada.

 

 

El buen monje

 

De tales vasallos no se puede esperar ni ayuda ni fidelidad, parece decir el monje, que pone como ejemplo al verdadero hombre de Iglesia.

Este modelo no es otro que Pelayo, del mismo monasterio que el autor, y, por ende, debido exclusivamente a su pluma (5) (la épica no nos ofrece ni un solo héroe fundando monasterios; el Cid se limita a pagar al de San Pedro de Cardeña una deuda contraída, aunque se trata de un hombre bastante piadoso, y éstos son los únicos ejemplos de dicha práctica).

Es obvio que todos los vicios anteriormente reseñados van a ser ahora virtudes. Señalemos únicamente los más importantes.

Frente a la caza del anterior no es permitido asistir a una vida retirada y dedicada a la oración, que se caracteriza, claro está, por su dureza y por su indiferencia ante las cosas del mundo (estrs. 225-249). Tanto es así que el ermitaño ignora todo acerca de la persona de su señor:

salvo l' e pregunto l' qual era su andada (232d)

El conde Fernán González, al que se nos presenta con una inclinación nada común por la oración, no puede menos que quedar fuertemente impresionado por la vida de dura penitencia de Pelayo y sus dos compañeros, así como de su humildísimo albergue y, sobre todo, de la profecía que se le hace de contar con el favor divino en sus acciones guerreras. En efecto, la oración de los monjes va a conquistar la voluntad divina, pero no sin contrapartida:

243 Mas ruego te, amigo, e pydot' lo de grrado

que quando ovyeres tu el canpo arrancado,

venga se te en miente dest convento lazrado,

e non se te oluide el pobre ospedado.

La enseñanza del Poema es, pues, absolutamente clara. Sólo los monjes regulares son verdaderos «oratores» y, como tales, deben recibir el sustento del «bellator» a quien ayuda con sus rezos (Pelayo) o con sus textos (el arlantino) para mantener el tradicional sistema de relaciones feudales.

Se podría argüir que el mal clérigo también es «orador», en fin de cuentas. Así es, pero de esta diferenciación surge todo el entramado. No es que en ese momento se esté produciendo una revolución en aquel sistema, pero sí ciertos cambios, los cuales no agradan en absoluto a nuestro monje, que ve sin duda alguna todo un ejército de arciprestes cazadores.

 

 

 

Castilla olvidada

 

Esto nos lleva a echar una breve ojeada al siglo XIII (2), más concretamente los años correspondientes al reinado de Fernando III, el cual, después de unir en su persona, y esta vez ya definitivamente, los reinos de León y de Castilla (1230), se lanza a la Reconquista, que dará un paso de gigante con la toma de Córdoba (1236) y Sevilla (1248), principalmente, justamente en los años en que se redactan los famosos Votos de San Millán, que debe ser muy poco posterior a dicha unión, y de nuestro Poema (1250, más o menos). Estas conquistas conllevan ciertos cambios importantísimos. En primer lugar, que el centro de la actividad del monarca y la Corte, por consiguiente, se desplaza lejos de Castilla la Vieja, y este alejamiento supondría también cierta pérdida del favoritismo del rey por parte de los castellanos, cada vez con menor participación activa.

El poeta arlantino, como todos los monjes de allende del Duero, tuvieron que sufrir en sus propios privilegios con tal olvido (7). Así, se imponía recordar una situación antigua en que los héroes y los reyes les eran más propicios. Para ello, Gonzalo de Berceo recuerda al nuevo rey que un lejano antecesor suyo en el trono de León, unido a Fernán González (he aquí la referencia a la unión de las dos Coronas), habían vencido a los infieles gracias a la intervención del Santo local y del Apóstol Santiago, y el consiguiente agradecimiento de aquéllos para con el convento.

Por su parte, el arlantino, además de repetir los mismos motivos, y sin estar desprovistos de cierta amargura ante la situación en que se encuentra su región, desfavorecida en ese momento, trae al recuerdo

Pero de toda Spanna Castyella es mejor,

por que fue de los otrros el comienço mayor,

guardando e temiendo syenpre a su sennor,

quiso acreçentar la assy el Cryador.

 

Avn Castyella Vyeja, al mi entendimiento,

mejor es que lo hal por que fue el çimiento,

ca conquirieron mucho, maguer poco convento,

byen lo podedes ver en el acabamiento (156-157).

 

Visto desde esta perspectiva, el elogio cobra toda su significación y gana en patetismo. No se trata de un canto de autosuficiencia en un momento de euforia, sino de un alegato dirigido al rey por su nueva política. Tal política consistía en el progresivo e imparable deterioro de las ventajas que los monasterios sacaban en la Reconquista y en la Administración, que irán ahora a manos del clero secular (sedes episcopales), de las nuevas órdenes mendicantes (los franciscanos y los dominicos se implantan a partir de 1220), poderosos rivales en el Norte, y de las órdenes militares en el Sur, que son las que se llevan la parte del león en los beneficios de los territorios conquistados.

El episodio del mal arcipreste adquiere, visto desde esta óptica, su verdadera importancia y se comprende mejor que sea propio del monje de Arlanza, así como la imposibilidad de ser suplido por otra persona de condición no eclesiástica. Otro detalle significativo es el hecho de sernos presentado yendo de caza y no de peregrinación, por ejemplo. En cuanto a su nacionalidad, no tenía elección: los castellanos tienen que ser forzosamente buenos, y el único clero presentado es el del monasterio de Arlanza. Tampoco podía ser leonés, teniendo en cuenta el mismo trama del texto y la unión anteriormente citada. Así pues, no le queda otra posibilidad que hacerlo navarro (reino bajo dominio francés a partir del año 1234). evitando con ello herir susceptibilidades nacionalistas.

Queda ahora por responder a la última cuestión, lo cual no es una grave dificultad después de lo dicho. El conde Fernán González reunía ya ciertas circunstancias en su favor por el hecho de haber sido el artífice de la independencia y el engrandecimiento de Castilla, y también por haber sido el fundador de dicho monasterio y estar enterrado en él. Pero la de mayor peso es quizá la coincidencia de nombres y de cualidades guerreras y piadosas (en estas últimas el arlantino forzó probablemente la mano); las oraciones del monje Pelayo en favor de Fernando el Conde en lucha contra el infiel (y el agradecimiento generoso de éste) son un trasfondo de las que sus sucesores hacen en favor de Fernando el Rey. A éste no le queda más que reconocer que sus conquistas se deben a esas oraciones y actuar en consecuencia.

No podemos saber si el monarca (que moriría en 1252) se dio por aludido ni el impacto que una obra así causó en el público en general. Pero la esperanza de que lo produjera debió existir por el mero hecho de haberse' escrito. En cualquier caso, todo lo dicho demuestra que el Poema no se escribió gratuitamente y que, para responder a tales exigencias, se tuvo que modificar profundamente el «cantar» juglaresco en que se basó. Esta circunstancia explica la ruina de éste (dejado de lado por los cronistas de Alfonso X en favor del Poema), sin duda alguna menos «monástico».

Visto desde una óptica no exclusivamente literaria, el Poema se nos desvela en toda su extensión, pues si la necesidad es la madre de la ciencia, también lo es de la inspiración poética. El «arte por el arte» es un concepto que no tiene cabida en aquella época. El «compromiso», como se ha visto, es muy claro.

 

 

 

         NOTAS

 

(1) Véase como ejemplo ilustrador J. A. Maravall, El mundo social de «La Celestina», 3.ª edición, Madrid, 1973. Las sucesivas ediciones y reimpresiones demuestran a las claras la acogida que ha tenido su método. En cuanto a trabajos realizados en esta línea por «literatos» hay que mencionar, entre otros, a Julio Rodríguez Puértolas. Poesia de protesta en la Edad Media castellana, Madrid, 1968.

(2) No considero imprescindible citar a su autor.

(3) Esta cita, como las posteriores, está sacada de la edición de A. Zamora Vicente, Poema de Fernán González, Madrid, 1946.

(4) Véase el estudio de R. Menéndez Pidal, Cantar de Mio Cid, vol. III, Madrid, 1956.

(5) Para estos detalles consúltese A. Zamora, op. cit., y R. Contrait, Histoire et poésie: le comte Fernán González.t. I, Grenoble, 1977.

(6) Todos los hechos históricos que se citarán son conocidísimos. No obstante, nos basamos en el trabajo de J. A. García de Cortázar, La época medieval, «Historia de España, Alfaguara II», Madrid, 4.ª edic., 1977.

(7) Se puede tener una idea de las vicisitudes de los monasterios castellanos consultando S. Moreta, El monasterio de San Pedro de Cardeña. Historia de un dominio monástico castellano (902­1338), Salamanca, 1971, y J. A. García de Cortázar, El dominio del monasterio de San Millán de la Cogolla (siglos X al XIII). Introducción a la historia rural de Castilla altomedieval, Salamanca, 1969.

 

 

 

 
 

IGLESIA ROMÁNICA DE SAN MIGUEL

     
 

San Miguel de San Esteban de Gormaz

 

A nivel artístico San Esteban de Gormaz es importante por ser el lugar donde es más que probable que se edificara por primera vez una galería porticada románica, concretamente en la Iglesia de San Miguel, probablemente a finales del siglo XI, ya que en uno de los canecillos del pórtico aparece la inscripción de 1081, aunque su mal estado de conservación ha generado dudas a este respecto y algunos autores defienden la fecha de 1111.

Esta iglesia es una pequeña y ruda construcción que se iniciaría a finales del siglo XI o comienzos del XII, cuando la invasión almorávide obligó a Alfonso VI a fortalecer el Sistema Central con la repoblación de diversas poblaciones. San Miguel es una iglesia de calicanto con sillería de refuerzo en las esquinas. Tiene una nave unida a cabecera escalonada en presbiterio y ábside semicircular casi idéntica a El Salvador de Sepúlveda de la que es casi contemporánea. Una torre de piedra y ladrillo algo más tardía se edificó adosada al muro norte.

El muro sur de la nave tiene dos toscos ventanales de arquivolta sobre columnillas mientras que el ábside tiene otro ventanal. La puerta de ingreso dispone de tres arquivoltas, de múltiples baquetones sobre cuatro columnas con capiteles de tosca talla. La galería es lo más destacado, por su antigüedad.

Dispone de siete arcos de medio punto sobre columnas sencillas, incluyendo el de entrada, con toscos capiteles en que aparecen frecuentemente personajes musulmanes, pavos y una ciudad almenada y ábacos con rudo ajedrezado. En el interior los capiteles que soportan el arco triunfal tienen caballos y leones.

Este singular templo pleno de encantadora rudeza se relaciona con la segoviana iglesia de San Salvador de Sepúlveda, también con una antiquísima galería. Es posible que sean los templos más antiguos construidos al sur del Duero (junto a la también relacionable iglesia de San Frutos de Duratón) y que fueran los centros difusores de la galería porticada.

 

 

 

 

     
 

San Esteban de Gormaz entre los siglos IX y XI

 

San Esteban de Gormaz es una de las poblaciones con más historia y leyenda de Soria.

Por su estratégica situación junto al Duero fue fieramente disputada durante los siglos IX, X y XI entre cristianos y musulmanes.

Es posible que por las fechas tempranas del año 883 fuera repoblada por el rey asturiano Alfonso III.

Lo que sí se sabe con certeza es que en 912 fue repoblado por Gonzalo Fernández y años después castellanos y leoneses al mando de Ordoño II vencieron a Abi-Abda que pretendía tomar la plaza.

Poco después, el que sería califa de Córdoba, Abderramán III recupera San Esteban de Gormaz para Córdoba.

Décadas después en Fernán González quien recupera la población y el castillo para luego perderse en tiempos del general Galib y Almanzor.

(el comentario se ha tomado de Arteguias [arteguias.com]).

 

Vista general de San Esteban de Gormaz (Soria)

     

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EL POEMA DE FERNÁN GONZÁLEZ

Canto de cisne por Castilla

 

Juan Victorio

Profesor de Literatura Medieval


Universidad de Lieja

HISTORIA16 año IV, nrº. 38 JUNIO 1979  PAG.108-113