Sepulcro de Santo Domingo en su ciudad de Santo Domingo de la Calzada. (Todas las imagenes, salvo la presente, pertenecen al estudio original)

 
 

 

 

 

El sepulcro de un santo ha constituido a lo largo de estos veinte siglos del Cristianismo y lo sigue siendo en la actualidad, el lugar principal donde este recibe culto, se veneran sus restos y se acude a su intercesión. Desde los primeros siglos es sabido que los fieles adoptaron la costumbre de reunirse espontáneamente junto a los sepulcros de los primeros mártires, especialmente para conmemorar su aniversario, en su «dies natalis». El obispo participaba en estas ceremonias garantizando con su presencia su legitimidad. Sobre la tumba se erigía un altar y pronto comenzó a monumentalizarse su espacio, destacándose el sepulcro del mártir de todos los demás enterramientos del lugar[1]. Un ejemplo temprano nos lo proporciona la necrópolis del Vaticano en la que las excavaciones arqueológicas han demostrado que, al menos, desde mediados del siglo II, el sepulcro del apóstol Pedro había sido monumentalizado por un trofeo, un monumento conmemorativo consistente en una mesa de mármol apoyada sobre dos columnas y adosada por detrás al muro rojo del cierre del espacio de inhumación, provisto a su vez de un nicho. Se trata del testimonio más antiguo del culto que la Iglesia de Roma ha profesado al Apóstol[2]. A partir de ahí podemos seguir la evolución progresiva de su culto a través de las sucesivas transformaciones que sufre este trofeo a lo largo de los siglos III y IV. Así en el siglo III, a causa de algún deterioro del muro rojo, por motivos que desconocemos, se procedió a su reparación y embellecimiento. El trofeo quedó transformado en una especie de edículo por dos muros de sostenimiento perpendiculares al muro rojo y sobre él se dispuso una techumbre. El interior se reviste de placas de mármol gris y el suelo se cubre de mosaicos de cubos blancos y negros. Sobre él construirá Constantino en el siglo IV la primera basílica en honor del Apóstol, procediéndose también entonces a una nueva monumentalización del primitivo trofeo, ahora mediante la «confessio», una construcción ornamental que lo encuadraba haciéndolo más ostensible. Sobre cuatro columnas torsas se disponen dos arcos de medio punto que se cruzan en el medio de donde colgaba la corona de oro que fue ofrecida por el Emperador y su madre Santa Elena. Dos columnas más se situaban detrás, una a cada lado, y bellas cortinas colgaban de los espacios de los intercolumnios tal como reproduce el relicario Samager datado en el siglo V (Museo de Venecia). Los cuatro lados se cerraban mediante una balaustrada baja de bronce, abierta por delante. Muchas otras reformas, todas ellas conducentes al embellecimiento de la «confessio» constantiniana se llevaron a cabo a lo largo de la Edad Media, permaneciendo siempre la tumba apostólica en lugar inalterable, incluso también cuando en el siglo XVI se procedió a la erección de la nueva basílica vaticana. Un proceso similar lo encontramos en Santiago de Compostela donde también las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en el subsuelo de la catedral, a fines del siglo XIX, sacaron a la luz los vestigios de un mausoleo romano del siglo I, en el que había sido depositada la supuesta tumba del apóstol y los fragmentos de un mosaico de pavimento de color blanco y negro, fechados hacia el año 200 y que formarían parte de las reformas emprendidas en esos años en la cámara sepulcral[3]. Ello unido al altar del siglo I erigido sobre la tumba apostólica y que afortunadamente ha llegado hasta nosotros evidencia todos los síntomas de una temprana monumentalización del sepulcro del apóstol, siglos antes de su invención. A raíz de ésta, a principios del siglo IX, Alfonso II construirá la primera basílica dedicada al apóstol, incluyendo el edículo del sepulcro en su cabecera el cual permanecerá inalterable también a lo largo de las sucesivas basílicas levantadas sobre este, la de Alfonso III el Magno, y la románica de fines de siglo XI, auspiciada por el obispo Diego Peláez. Lo mismo ha ocurrido en otras numerosas iglesias y monasterios surgidos sobre una tumba santa como es el caso de Saint Martín de Tours, San Marcial de Limoges, Santa Foy en Conques o San Sernín en Toulouse, por mencionar los más afamados centros de peregrinación jacobea medieval.

Un hito fundamental en el desarrollo del culto a los sepulcros de los santos se va a producir en toda Europa a partir del siglo VII cuando el reconocimiento oficial por parte de la Iglesia de la santidad de un individuo se sancione mediante el rito de la «elevatio corporis»[4]. Este rito consistía precisamente en la exhumación del cuerpo santo de su primitiva tumba normalmente modesta para ser depositado en un nuevo sepulcro más suntuoso, de acuerdo con la dignidad y la veneración a la que desde entonces el santo se hacía acreedor. Existía la mentalidad de que cuanto más ricamente se hubiera ornado una tumba o sepulcro santo, más dignas de veneración eran sus reliquias y a la inversa. Un santo que no dispusiera de una tumba adornada se consideraba menos digno de veneración[5]. La ceremonia sólo podía ser autorizada por el obispo, quien normalmente la presidía y se celebraba con toda solemnidad en presencia del rey, de la comunidad monástica o de clérigos y un gran número de fieles, además de los obispos de otras diócesis convocados a tal fin. Los restos del santo eran lavados cuidadosamente y envueltos en un nuevo lienzo de tela fina de hilo o de seda y era depositado en un nuevo sarcófago o relicario. Generalmente se trasladaba además de lugar a otro más visible dentro del templo, o incluso a una nueva iglesia. Por mencionar un ejemplo, puede servirnos el caso de San Millán de la Cogolla, cuya «elevatio corporis» tuvo lugar el 13 de abril de 1030. El cuerpo del santo fue exhumado de su primitivo sepulcro para ser depositado en una nueva arqueta de plata y fue trasladado de la cueva rupestre donde había sido inhumado, al altar del presbiterio de la iglesia monástica construida en el siglo X. La ceremonia se llevó a cabo con toda solemnidad en presencia del rey Sancho el Mayor, su esposa D.a Munia, y de los obispos de Pamplona, Oca, Álava y Huesca además de la comunidad emilianense y la asistencia de numerosos fieles[6].

Cuando a principios del siglo XIII, a raíz del IV Concilio de Letrán (1215), el Papa reservó para sí el derecho exclusivo de las causas de canonización, las traslaciones de los cuerpos santos pierden el significado jurídico, pero no desaparecen[7]. Por el contrario siguieron celebrándose con toda solemnidad, generalmente inmediatamente después de la canonización. En ocasiones la llegó a presidir el mismo Papa como ocurrió con San Francisco de Asís, cuya «elevatio corporis» fue presidida por Gregorio IX, en 1228, poco después de su canonización, si bien, normalmente el Romano Pontífice se hacía representar por medio de sus legados. Desde entonces «la elevatio corporis» sirvió como rito mediante el cual el obispo permitía el culto público de un nuevo santo, aunque limitado a su diócesis, orden religiosa o a la iglesia que contenía sus reliquias, y sin prejuzgar de su canonización que en ocasiones tendría lugar varios siglos después[8].

Estos ritos por otra parte no se limitaron exclusivamente a los reconocimientos de santidad de un fiel, es decir, a las canonizaciones medievales, sino que podían celebrarse siempre que mediara una causa justa, como por ejemplo, el deterioro del lugar o del receptáculo donde descansaba el cuerpo santo, ya fuera por humedad, ruina, abandono o cualquier otro motivo, y por supuesto siempre que el decoro y la dignidad del santo lo requiriese. En general, hubo una «traslatio» siempre que el deseo de honrar a un santo hiciera conveniente trasladar sus restos a un sepulcro o relicario más suntuoso del que reposaban hasta entonces[9]. De todas estas motivaciones tenemos abundantes testimonios en los documentos de la época y ello nos explica la multiplicidad de sepulcros-relicarios que ha tenido un mismo santo. Veremos, por ejemplo, el caso de San Juan de Ortega que llegó a tener hasta cuatro sepulcros medievales, tres de ellos suntuosamente adornados.

El culto al sepulcro del santo exigía en primer lugar la accesibilidad del peregrino a la tumba. No olvidemos, que la finalidad principal de la visita a una tumba santa, era religiosa, cualesquiera que fueren otra serie de motivaciones[10]. Imperaba ante todo el deseo de rezar ante el sepulcro del santo y la esperanza de conseguir alguna gracia, ya fuera material para el cuerpo -una curación- por ejemplo o bien espiritual para el alma. El sepulcro debía estar por tanto en lugar visible y también alcanzable al tacto[11], ya que debía poder ser tocado, palpado, besado y abrazado, pues fue idea extendida en la mentalidad del hombre medieval, que los poderes taumatúrgicos del santo se transmitían por contacto físico, como testimonian las «vidas de santos» y los «Libros de los milagros», en los que la mayoría de estos prodigios fueron obrados junto al sepulcro del santo[12]. Solo con el paso de los siglos se irá extendiendo la costumbre de invocar a los santos a distancia, conforme se vaya desarrollando el culto a las imágenes, y también a distancia se obrarán los milagros. No obstante nunca se eclipsará la auténtica devoción sepulcral.

El contacto con la tumba santa impondrá evidentemente unas características fundamentales en la concepción artística del sepulcro, en cuanto a su tipología y disposición, iconografía y ornamentación. Así se explica el éxito del sarcófago y su posición elevada, al disponerse sobre cuatro soportes, columnas o pilares, con el fin de que los fieles pudieran deambular en torno a él, pasar por debajo, tocarlo y abrazarlo. El sepulcro aparece en ocasiones perforado por huecos que permiten meter la mano para obtener reliquias por contacto (brandea, palliola) o incluso con fines terapéuticos, por ejemplo la cabeza, aquejada de alguna dolencia. Se cuidó también por parte de sus comitentes la iconografía cuyo fin primordial iba dirigido a actualizar la «presencia» del santo en el lugar, informando a los devotos de su santidad de vida, su muerte santa, su eterna beatitud celestial y su poder de intercesión ante Dios plasmado en los milagros obrados «in situ», que además constituía la mejor propaganda para atraer a nuevos devotos y peregrinos. Un papel fundamental lo tuvo igualmente la ornamentación, concebida como marco esencial de lo sagrado. Numerosos textos se hacen eco de esta exuberancia ornamental de las tumbas y sepulcros de los santos. La ornamentación incluía todo lo que podemos llamar arte: la escultura y la pintura, el mosaico, pero también los altares, las coronas, las lámparas, los libros, los vasos sagrados y las velas, la mayoría de ellas donadas por los poderosos de la tierra, pero también traídas por los devotos y peregrinos[13]. Junto al sepulcro santo se amontonaban todas estas ofrendas, de naturaleza y valor muy diverso que incluían, desde objetos preciosos, por ejemplo tejidos orientales, de gran lujo, que se utilizaban para envolver los cuerpos de los santos o recubrir el sepulcro, a objetos de oro y plata, piedras preciosas y joyas destinadas a su ornato, u ofrendas más modestas, como las velas candelas, pero no por ello nada despreciables ya que con su halo de luz contribuían al misterioso esplendor que inhalaba del sepulcro y que en cualquier caso testificabacon su atmósfera sobrenatural la certeza del poder taumatúrgico y el prestigio del santo ahí venerado[14]. Entre las donaciones más importantes figuraban, por supuesto, los relicarios, receptáculos de pequeño tamaño, fácilmente transportables que contenían restos desmembrados del cuerpo santo, los huesos, las cenizas y otras reliquias incluso no corporales que la Edad Media produjo en número y riqueza difícilmente superable[15]. Durante toda la Alta Edad Media, la mayor parte del marfil, los metales nobles como el oro y la plata o el cobre, con sus aditamentos de pedrerías y esmaltes estuvieron centradas en crear belleza sobre las paredes de este objeto sacro -el relicario- con una exclusividad sorprendente. Su relación con la tumba santa no puede ser más estrecha tanto por su contenido como por su morfología esencialmente tumbal.

Si a todo lo que llevamos dicho, añadimos además la práctica tan arraigada desde los primeros siglos del cristianismo de la «sepultura ad sanctos»[16] -que en la Península la tenemos ya atestiguada desde fines del siglo IV- se comprenderá que los sepulcros de los santos fueron las tumbas más importantes de la Europa Medieval, y que ejercieron por sí mismos una función centrípeta atrayendo a todas las clases de la jerarquizada sociedad estamental a lo cual contribuyó el arte en sus múltiples facetas.

 

 

La peregrinación a Santiago de Compostela:«de los cuerpos de los santos que descansan en el camino y que deben visitar los peregrinos» (CODEX CALIXTíNUS)

 

Que los sepulcros de los santos han sido el lugar primordial donde estos han recibido culto queda testimoniado por las peregrinaciones, uno de los acontecimientos de mayor magnitud por sus repercusiones en todos los campos en la Europa Medieval. Recordemos que las tres más importantes tenían precisamente como meta, el Santo Sepulcro de Cristo, la que se dirigía a Jerusalén, las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo y de los primeros mártires, la que conducía a Roma, o bien el sepulcro del apóstol, la que finalizaba en Santiago de Compostela. Miles de peregrinos de toda clase y condición han recorrido los caminos del mundo para rezar ante estas tumbas santas. Pero no sólo su destino final sino también el propio camino que conduce a ellas ha quedado convertido en un itinerario cultual sembrado por numerosos sepulcros de santos. De ello conservamos elocuentes testimonios desde los primeros siglos del Cristianismo. Puede servirnos de ejemplo el recorrido de la ilustre gallega Eteria, quien en su peregrinación a los santos lugares, a fines del siglo IV, además de visitar el Santo Sepulcro, se detiene ante la tumba de Job en Samaria, la del apóstol Tomás en Edessa, en Mesopotamia y la de Santa Tecla en Tarso, y cuando escribía su «Itinerarium» en Constantinopla, la ciudad imperial, todavía tenía proyectada una nueva peregrinación a Asia, con el fin de orar ante el sepulcro del apóstol San Juan[17].

El mismo espíritu guiaba a su contemporáneo, Prudencio de Calahorra, quien a principios del siglo V, en su peregrinación a Roma, se detiene en Foro Cornelio (actual Imola) ante el sepulcro del mártir Casiano, adornado con pinturas que representaban su martirio, y en Roma visita, además de las tumbas de San Pedro y San Pablo, la de Santa Inés, la de San Hipólito Romano y la de San Lorenzo, dejándonos una preciosa información acerca de estos lugares de culto, de gran interés también para el historiador de arte[18]. El testimonio más elocuente al respecto nos lo brinda en plena Edad Media, el Codex Calixtinus, cuya guía redactada por Aymeric Picaud ofrecía al peregrino medieval una larga enumeración de los sepulcros de los santos que descansan a lo largo del Camino de Santiago, en las diferentes partes que conducían allí, y que los peregrinos debían visitar[19]. Estos son, en la vía egidiana (Provenza) las tumbas de San Trófimo y San Cesáreo en Arlés, en su cementerio las reliquias de San Honorato y en su basílica homónima, el cuerpo de San Ginés. En el cementerio de Aliscamps, numerosos sepulcros de mártires y confesores y después el cuerpo de San Gil, confesor y abad, custodiado en una magnífica arqueta de oro y piedras preciosas que describe minuciosamente. En la ruta tolosana se encuentran el sepulcro de San Guillermo en St. Guilhem-le-Desert en Gellone, en Agde el de los mártires Tiberio, Modesto y Florencia, y en Toulouse, el de San Saturnino. En la vía podiense el peregrino debía visitar el sepulcro de Santa Fe en Conques, el de Santa María Magdalena de Vezelay, el de San Leonardo de Limoges en San Leonard de Noblat (Haute Vienne) y el de San Frontón en Périgueaux. Finalmente en la vía touronense el peregrino encontraba las reliquias de San Evurcio en la ciudad de Orleans, la tumba de San Martín en la iglesia homónima de Tours, la de San Hilario en Poitiers, San Eutropio en Saints, el sepulcro de San Roldán en la iglesia de San Román de Blaye, el cuerpo de San Severino en Burdeos, y los otros numerosos mártires en Belín. En el camino español la guía menciona los sepulcros de Santo Domingo de la Calzada, los de los mártires Facundo y Primitivo en Sahagún, San Isidoro en León y el sepulcro del apóstol Santiago en Compostela, la meta de la peregrinación[20].

La mayoría de los santos ahí mencionados transcurrieron sus vidas durante la época apostólica y los primeros siglos del cristianismo, habiendo muerto muchos de ellos como mártires. Otros, como San Martín de Tours (s. IV), San Guillermo (s. VIII), San Gil (s. VIII) fueron confesores y profesaron la vida monástica, el camino ideal y entonces, también el más difundido, para alcanzar la santidad[21]. Ninguno de ellos remonta más acá del siglo VIII, con una sola excepción, Santo Domingo de la Calzada cuya vida transcurre a caballo entre los siglos XI y XII. Su fama de santidad debió cundir pronto entre sus contemporáneos pues poco después de su muerte acaecida el 12 de mayo de 1109, el núcleo de población originado por él comenzó a recibir el nombre de burgo de Santo Domingo, como acredita ya un documento de Alfonso el Batallador en 1112[22]. Su sepulcro es visitado unos años después por el autor de la guía, que como hemos visto, lo incluye en el itinerario de los cuerpos santos que los peregrinos deben visitar en el Camino de Santiago. Llama la atención que el único dato que nos aporta de su biografía sea la construcción de «una calzada que hay entre la ciudad de Nájera y Redecilla del Camino», pues es este uno de los aspectos por los que el santo es hoy también más conocido. Sus biógrafos le atribuyen además la construcción de un puente sobre el Oja, una hospedería donde él mismo atendía a viajeros y peregrinos y una iglesia consagrada en 1106, tres años antes de su muerte, por D. Pedro Nazar, obispo de Nájera y Calahorra[23]. De modo que fuera o no ermitaño, su vida transcurre a la vera del camino, completamente dedicado a la vida activa, de utilidad social, construyendo el camino con sus propias manos[24]. Sea cual fuera el lugar donde fue primitivamente enterrado -una tradición le atribuye a él mismo la labra de su propio sepulcro de piedra, modesto, incluso varios años antes de morir-, lo cierto es que como ahora veremos sobre él se edificó la iglesia actual y ahí ha sido venerado su sepulcro a lo largo de los siglos hasta la actualidad.

Pero en esto Santo Domingo no fue una excepción en su época. Conocemos el nombre de otros arquitectos y constructores del camino de Santiago que alcanzaron fama de santidad sirviendo al prójimo con su oficio, cuyos sepulcros venerados desde antiguo se encuentran también a la vera del camino[25]. Es el caso de San Raimundo Gairard, operario de San Saturnino de Toulouse, a quien se le debe además dos puentes y un hospital; de San Juan de Ortega, a quien se le atribuyen varios puentes y caminos, constructor igualmente de una iglesia y de un hospital; de San Lesmes de Burgos, caminero también. Y de Petrus Deustamben, el arquitecto que «sobreedificó» San Isidoro de León, del que también consta que fue ponteador. A todos ellos podemos añadir el caso de San Gonzalo de Amarante, constructor de un puente en esta localidad del camino portugués, si bien su vida transcurre un siglo después.

 

 

Los Sepulcros de los Santos Constructores del Camino

 

San Raymond Gairard

Siguiendo la ruta de peregrinación, el primero de los santos constructores que podemos mencionar es San Raymond Gairard cuya vida conocemos a través de un manuscrito ilustrado de fines del siglo XV -Vita Sancti Raimundi- y de otra versión más tardía del siglo XVII[26]. Por ella sabemos que el santo nació en Toulouse y recibió una esmerada educación, pasando a desempeñar el oficio decantor en Saint Sernin. Años después, a raíz de la muerte de su mujer, decidirá hacer voto de castidad y dedicarse al servicio de los pobres. El mismo funda un hospital, que los estudiosos sitúan entre 1071-1080, con una capilla dedicada a San Juan al que se consagrará hasta su muerte[27]. Construye también dos puentes de piedra sobre el río Hers para facilitar el paso a los caminantes y lo que es más interesante hacia 1100 pasa a ocuparse como «operarius» de los trabajos de construcción de la basílica de San Sernin[28]. Es un hecho conocido que la cabecera de esta iglesia estaba ya prácticamente finalizada el 24 de mayo de 1096, día en que esta parte de la iglesia y el altar mayor fue consagrada por el Papa Urbano II a la que asistieron numerosos prelados, entre ellos, el arzobispo de Toledo y el obispo de Pamplona. Poco después el canónigo Raymond Gairard se encargaría de los trabajos de cantería y echó los cimientos de las naves las cuales según la Vita llegaban ya a la altura de las ventanas en 1118, año en que se sitúa su muerte[29]. Su biógrafo nos informa que no quiso enterrarse por humildad en el claustro de la basílica junto con los demás canónigos y decidió hacerlo junto al hospital que había fundado, en la iglesia de San Juan, en un sepulcro de piedra que él mismo había construido. La Vita recoge a continuación varios milagros efectuados junto a la tumba. Es evidente que su fama de santidad ya era notoria poco después, pues desde 1122, es decir, a los cuatro años de su muerte, tanto el hospital como la capilla de San Juan en la que fue inhumado pasan a titularse de Saint Raymond[30]. Aunque su culto debió de ser estrictamente local parecer ser, a juzgar por el bello manuscrito que contiene su Vita al que hemos hecho referencia, que éste perduró a lo largo de toda la Edad Media.

No obstante su sepulcro no ha llegado hasta nosotros. Hoy sólo disponemos de un relicario neorrománico del siglo XIX en cuyo frente ha sido esculpida la efigie de San Raymond bajo una arquería de medio punto. El santo figura en pie, vestido de canónigo y lleva en la mano izquierda un pergamino con un dibujo de la planta de la basílica que él mismo ha contribuido a construir. Un busto-relicario también del siglo XIX, nos lo presenta como arquitecto con la maqueta de Saint-Sernin en sus manos de acuerdo con una iconografía que ya fue utilizada para identificar a los arquitectos en la época medieval[31]. Recordemos a este respecto el caso de Hugo Libergier, constructor de San Nicasio de Reims muerto en 1263, cuya efigie sepulcral grabada sobre su tumba nos lo ha inmortalizado llevando en su mano derecha el modelo de «su iglesia»[32].

 

 

El Sepulcro de Santo Domingo de la Calzada

Es más que probable que hacia 1135-1140, cuando escribía Aymeric su célebre guía, los peregrinos a los que invitaba a visitar la tumba de Santo Domingo, contemplasen todavía el primitivo sepulcro de piedra que había acogido sus restos en 1109 hubiera sido o no realizado por el mismo santo como pretende la tradición. No sabemos con seguridad dónde fue depositado el sarcófago, pero lo más lógico es pensar, que habiendo construido Santo Domingo una iglesia en este lugar que ya había sido consagrada, como hemos dicho, en 1106, por el obispo D. Pedro Nazar, se dispusiese en ella su sepultura, quizás en algún atrio exterior como sugiere Bango Torviso[33]. Según la más antigua documentación que ha llegado hasta nosotros parece ser que pronto, a principios de la década de los veinte, ya se había establecido allí una comunidad dúplice para custodia y protección del sepulcro, que acabaría integrándose unos años después por sólo exclusivamente hombres. El templo que pronto adquirió el rango de colegiata era gobernado por un abad bajo la tutela del Obispo de Calahorra.

El aumento del número de peregrinos que se detenían para visitar la tumba del santo, unido a otros factores en los que ahora no entramos, llevaría al obispo D. Rodrigo de Cascante a construir una nueva iglesia que acogiera en su interior la tumba santa, y que según los Anales Compostelanos se iniciaría en 1158, fecha de la colocación de la primera piedra. El proyecto sabemos que fue confiado al maestro Garsion quien concibió una iglesia monumental, con cabecera con girola con tres ábsides radiales y una tribuna por encima que se prolongaba por las naves colaterales siguiendo el modelo de la catedral de Santiago. Aunque recientemente se ha sugerido la teoría de que el sepulcro primitivo del santo se habría dispuesto en la cabecera, y sólo siglos después se habría trasladado al crucero meridional donde se encuentra en la actualidad, pensamos como Bango Torviso, que éste fue el lugar que siempre ocupó la tumba santa de modo que el arquitecto proyectó el edificio para incluir en él «el locus sanctus». Si el sarcófago se hubiese trasladado a principios del siglo XV de la cabecera al crucero sur, como opina Fr. Español, sería difícil explicar que se hubiera colocado, tal como ahora lo vemos, en posición oblicua con respecto al eje del templo, anomalía que en cambio tendría justificación en el caso de que se hubiese querido respetar desde el principio el lugar santo[34]. Por otra parte esta misma disposición se aceptó también para otros sepulcros de santos que inauguraban por esos mismo años, una nueva iglesia-relicario, como el sepulcro de los santos mártires Vicente, Sabina y Cristeta situado también en el crucero sur de la basílica de San Vicente de Ávila concluida hacia 1200. De esta manera se facilitaba además el acceso directo de los fieles al sepulcro desde la puerta Sur. No sabemos si este espacio ocupado por el sarcófago se prologaba hacia el Este con una posible absidiola abierta en el muro del crucero o no. Las renovaciones que ha sufrido el edificio nos impiden cualquier afirmación en este sentido. Si esta interpretación es correcta, la cabecera y este tramo del crucero estarían terminados ya en 1191, pues un documento de ese año nos informa que la nueva iglesia contiene ya la preciada reliquia[35]. De este modo se cumplía la profecía que la tradición atribuye al propio santo y que se encuentra ya en el oficio del santo desde fines del siglo XIII, el más antiguo hoy por hoy conocido. Al ser interrogado por una devota que por qué el sepulcro que él había fabricado estaba tan lejos de la Iglesia, el santo le contestó «depende de la Providencia Divina no apartarse en absoluto de la iglesia, en un tiempo futuro; porque aunque oy se halle fuera de ella mi sepulcro, en que ha de ser mi cuerpo sepultado; pero esta cierta que, o la Iglesia se ensanchará, cogiendo mi sepultura dentro de sí, o se anchará en ella mi sepulcro con mi difunto cuerpo»[36.

Es lógico que por estos años se concibiese trasladar el cuerpo del santo del primitivo sepulcro a una nueva tumba bien dotada artísticamente acreedora de su fama de santidad. De ella nos ha llegado la estatua yacente que data de los primeros decenios del siglo XIII. El modelo se encuentra cerca de Santo Domingo de la Calzada y nos lo proporciona otro sepulcro santo realizado unos años antes, el cenotafio de San Millán de la Cogolla ubicado en la cueva eremética donde había sido primitivamente sepultado, en el monasterio de Suso[37]. La estatua del santo revestida de los ornamentos sacerdotales, sobre la losa sepulcral, aviva a los ojos de los devotos y peregrinos su «presencia» en este lugar, y la «virtud» que de ella se desprende se manifiesta en los milagros representados a sus pies, el de los dos ciegos que recuperan la vista y el de la niña resucitada. En la cabecera una mujer triste representa a nuestro juicio el estado emocional de los peregrinos que se acercan al lugar a solicitar un favor del santo -una curación por ejemplo- y otra mujer alegre, el gozo recuperado por el deseo obtenido por su intercesión de acuerdo con un tópico presente en la literatura hagiográfica de la época[38]. Un monje sentado ante un gran libro colocado sobre un atril y acompañado por otros dos situados en el medio memorizan el culto celebrado en su honor. A diferencia de éste, labrado en mármol, el sepulcro de Santo Domingo fue realizado en piedra policromada. El santo yace recostado sobre la losa sepulcral con la cabeza apoyada sobre un almohadón que dos acólitos, uno a cada lado, sujetan. Representa un hombre de edad avanzada, con la frente surcada de arrugas, los ojos cerrados hundidos en dos grandes cuencas oculares, nariz alargada y labios finos y apretados. Lleva barba, bigote y cabello que cae en bucles rizados y viste hábito monástico con cogulla. Su cuerpo inerte aparece cubierto por un lienzo que otros dos personajes en el centro le colocan, quedando al descubierto de la cintura para arriba, con las manos cruzadas sobre el pecho. Otros dos acólitos más aparecen sentados a los pies, llevando cada uno un libro en una mano y apoyando la otra sobre los pies del santo. Es difícil precisar la identidad de estas seis figuras que rodean el cuerpo del santo. La función que desempeñan en la escena las dos intermedias, al cubrir con un lienzo el cuerpo del santo, sugiere en nuestra opinión la ceremonia de la «elevatio corporis» que equivalía a la canonización y que incluía, como hemos dicho, este rito. Aunque ningún dato ha llegado hasta nosotros, es muy probable que una «elevatio corporis» hubiera acompañado el traslado del cuerpo santo del primitivo sepulcro a este otro en estos años.

En cuanto al estilo la estatua es de buena calidad y revela la mano de un maestro que trabaja dentro de los cánones estéticos del primer gótico. S. Moralejo lo ha relacionado con el taller champanes que labra entre 1215 y 1220 la Puerta del Juicio de la Catedral de Tudela[39]. Efectivamente los rasgos fisonómicos de la estatua yacente, el modo de tallar el cabello y la barba y el diseño del plegado de la indumentaria, anguloso y en forma de V presentan notables analogías con los de varios personajes esculpidos en la portada de la catedral navarra. También el tipo de rostro de las seis figuras imberbes que lo rodean, lo mismo que la indumentaria y el tallaje del cabello encuentran sus parecidos con otros tantos personajes de la portada. E incluso las actitudes movidas de los dos que cubren el cuerpo del santo son muy semejantes a las posturas que adopta uno de los resucitados en una dovela de las arquivoltas del templo navarro[40].

Al mismo taller pertenece la imagen de Santo Domingo, con un cautivo liberado a sus pies, que se encuentra actualmente en la cripta moderna. Ignoramos por el momento su procedencia. Se ha sugerido que la estatua formaba parte de la decoración esculpida de la portada sur del crucero llamada del «santo y de los profetas» y también «de los apóstoles», lo que encuentra justificación en la costumbre de la época[41]. Desde principios del siglo XII comenzamos a ver aparecer imágenes del santo cuyas reliquias se veneran en el interior, en las portadas de los templos que acogen sus tumbas. Recuérdese entre las hispanas el caso de San Isidoro en su basílica homónima de León, o el de Santiago en el parteluz del pórtico de la Gloria, las de los santos Vicente y Sabina de la puerta del crucero sur de San Vicente de Ávila, o la de Santo Domingo de Silos con un cautivo a los pies de la desaparecida portada exterior del pórtico Norte de la primitiva iglesia románica[42]. Estas imágenes, en realidad, daban la bienvenida y acogían a cuantos peregrinos y devotos acudían a estos santuarios para rezar ante su tumba, deseosos de obtener algún favor[43]. Para otros autores en cambio, la efigie de Santo Domingo que nos ocupa formaría parte del entorno del sepulcro como ha sugerido Fr. Español, que apoya su tesis también en paralelos más o menos coetáneos[44]. Sería el caso de la estatua de S. Eduardo Confesor que según una miniatura de una vida ilustrada del santo del siglo XIII aparece situada sobre una columna junto a la tumba-altar del santo en Westminster, o la de S. Luis de Francia que parecer ser, según los estudiosos, se erigía también erguida junto a su sepulcro en S. Denis. Mantiene esta misma opinión R. Sánchez Ameijeiras, a quien debemos un sugerente estudio del sepulcro del santo que nos ocupa, aún inédito[45].

Sea cual fuere su destino primitivo el relieve se ha tenido hasta ahora como una de las iconografías más antiguas de Santo Domingo, como liberador de cautivos llamada a tener una notable difusión y a convertirse, sin duda, en la efigie oficial del santo[46]. Así aparece en varias representaciones del siglo XIV: en una miniatura que ilustra una bula de indulgencias fechada en Aviñón en 1362, en un sello que usaba el Concejo de Santo Domingo de la Calzada en 1369, y en la clave de una de las bóvedas de la capilla mayor datada también en el siglo XIV[47]. Del siglo XV es el relieve que representa al santo frente a la muralla de la ciudad con los cautivos que le ofrecen los grilletes, que adorna su sarcófago gótico. A la misma tipología que la estatua del siglo XIII pertenece laescultura del santo del retablo de la catedral, obra de Damián Forment de h. 1540, que presenta a Santo Domingo, como en la efigie medieval, en pie con hábito monástico y cogulla sobre la cabeza, y el cautivo de medio cuerpo a sus pies. Siempre se ha querido ver en estos cautivos, imágenes de cristianos aherrojados por los musulmanes que al invocar al santo lograban la libertad. En agradecimiento acudían al sepulcro y dejaban como exvoto sus cadenas. En las peculiares circunstancias que atraviesan los reinos hispanos peninsulares en estos siglos, este tipo de milagros fueron muy prodigados entre los santos hispanos, como fue el caso de Santiago, San Rosendo, San Ramón de Roda y Santo Domingo de Silos, entre otros. ¿Pero es este el milagro al que alude el relieve del santo? Es difícil comprobarlo ya que carecemos de una biografía medieval del santo cercana a los años en los que vivió y murió. La más antigua que ha llegado hasta nosotros es la de Fray Pedro de la Vega -Flos Sanctorum- editada en Sevilla en 1572 y donde, como en todas las posteriores, es difícil desligar los datos históricos de los relatos legendarios[48]. Las fuentes litúrgicas más antiguas nos la proporciona el oficio del santo, un leccionario de 1288 que se encontraba en Astorga en el siglo XVII, hoy perdido, del que da noticia Tamayo y Salazar[49]. En él se alude a algunos de los milagros post mortem del santo pero ninguno hace alusión a éste del cautivo. En cambio, es narrado con cierto detalle el de un militar muy rico de la Galia, que atormentado por el demonio venía en peregrinación a Santiago de Compostela para pedir su curación. Al pasar por Santo Domingo de la Calzada fue conducido a la tumba del santo, atado de pies y manos, y al instante quedó librado del demonio. Al volver de su peregrinación a Compostela y encontrarse de nuevo en Santo Domingo junto al puente del santo, en reconocimiento del milagro vino desde ahí hasta la tumba «de rodillas y con los pies descalzos, alabando a Dios». Y se volvió a su patria ofreciéndole muchos dones. Recientemente R. Sánchez Ameijeiras ha relacionado este milagro con el que representa el relieve del santo y un cautivo, viendo en éste al peregrino endemoniado quees llevado encadenado y que cura al contacto con la tumba santa. Al volver decide descalzarse e ir de rodillas el tramo que dista desde el puente al sepulcro tal como nos lo presenta la imagen. Esta interpretación ofrece la ventaja de estar avalada por una fuente literaria cronológicamente más cercana al momento de la ejecución del sepulcro y más convincente también en cuanto que representa uno de los milagros obrados junto al sepulcro. Este tipo de milagros fueron los más frecuentemente representados en la época. Ya hemos visto cómo en el cenotafio de San Millán, al que ya hemos aludido, figuran dos de los prodigios obrados en el «locus sanctus», el de los dos ciegos que recuperan la vista, como vemos en uno de los relieves, y el de la niña muerta y resucitada.

Una iconografía distinta representa, en cambio, un sello-insignia de peregrino de Santo Domingo de la Calzada datable en el siglo XIII-XIV que fue descubierta al drenarse el Sena en París a mediados del siglo XIX, y se conserva actualmente en el museo de Cluny. Como ha observado el prof. Moralejo se efigia en esta pieza a Santo Domingo de pie, con hábito monástico y bastón en su mano izquierda, y un personaje arrodillado a su derecha con una cuerda al cuello que el santo sujeta[50]. Encima de los brazos del santo aparecen el gallo y la gallina, por lo que hemos de ver aquí el testimonio iconográfico más antiguo de la atribución del famoso milagro de Santiago al santo riojano que añade al núcleo del relato, el milagro del peregrino inocente ahorcado vivo, la resurrección de las aves del corral atribuida a Santo Domingo[51]. El personaje arrodillado a sus pies sería en este caso el joven peregrino ahorcado y en modo alguno el cautivo como se ha sugerido.

No es nuestro propósito, dada la limitación del tiempo de que dispongo, entrar en la historia posterior del sepulcro del santo. A juzgar por la documentación que ha llegado hasta nosotros, sabemos que en el siglo XIV se dio un nuevo impulso al culto de Santo Domingo. Ello se materializó en la remodelación de la capilla del Santo que ahora se amplía y en el proyecto de dedicarle un relicario de plata, como atestigua un documento de 1362. En la primera mitad del siglo XV, bajo los auspicios del obispo Diego López de Zúñiga se procedió a labrar un nuevo sepulcro mucho más suntuoso, en alabastro. El sarcófago ostenta alrededor de doce escenas inspiradas en diversos episodios de la vida y de los milagros efectuados por el santo, de gran interés iconográfico. Sobre él reposa actualmente la efigie yacente del siglo XIII que hemos estudiado y que ignoramos en qué momento se ha reaprovechado en el nuevo sepulcro. Es muy posible como ha sugerido Fr. Español, que como ocurrió también en el caso de San Juan de Ortega, el sepulcro gótico se hubiese proyectado con una efigie yacente nueva que en algún momento determinado, quizá a causa de su deterioro por el hundimiento de las bóvedas en 1508, se hubiera sustituido por el yacente primitivo[52]. A este respecto es sumamente significativo que unos años antes del derrumbe en 1501 se le pague a Felipe Virgany por limpiar y aderezar el cuerpo de alabastro[53] lo que sugiere la presencia de un yacente distinto del actual realizado exprofeso para el sepulcro gótico. El derrumbe de las bóvedas habría afectado a este sepulcro y por eso el cabildo encargó uno nuevo a Juan de Resines en 1513, pero que ignoramos por qué razones no se llegó a ejecutar[54]. Es posible que el problema del sepulcro del santo se resolviese entonces restaurando el sepulcro gótico, acomodando de nuevo las escenas no dañadas lo que explicaría su desorden actual y la efigie yacente de alabastro quizá a causa de su mayor deterioro se sustituiría por la del sepulcro del siglo XIII, que entonces serviría únicamente a modo de cenotafio. A estos momentos, comienzos del siglo XVI, respondería también la restauración de las partes altas del baldaquino gótico que lo cubría desde el siglo XV.

 

 

El Sepulcro de San Juan de Ortega

Otro arquitecto santo del Camino fue San Juan de Ortega. Como en el caso de Santo Domingo tampoco disponemos de una biografía cercana a su vida. La más antigua que conocemos se recoge en un ejemplar de las Vitae Sanctorum del siglo XIV (B.H.A. cod. 103) procedente de Burgos, y si no contamos ya con la de J. De Sigüenza, en la Historia de la Orden de San Jerónimo, Libro III, cap. X o la de Enrique Flórez en la España Sagrada, obras ya muy tardías[55]. La tradición lo ha considerado siempre discípulo de Santo Domingo de la Calzada y colaborador suyo. Muerto éste y perdida la tranquilidad del reino a causa de los desmanes cometidos por Alfonso el Batallador, decide en 1112 peregrinar a Jerusalén[56]. Al regreso fue salvado de un naufragio por intercesión de San Nicolás de Bari, prometiendo edificar una iglesia en su honor. Después se instala con dos sobrinos en los Montes de Oca, zona asolada por malhechores que se dedicaban a asaltar a los peregrinos del Camino. Ahí mismo funda una comunidad de canónigos regulares de San Agustín que, en 1138, Inocencio II puso bajo su protección y dependencia de la Santa Sede. Los monarcas Alfonso VII y después Sancho III le dispensaron también su ayuda, concediéndole importantes donaciones que pondría al servicio de los peregrinos. De su labor como ingeniero se le han atribuido la construcción de varios puentes -los de Logroño, Nájera, Santo Domingo de la Calzada y otro cerca de Cubo de la Bureba- y los siguientes tramos del camino: la calzada y puente entre Agés y Atapuerca y otra más corta desde este lugar al monasterio de Ortega. Construyó también un hospital y sabemos por su testamento, redactado en el año 1152, que edificó allí mismo una iglesia dedicada a San Nicolás, como había prometido, in servitio pauperum in via Sancti Jacob-i5. Su muerte le sobrevino en la ciudad de Nájera el 2 de junio de 1163 y de ahí fue trasladado, como era su voluntad, a Ortega, siendo enterrado en un modesto y sencillo sarcófago de piedra en la iglesia de San Nicolás. Pronto la fama de santidad y los milagros obrados por su intercesión junto a su tumba, atrajo a numerosos devotos y peregrinos, especialmente los que recorrían el Camino a Santiago. A fines del siglo XII se levanta una nueva y espléndida iglesia tardorrománica que no se terminaría hasta mediados del siglo XV y que ha llegado afortunadamente a la actualidad[57]. De estos años data la ejecución de un nuevo sepulcro destinado a honrar mejor, por su calidad artística, los restos del cuerpo santo, y que pensamos pudo haber sido encargado con motivo de su «elevatio corporis»

Presenta forma de sarcófago domatoformo, decorado en tres de sus caras y lisa la parte posterior sin duda pensada para estar apoyada junto a un muro. El frente del arca lo ocupa la Maiestas Domini rodeada por una mandorla lobulada y acompañada como es habitual por el tetramorfos. La flanquean, a cada lado, los doce apóstoles dispuestos bajo arquerías sobremontadas por edificaciones torreadas. El parecido de esta iconografía con la del frontal de la urna esmaltada de Santo Domingo de Silos realizada, hacia 1070, ha llevado a R. Sánchez Ameijeiras a considerarla como modelo iconográfico de nuestro sepulcro[58]. El tema, al evocar claramente la Jerusalén Celeste, había sido muy prodigado en sepulcros de los santos, pues no cabe duda que una de las certezas que conlleva el reconocimiento de la santidad de un individuo en su «beatitud celestial». El motivo lo encontramos en el sarcófago de San Martín de Dumio, de fines del siglo XI y en el magnífico sepulcro de los santos Vicente, Sabina y Cristeta en la iglesia de San Vicente de Ávila, de h. 1200[59]. Es una temática que abunda también en numerosos relicarios de la época. Así aparece ya poco después de mediados del siglo XI en la famosa arqueta de San Millán de la Cogolla. Sobre la cubierta figura en la vertiente de este lado la muerte de San Juan, tema -la muerte del santo- habitual de la hagiografía medieval y que aparece en la Península representada tempranamente en la arqueta de San Millán. El santo yace muerto tendido en el lecho cubierto con un lienzo que le llega hasta la altura del cuello, mientras dos ángeles llevan su alma al cielo, en un paño, a modo de la tradicional escena de la «elevatio animae». Una lampara situada encima y en el medio, sirve para evocar el interior de la habitación donde muere el santo y al mismo tiempo encierra también un profundo significado simbólico, el «lumen gloriae» del que participa desde su tránsito al cielo. A uno y otro lado, bajo arquerías, se disponen varios clérigos celebrando la liturgia funeraria que preside un obispo situado junto a la cabecera acompañado por cuatro abades, que repiten el mismo gesto de absolución. A los pies vemos un acolito o diácono con estola sobre el hombro incensando con la mano derecha mientras sostiene la naveta en la izquierda. Le acompañan otros cuatro clérigos, el primero apuntando con el índice el libro cerrado mientras los otros tres los tienen abiertos, siguiendo las prescripciones del ritual. Un interesante documento medieval, el acta del reconocimiento del cuerpo del santo que se llevó a cabo el 1 de marzo de 1474, al describir el sepulcro identifica estas figuras con los canónigos regulares de San Agustín, comunidad que el santo había fundado en este lugar y por tanto discípulos suyos[60]. Todos ellos llevan sus cabezas tonsuradas, detalle que se repite en las efigies de los doce apóstoles que flanquean la Maiestas Domini, que también visten hábito monástico. Nos parece del todo acertado la interpretación que ha sugerido R. Sánchez Ameijeiras, la intención del comitente del sepulcro de querer mostrar la Vita Apostólica, de acuerdo con un ideal de su tiempo, como modelo de santidad de la Vita Communis propia de los canónigos regulares y que se materializó enotros numerosos monumentos artísticos románicos y del primer gótico[61]. De este modo el sarcófago del santo contribuía a promover el ideal de santidad que vivía y practicaba la propia comunidad de canónigos de San Agustín en ese mismo lugar. Como ha puesto de manifiesto C. Hahn, este tipo de referencias a lo terreno y a lo local han sido siempre uno de los rasgos característicos de los relicarios santos[62].

Completan el programa iconográfico del sepulcro el Agnus Dei en la cabecera y la escena de San Martín a caballo dando la mitad de la capa a un pobre, a los pies. La figuración del Agnus Dei dentro de mandorla circular sostenida por cuatro ángeles viene a insistir en la idea expresada en el frente de la caja sepulcral, al aludir de nuevo a la Jerusalén Celeste ya que aquélla, como bien expresa el Apocalipsis «no necesita del Sol ni de la Luna puesto que su luminaria es el Cordero» (Apoc. 21, 23). La escena de San Martín compartiendo la capa -paradigma de la caridad cristiana- nos remite, en cambio, al mundo terreno ya que con ella se pretendía ilustrar el amor del santo hacia los pobres y peregrinos que le llevó a construir las obras ya referidas, el hospital y la iglesia, los puentes y las calzadas, para facilitar el Camino. De hecho, como bien ha observado R. Sánchez Ameijeiras, el pobre atendido por el santo tourolense en el relieve es un viator o peregrino ya que lleva el bastón de caminante, y por tanto lo podemos considerar un trasunto de los destinatarios de la caridad del santo burgalés[63]. El recurso a comparaciones entre las acciones más significativas de la vida de un santo con hechos paralelos de la vida de Cristo o de otros santos fue habitual en la literatura hagiográfica y en el arte medieval. Ello debió de estar lógicamente impulsado por el propio ideal ascético que conlleva toda la práctica de la vida cristiana, la imitación de Cristo y el modelo de los santos.

Cabría además atribuir, a ambos motivos de la cabecera y de los pies del arca, una nueva interpretación que proponemos, en cuanto que ambos muestran a las claras cómo se forja la personalidad de un hombre santo, fruto siempre de la acción conjunta de la gracia divina -obtenida por el sacrificio de la Cruz, del que el Agnus Dei constituye el símbolo por antonomasia-, y la libre cooperación humana, manifestada a través de las buenas obras, de las cuales fue también y es paradigma la caridad del santo de Tours.

Además del programa iconográfico contribuyó a la suntuosidad del sepulcro del santo, una extraordinaria decoración de motivos geométricos y vegetales muy variados -trenzados, palmetas, hojas de trébol- que recorren a modo decenefas todos los espacios libres de la cubierta. Esta ornamentación se expande también en los dos triángulos de los lados menores de la misma, desarrollándose a ambos lados de un motivo central -una cruz (zona de los pies) y un vástago vegetal (cabecera)- dentro de róleos. En cambio quedó sin terminar la decoración de la otra vertiente de la tapa y liso el frente posterior, posiblemente este último debido a su colocación, adosado por ejemplo a la pared.

Cuando a fines del siglo XV se procedió como hemos dicho, al reconocimiento de los restos mortales del santo, este sepulcro estaba encubierto con «una tumba de tablas, fecha como atahud, muy grande, pintada; e tenia pintada fazia la mano derecha, commo el Sancto edificaba una puente, e allí los canteros e maestros que lo fazian, a él otros y alli pintado. E de la otra parte non se pudo saber qué estaba pintado»[64]. Ignoramos por el momento la fecha en la que fue realizado este tercer sepulcro del santo que, por desgracia, no conservamos. Es posible que se tratase ya de un ejemplar gótico, quizá del siglo XIV, parecido al arca sepulcral también de madera pintada de San Isidro, santo contemporáneo de San Juan de Ortega, y que como en el caso de este último, la pieza pintada es también el tercer sepulcro que dispuso el santo[65].

No fueron éstos los únicos sepulcros medievales relacionados con el santo. Todavía en el transcurso del siglo XV, en 1464, se emprendió un nuevo sepulcro-baldaquino patrocinado por los Fernández de Velasco, obra de gran belleza realizada a escala monumental y decorada con la suntuosidad característica del gusto de la época, cuya cronología rebasa el ámbito que tratamos[66]. El sepulcro contiene numerosas escenas alusivas a la vida y milagros del santo arquitecto de gran interés iconográfico. Reproducimos la escena que representa a sus devotos y peregrinos enfermos junto a su tumba.

 

 

El Sepulcro de San Lesmes

Riguroso contemporáneo de Santo Domingo de la Calzada es Adelelmo, mejor conocido como San Lesmes, natural de Loudun (Poitou), abad de la famosa abadía de la Chaise-Dieu, y venido a España a requerimientos posiblemente de la esposa de Alfonso VI, D.a Constanza. El rey lo colocó en 1091 al frente del monasterio de San Juan Bautista que había fundado a las puertas de la ciudad de Burgos, para la atención de su hospital anexo. A tal fin destinaría la capilla de San Juan Evangelista que había mandado edificar para sepultura de pobres y peregrinos. Su biógrafo Rodulfo le atribuye también la construcción de un puente y la desecación de lagunas[67]. A su muerte el 30 de enero de 1097 fue enterrado en la capilla de San Juan, atrayendo pronto los milagros efectuados en la tumba numerosos devotos. Afortunadamente conservamos su primitivo sepulcro, un sencillo sarcófago de piedra liso, sin ornamentación, con cubierta trapezoidal a doble vertiente, en suave pendiente, cuyos orígenes remontan en la Península a la tapa del sarcófago de Ithacio del siglo V, que tuvo una notable descendencia en los siglos XI y XII, a juzgar por el gran número de ejemplares, con o sin decoración, que reproducen su tipología y han llegado hasta nosotros, desde Asturias a Aragón[68]. No fue infrecuente en la Edad Media la utilización de este tipo de sepulcros, incluso entre la nobleza, como fue el caso del sarcófago romano reutilizado en el siglo X por el Conde de Castilla Fernán González para ser enterrado, en el monasterio de San Pedro de Arlanza completamente liso[69]. El tipo fue muy prodigado entre los primitivos sepulcros de santos, por razones obvias de humildad. Los santos han preferido para sí enterramientos modestos[70]. Aunque es muy posible que en el siglo XII se le hubiera elaborado un bello sepulcro artístico, como los de Santo Domingo o San Juan ya vistos, hoy no conservamos más que una efigie yacente del santo, perteneciente sin duda a otro sepulcro muy posterior que se labraría con ocasión del traslado de sus restos a la nueva iglesia de San Lesmes levantada en su honor en el siglo XV-XVI. Este yacente de San Lesmes que se venera actualmente en la nave central, a los pies del presbiterio de la iglesia, ha sido atribuido recientemente al Maestro de Cobarrubias y habría sido realizado a fines del siglo XV o principios del siglo XVI[71].

 

 

El sepulcro de Pedro Deustamben, en San Isidoro de León

En San Isidoro de León, en la estancia contigua al pórtico, se conserva actualmente el sepulcro de Pedro de Dios, del que apenas sabemos más que lo que nos dice su epitafio:

Hic requiescit Petras de Deu, qui superaedificavit Eclessiam hanc. Iste fundavit pontem, qui dicitur de Deus tamben; quia erat vir mirae abstinentiae, multis florebat miraculis, omnes eum laudibus praedicabant. Sepultus est hic ab Imperatore Adefonso, Sancta Regina.

De la lápida se deduce que este Pedro fue arquitecto de San Isidoro de león y ponteador y que murió con fama de Santidad, por su vida de austeridad y sus muchos milagros habiendo sido enterrado ahí por disposición de Alfonso VII y la reina Sancha. Como ya observó el profesor S. Moralejo no debemos confundirlo con el Pedro Peregrino, a quien la guía del Codex Calixtinus rememora entre los viatores que repararon el Camino, entre Rabanal y la Ribera del Miño y quien reconstruyó el puente de Portomarin[72]. Los estudiosos de la arquitectura de la iglesia de San Isidoro han interpretado el «superedificavit» de la lápida funeraria alusiva a las bóvedas de la cubierta, que es lo que quedaría por terminar de la basílica antes de la consagración de 1149[73].

Su sepulcro representa la efigie del santo arquitecto grabada en la zona superior de la tapa mientras dos ángeles le inciensan, motivo en el que hemos de ver una clara alusión a su beatitud. Se realza de esta manera su muerte santa, tal como lo consideraron sus contemporáneos, si bien aún no ha sido canonizado por la Iglesia. En el chaflán del borde da comienzo el largo epitafio al que hemos aludido[74]. Sepulcros con la efigie del difunto grabada sobre la tapa las encontramos también en otras sepulturas románicas de la Colegiata, como la de su primer abad D. Menendo (h. 1167) a quien se le representa vestido con ornamentos pontificales, mitra y báculo. Todas ellas tienen su precedente en el cenotafio de García, último conde de Castilla, cuya cubierta reproduce la efigie grabada del conde, a quien se le representa vestido con el brial de mangas largas y talle ceñido, ballugas y calzas en los pies, la corona condal sobre la cabeza y una flor de lis en la mano izquierda. Junto a los pies, figura su nombre y en el frente del arca una inscripción hace alusión a las circunstancias de su muerte violenta[75].

Sabemos que el sepulcro de Pedro Deustamben estuvo situado en el ángulo suroccidental de la iglesia basilical. Este hecho, poco frecuente todavía en el siglo XII, encuentra plena justificación, en la fama de Santidad que gozó el arquitecto ya en vida[76]. Aunque la iglesia no permitió durante la Alta Edad Media los enterramientos en el interior de «las basílicas de los santos», según la conocida disposición del Concilio Bracarense I, constituía una excepción a esta regla aquellos que había llevado una vida santa, lo cual sería recogido posteriormente, ya en pleno siglo XIII por la legislación civil, en las Partidas. Éstas, como es sabido, reconocieron el derecho a ser enterrados en el interior de las iglesias a determinadas personas, «Reyes y las reynas et sus fijos, et los obispos, et los abades, et los priores, et los Maestres, et los comendadores que son perlados de las órdenes et de las eglesias conventuales, et los ricos homes, et los otros hombres honrados que ficiesen eglesias de nuevo ó monesterios, et escogesen en ellas sus sepolturas; et de todo otro home quier sea clérigo o lego que lo meresciese por santidat de buena vida et de buenas obras...» (Partida Primera, título XIII, ley XI)[77]. La legislación eclesiástica, no obstante, mantuvo este espíritu desde los primeros siglos, dado el culto y la veneración que siempre ha tenido a los santos. Por otra parte, no deja de ser significativo el hecho de que haya sido Alfonso VII uno de los soberanos que promovió en su reino, al menos de deseo, los enterramientos en el interior de las Iglesias. Así lo pretendió para los reyes por ejemplo en el monasterio de San Salvador de Oña en 1137 demandando de los responsables el traslado de los monarcas desde el exterior al interior de la iglesia. Y él mismo sería enterrado en una capilla de la Catedral de Toledo, la vieja mezquita convertida en templo cristiano, cuando murió en 1157[78].

 

 

San Gonzalo de Amarante

Finalmente no queremos dejar de aludir al caso de San Gonzalo de Amarante, cuya vida es algo posterior a la de los santos que hemos tratado, pero como ellos fue también arquitecto y ponteador, siendo muy venerado por los peregrinos del Camino portugués a Santiago de Compostela[79]. Los hagiógrafos sitúan su nacimiento en 1187. Después de ordenarse sacerdote realiza una larga peregrinación a Roma y a Tierra Santa. A su regreso se instala en Amarante, viviendo vida de ermitaño y edifica allí mismo una iglesia en honor de la Virgen. Más tarde entra en contacto con los dominicos establecidos en Guimaraes, una de las nuevas órdenes religiosas que se difundían por Europa entonces, y toma él allí mismo el hábito. Después vuelve a Amarante y construye un puente sobre el río Tamega conmovido por las dificultades que tenían los viandantes para vadear el río. En su construcción se produjeron numerosos milagros.

A su muerte en 1259 es enterrado en la iglesia o capilla que habría construido que pronto se convierte en un afamado centro de peregrinación. Veinte años después en 1279 la iglesia se titulaba ya de San Goncalo lo que evidencia la difusión de su devoción[80]. Conservamos la estatua yacente medieval del santo que todavía hoy recibe culto en el convento de San Gonzalo donde tiene dispuesto su sepulcro de granito en la capilla mayor en el lado de la Epístola. Sabemos que este convento fue erigido en 1540 por Juan III si bien se acabó casi un siglo después. Pero la efigie debió de pertenecer a una iglesia anterior. La estatua es de piedra calcárea policromada y representa al Santo con el hábito dominicano, un libro en la mano derecha y el báculo en la izquierda. A sus pies se ha esculpido un puente de dos arcos con dos contrafuertes que será habitual en la iconografía del santo como podemos ver en muchas de sus efigies del siglo XVI-XVIII[81]. Su cabeza apoyada en doble almohada presenta los rasgos del rostro completamente desfigurados a causa del continuo devenir de sus devotos y peregrinos que tocan el rostro y lo besan testimoniando de esta manera que su culto permanece hoy todavía vivo.

Hemos visto cómo el Camino de Santiago, convertido en itinerario cultual sembrado por los sepulcros de los santos que se encontraban a la vera del camino y que los peregrinos debían visitar, propició la figura de un nuevo tipo de santo, la del santo constructor entregado a la atención de los peregrinos. Sus sepulcros recibieron también culto e incluso algunos de ellos como los de Santo Domingo, San Juan de Ortega o San Gonzalo dieron lugar a santuarios que desde entonces estuvieron plenamente integrados a la ruta jacobea.


 


 


 

NOTAS

 

* Agradezco muy vivamente a la prof. Dra. Carmen Lacarra Ducay su amable invitación a participar en este ciclo de conferencias organizado por la Cátedra Goya de la que es Directora. El texto que presentamos forma parte de un trabajo de investigación llevado a cabo sobre Los sepulcros de los Santos en la Edad Media en España, financiado por la UPV (código del proyecto UPV/EHU 157.130-HA154/97).

[1] Journal, P. «Le culte des reliques et son influence sur l'art chrétien» en La Maison-Dieu, 170, 1987, pp. 29-57, recogido en ídem, Liturgie au multiples visages. Mélanges, Roma, 1993; Duchesne, L., Les origines au culte chrétienne, Paris, 1925 (5.a ed.); Delahaye, H., Sanctus, essai sur le culte des saints dans Vantiquité, Bruselas, 1922; ídem, Les origines du culte des martyrs, Bruselas, 1933 (2.a ed.); Grabar, A. Martyrium. Recherches sur le culte des reliques et l'art chrétien antique, París, 1946; Lamberigts, M., Van Denn, P. (eds.), Martyrium in multidisciplinar^perspective. Memoriae L. Reekmans, Lovaina, 1995.

[2] Silvan, P. L., La basilique édifiée sur le tombe» en G. Morello (dir.), Pierre et Rome, vingt siecles dé-lan créateur, Roma, 1997; Saxer, V., «Le culte des apotres Pierre et Paul á Rome, en Les Cahiers de Saint Michel de Cuixá, XXIX, 1998, pp. 16-18; Ward-Perkins, J. B., «The shrine of St. Peter and its twelve spiral columns» en Studies in Roman and Early Christian Architecture, Roma, 1997.

[3]Guerra Campos, J., Exploraciones arqueológicas en torno al sepulcro del Apóstol Santiago, Saint-Jacques de Compostellae, 1982, pp. 535-566; Millán González-Pardo, I., «El mosaico del pavimento superior del edículo de Santiago y su motivo floral», en Compostellanum, XXXVIII, 1983, pp. 73-371; ídem, en Santiago de Compostela 1000 ans de Pélerinage Européen, Europalia, 1985, pp. 206-207; Carro Otero, J., Guía del Museo de S. Payo de Antealtares, Saint-Jacques, 1974, pp. 41-45; ídem, «Autel primitif du tombeau de l'Apotre Saint Jacques», en Europalia 1985, pp. 207-208.

[4] Véase al respecto el interesante trabajo de Hermann-Mascard, N., Les reliques des Saints. Formation coutumiere dUn droit, Paris, 1975, pp. 82-100.

[5] Sobre el papel del ornato en la decoración de las tumbas santas véase Hahn, C., «Seeing and Believing: the Construction of Sanctity in Early-Medieval Saints'Shrines», en Speculum, 72, 4, 1997, pp. 1079-1106; Lamia, S. and Valdez del Álamo, E. (eds.), Decorations for the holy dead. Visual embellishments on tombs and Shrines of Saints, Brepols, Turnhout, 2002.

[6] Serrano, L., Cartulario de San Millán de la Cogolla, Madrid, 1930, doc. 100, p. 113; doc. 101, pp.114-116.

[7]Hermann-Mascard, N., op. cit., p. 103.

[8] Ibidem, pp. 104-105; Vázquez, A., La sainteté en Occident aux derniers siécles du Moyen Age. D'aprés les procés de canonisation of les documents hagiographiques, Roma, 1981.

[9] Hermann-Mascard, N., op. cit., p. 177.

[10] Orlandis, J., «Las peregrinaciones en la religiosidad medieval» en Homenaje a J. M. Lacarra, II, Príncipe de Viana, 1986, pp. 607-614.

[11] Véase Maraval, P., Lieux Saints et pélerinages d'Orient: Histoire et Géographie des origines á la conquéte arabe, París, 1985, p. 138.

[12] Dupront, A., «Pélerinages et lieux sacres» en Mélanges F. Braudel, Paris, 1973, t. II, pp. 189-206; Sigal, P. A., L'homme et le miracle dans la France Médiéval XI-XII siecles, París, 1985, pp. 35 y ss.; Krótzl, Ch., «Miracles au tombeaux-miracles á distance: approches typologiques» en Denise Aigle (ed.), Miracle et Karama: Hagiographies médiévales comparées, Brepols, Turnhout, 2000, pp. 557-76.

[13] Hahn, C. «Seeing and Believing», op. cit., p. 1083.

[14] Un interesante estudio sobre la reutilización de objetos artísticos musulmanes para uso cristiano, en Shalem, A., Islam christianized. Islamic portable objects in the medieval church treasures of the Latin West, Frankfort, 1996.

[15] Braun, J., Die reliquiare des christlichen kultes und inre Entwicklung, Friburgo, 1940, Gauthier, M., Les routes de la foi: reliques et reliquaires de Jerusalen á Compostelle, Fribugo, 1983.

[16] Sobre el tema es esencial Duval, Y., Auprés des Saints corps et ame. L'inhumation «ad sanctos» dans la chrétienté d'Orient et d'Occident du IIIe au VIIe siécles, Paris, 1988.

[17] Itinerarium Egeriae, ed. P. Geyer, Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum, 39, 1898; Arce, A., Itinerario de la Virgen Egeria (381-384), Madrid, 1980; Testini, P., «Egeria e il sepolcro de Gerusalenne», en Peregrinatio Aetheriae. Atti del Convengo Internazionale sulla. Peregrinatio Egeriae: nel centenario della publicazione del Codex Aretinus 405 (Gia Aretinus VI, 3), Arezzo, 1990, p. 215.

[18] Véase el interesante estudio de Palmer, A. M., Prudentius on the martyrs, Oxford, 1989, pp. 268277. Para las peregrinaciones a Roma y tierra santa en esta época, Bardy, G., «Pélerinages á Rome vers la fin du IVe siécle», en Analecta Bollandiana, 57, 1949, pp. 224-235; Hunt, E. D., Holly Land Pilgrinage in Later Roman Empire A.D. 313-460, Oxford, 1982; Brown, P., The cult of the saints. Its rise and function in Latin Christianity, The University Chicago Press, 1981, pp. 30-37; Maraval, P., «Les pélerinages chrétiens au Proche-Orient des origines au VIIe siécle», en Les cahiers de Saint-Michel de Cuixá, XXXI, 2000, pp. 37, 46.

[19] Codex Calixtinus, Libro V, cap. III; Whitehill, W. H. (ed.), Liber Sancti Jacobi. Codex Calistinus. I. Texto, Santiago de Compostela, 1944; Moralejo, A., Torres, C., Feo, J., (trad.), Liber Sancti Jacobi. Codex Calixtinus, Santiago de Compostela, 1951, pp. 524-549; Vieillard, J. (ed. y trans.), La guide du pélerin de Saint-Jacques de Compostelle, Mácon, 1963; Bravo Lozano, M. (trans.), Guía del Peregrino Medieval («Codex Calixtinus»), Sahagún, 1989.

[20] Liber Sancti Jacobi, (ed. y trad.) A. Moralejo, C. Torres y J. Feo, op. cit. , pp. 524-549.

[21] Álvarez Palenzuela, V. A., «Fundamentos espirituales y manifestaciones religiosos en el Camino de Santiago» en García Turza, J. (coord.), El Camino de Santiago y la sociedad medieval, Logroño, 2000, pp.85-87.

[22] Cfr. Ubieto Arteta, A., «Apuntes para la biografía de Santo Domingo de la Calzada», Berceo, 82,

1972, p. 32.

[23] Véase la nota 48. También Moya Valgañón, J. G., Etapas de construcción de la Catedral de Santo Domingo de la Calzada, Logroño, 1991, p. 13; Bango, I. G., La cabecera de la Catedral de Santo Domingo de la Calzada, Madrid, 2000, p. 12.

[24] Calvo Espiga, A., «Santo Domingo de la Calzada, pionero de la laicidad en Europa», en Scriptorium Victoriense, XXXVIII, 1, 2, Vitoria, 1991, pp. 189-196.

[25] Moralejo Álvarez, S., «El arte del Camino de Santiago» en El Camino de Santiago, P. Martínez (coord.), Lunwerg, 1991, p. 17.

[26] Vita S. Raimundi Tolosani. Acta Sanctorum, Julii, I, París, 1867, p. 1867; Douais, C., «La vie de Saint-Raymond, chanoine, et la construction de l'église Saint-Sernin. 1080-1118», en Mélanges sur Saint-Sernin de Toulouse, fasc. I, Toulouse 1894, pp. 7-22; también publicada en Bulletin de la Société Archéologique du Midi de la France, 1894, pp. 150-163.

[27]Cazes, Q., «Toulouse au XIe siécle: l'émergence de la ville médiéval», en Les Cahiers de Saint-Michel de Cuixá, XXXIII, 2002, pp. 27-43, especialmente pp. 33-37.

[28] Véase Lyman, T. W., «Raimond Gairard and Romanesque Building Campaigns at Saint-Sernin in Toulouse» en Journal of the society of Architetural Historians, XXXVII, 2, 1978, pp. 71-91; Durliat, M., Saint-Sernin de Toulouse, Toulouse, 1986; ídem, «Saint-Sernin á travers le temps», en Saint-Sermin de Toulouse. IX Centenaire Mélanges publiés par l'association du Neuvieme Centenaire, Toulouse, 1996, pp. 25-45. Una opinión contraria en Cabau, P., «Les données historiques relatives á la reconstruction de Saint-Sernin de Toulouse (XIe-XIIe siécles). Reevaluation critique», Mémoires de la Société Archéologique du Miidi de la France, LVIII, 1998, pp. 29-66.

[29] Fecha dada por el necrologio de Saint-Sernin. Durliat, M., «Saint-Sernin á travers le temps», op. cit. , p. 33, nota 29. Según este autor a su muerte estaban ya levantadas las dobles naves colaterales y la nave central se elevaba a la altura de las ventanas altas. Los últimos tramos hacia el Este estaban ya completamente acabados, es decir, abovedados.

[30] Cazes, Q., op. cit., p. 33, nota 61.

[31] Agradezco vivamente a don Daniel Cazes, conservador jefe del Musée Saint Raymond, Musée des Antiques de Toulouse y de la Basilique Saint-Sernin su amabilidad al haberme enviado varias reproducciones en Cdrom de la caja relicario y del busto-relicario de San Raymond, actualmente conservados en la Basílica.

[32] Para la efigie sepulcral de Hugo Libergier en la Catedral de Reims, puede verse Simson, O. von, La catedral Gótica. Los orígenes de la arquitectura gótica y el concepto medieval de orden, Madrid, 1982, fig. 8, p. 274; Panofsky, E., Arquitectura gótica y pensamiento escolástico, Madrid, 1986, pp. 34-35, lam. 1; Inglis, E., «Gothic Architecture and a Scholastic: Jean de Jandun's tractatus de Laudibus Parisius (1323)», Gesta, XLII, 1, 2003, p. 77, fig. 6.

[33] Bango Torviso, I., «La cabecera de la Catedral calceatense y la arquitectura hispana de su época» en La cabecera de la catedral calceatense y el tardorrománico hispano. Actas del Simposio en Santo Domingo de la Calzada (29 al 31 de enero de 1998), Santo Domingo de la Calzada, 2000, p. 96; ídem, La cabecera de la Catedral de Santo Domingo de la Calzada, Madrid, 2000.

[34] Un exhaustivo e interesante estudio apoyando esta hipotética ocupación del sepulcro, Español, Fr., «Santo Domingo de la Calzada: el cuerpo santo y los escenarios de su culto» en La cabecera de la Catedral Calceatense, op. cit. , pp. 207-282.

[35] «ad opus ecclesie Sancti Dominici de Calzada, libi sanctissimun hábeas eius requiescit, per quem Deus multa miracula operari dignatur». Cfr. Rodríguez de la Lama, I. Colección diplomática medieval riojana», Logroño, 1979, vol. III, p. 94, doc. 315.

[36] González de Tejada, J., Historia de Santo Domingo de la Calzada, Abrahán de la Rioja, patrón de los obispado de Calahorra y la Calzada y noticia de la fundación y aumentos de la Santa Iglesia Catedral y ciudad nobilísima de su nombre, Madrid, 1702, p. 178. El suceso se encuentra ya en el leccionario asturicense de fines del siglo XIII, hoy perdido, recogido por Tamayo y Salazar. Lo reproduce recientemente Caperos Sierra, A., Comentarios a los hagiógrafos de Santo Domingo de la Calzada, Gráficas Quintana, 2000, pp. 171-172

[37] El sepulcro-cenotafio ha sido estudiado por Sáenz Rodríguez, M., «El cenotafio de San Millán de la Cogolla en el monasterio de Suso», Berceo, 133, 1997, pp. 51-84; Sánchez Ameijeiras, R., «Imagery and interactivity ritual transaction at the Saint's Tomb», en Decorations for the Hoy Dead, op. cit., pp. 21-28.

[38] Esta interpretación que encuentra su justificación en la Vida de San Millán de Gonzalo de Berceo, en Silva Verastegui, S., «los sepulcros de los santos en la Edad Media en España. Aportaciones de la Iconografía a la literatura hagiográfica», en Memoria Eclesiae (en prensa).

[39] Moralejo, S., «Sello insignia de peregrino de Santo Domingo de la Calzada», en Santiago, camino de Europa. Culto y cultura en la peregrinación a Compostela. Monasterio de San Martín Pinario, Santiago, 1993. Catálogo n.° 32, pp. 291-295.

[40] 4.a dovela de la 5.a arquivolta izquierda.

[41] Sáenz, M., Escultura románica en la Rioja (siglos XI, XIIy pjrimera mitad del XIII), Tesis Doctoral, inédita, Logroño, vol. II, 1999, pp. 1127-1128.

[42] Sabemos a través del testimonio del padre Jerónimo Nebreda, abad de Silos en el siglo XVI, que una imagen de Santo Domingo con cautivos a sus pies, presidía la portada de acceso al pórtico de la iglesia monástica, desde la calle principal por donde los peregrinos entraban a venerar su sepulcro. El abad describió brevemente esta portada entre 1578 y 1580, De el monasterio de Santo Domingo de Silos, sus principios y sucesos. Una copia manuscrita del original fue reproducida por Ferotin, M., en Historia de lAbbaye de Silos, París, 1897, pp. 358-36 (el texto relativo a la puerta que nos ocupa). Véase Frontón Simón, I. M.a, «El Pórtico de la iglesia románica del Monasterio de Silos. Datos para la reconstrucción iconográfica de su portada exterior» en Boletín del Museo e Instituto «Camón Aznar», LXIV, 1996, pp. 65-98, especialmente las pp. 78-79; ídem, «Propaganda y autoafirmación de una institución monástica medieval: aproximación al programa iconográfico del pórtico de Silos», en Boletín del Museo e Instituto Camón Aznar, LXXI, 1998, pp. 173-199.

[43] Un magnífico estudio de portadas con la efigie del santo cuyas reliquias cobija la iglesia, en Sauerlander, W., «Reliquien, Altare und Portale», en Kunst und Liturgie in Mittelalter, Akten des Internationalen Kongress der Biblioteca Herziana un des Nederlands Institut de Rome, Rom, 28-30 September 1997, Sible de Blaaw, ed. 2000, pp. 121-134.

[44] Véase Español, F., Santo Domingo de la Calzada, op. cit., pp. 273-275.

[45] El trabajo fue expuesto oralmente por la autora en las VIII Jornadas de Arte y Patrimonio Regional. Arte Medieval en la Rioja. Prerrománico y Románico, Logroño, 29 y 30 de noviembre de 2002 (en prensa).

[46] Para la iconografía de Santo Domingo, Rincón García, W., «Aproximación a la iconografía de los santos del camino de peregrinación: Santo Domingo de la Calzada y San Juan de Ortega», en El Camino de Santiago, la hospitalidad monástica y las peregrinaciones, H. Santiago Otero, coord., S. L. 1992, pp.221-226.

[47] La miniatura aparece en la copia de la bula de indulgencias para los fieles que ayuden a construir la capilla sepulcral de Santo Domingo, en 1362. López de Silanes, C.; Sanz Ripa, E., Colección Diplomática calceatense Archivo Catedral (1125-1397), Logroño, 1935, Doc. 109. El sello del Concejo y la clave de la bóveda la reproduce Fernández Millán, J. M.a, Catedral de Santo Domingo de la Calzada, Santo Domingo de la Calzada, 1992, en la contraportada y en la p. 15.

[48] Las biografías más antiguas del santo que han llegado hasta nosotros datan de los siglos XVI-XVII y no se caracterizan por su rigor histórico. Así la de De la Vega, Fr. Pedro, Flos Sanctorum, Sevilla, 1572; y las de De la Vega, Fr., L. Historia de la vida y milagros de Santo Domingo de la Calzada, Burgos, 1606; González de Tejada, J., Historia de Santo Domingo de la Calzada, Abrahán de la Rioja, patrón de los obispado de Calahorra y la Calzada y noticia de la fundación y aumentos de la Santa Iglesia Catedral y ciudad nobilísima de su nombre, Madrid, 1702; Aguiano, M., Compendio historial de la provincia de la Rioja, de sus santos y milagrosos santuarios, Madrid, 1704; De Salvador, Fr. J., Compendio de la vida y milagros de Santo Domingo de la Calzada, Pamplona, 1787; Barruso y Melo, M., Historia del Glorioso Santo Domingo de la Calzada y de la ciudad de su nombre, Logroño, 1887. Para aspectos más literarios, De Entrambasaguas, J., Santo Domingo de la Calzada. El ingeniero del cielo, Madrid, 1940. Véase recientemente, Caperos Sierra, A., Comentarios a los hagiógrafos de Santo Domingo de la Calzada, Gráficas Quintana, 2000. La biografía crítica del santo está aún hoy por hacer. Cfr. Ubieto Arteta, A., «Apuntes para la biografía de Santo Domingo de la Calzada», en Berceo, 82, 1972, p. 35.

[49] Tamayo Salazar, J., Anamnesis sive conmemoratio Sanctorum Martyrologium Hispanum, tomo III, Lugduni, 1655, recogido en castellano en Caperos Sierra, A., op. cit., pp. 169-173.

[50] Moralejo Álvarez, S., Sello-insignia de peregrino, op. cit., p. 294.

[51] Sobre el tema, véase Gaiffier, B. de, «Un théme hagiographique: le pendu miraculeusement sauvé», en Etudes critiques d'hagiographie et d'iconologie, Bruxelles, 1967, pp. 199-232; Fradejas, J., «Leyenda del gallo de Santo Domingo», en Cuadernos para la Investigación de la Literatura Hispánica, 12, 1990, pp. 7-60; Lacarra, M. J., «El camino de Santiago y la literatura castellana medieval», en El camino de Santiago y la articulación del espacio hispánico, XX Semana de Estudios Medievales, Estella, 26 a 30 de julio de 1993; Pamplona, 1994.

[52] Español, Fr., op. cit., pp. 297 y ss.

[53] Moya Valgañón, J. G., Documentos para la historia, op. cit., p. 22.

[54] Íbidem, pp. 26-27.

[55] Para el manuscrito de la Academia de la Historia puede verse Ruiz García, E., Catálogo de la Sección de Códices, Madrid, 1997, pp. 491-492; De Sigüenza, Fr. José, Historia de la Orden de San Jerónimo, Libro III, cap. X, ed. Bailly Bailliére, 1907, tomo I; Flórez, E., España Sagrada, vol. XXVII, Madrid, 1772, pp. 353-383.

[56] Tomamos los datos biográficos de Lacarra, J. M.a y otros, Las peregrinaciones a Santiago, op. cit.,II, pp. 173-176.

[57] El testamento fue publicado en el Apéndice del Libro de Vázquez de Parga, L., Lacarra, J. M.ª y Uría Riu, J., Las peregrinaciones a Santiago, op. cit., tomo III, p. 16, n.° 4.

 [58]Véase López Martínez, N., San Juan de Ortega, Burgos, 1963; Valdivieso Ausín, B., San Juan de Ortega, hito vivo en el Camino de Santiago, Burgos, 1985; Andrés Ordax, S., San Juan de Ortega. Santuario del Camino Jacobeo, León, 1995.

 [59]Sánchez Ameijeiras, R., Investigaciones iconográficas sobre la escultura funeraria del siglo XIII en Castilla y León. Tesis Doctoral. Santiago de Compostela, 1993, pp. 150-151; ídem, «Una empresa olvidada del primer gótico hispano: la fachada de la Sala Capitular de la catedral de León», en Archivo Español de Arte, 276, 1996, p. 404.

[60] Hemos tratado el tema y sus variantes iconográficas en «Los sepulcros de los santos en la Edad Media en España: Aportaciones de la iconografía a la literatura hagiográfica», Memoria Ecclesiae, XXII (en prensa).

 [61]Tomado de Andrés Ordax, S., San Juan de Ortega, Santuario del Camino Jacobeo, León, 1995, pp. 27-28. El documento ha sido publicado íntegro por Martínez Burgos, M., «San Juan de Ortega», en Boletín de la Comisión Provincial de monumentos y de la Institución Fernán González de la ciudad de Burgos,114, 1951, pp. 360-378.

[62]  Sánchez Ameijeiras, R., «Una empresa olvidada...», op. cit., p. 404.

[63] Hahn, C., «Seeing and Believing», op. cit., p. 1081. Véase también Brown, P., The cult of the Saints, op. cit. , cap. 3.

[64] Sánchez Ameijeiras, R., Investigaciones Iconográficas, op. cit., p. 235.

[65]  Hemos tomado el texto de Andrés Ordax, S., San Juan de Ortega, op. cit., p. 26.

[66] San Isidro al parecer fue enterrado en el cementerio de la iglesia de San Andrés, en Madrid, en una sencilla y modesta sepultura. Pero la fama de los milagros llevó a Alfonso VIII a trasladar sus restos a un arca de piedra, dentro ya de la Iglesia, siendo sustituida en el siglo XIV por otro de madera adornado con pinturas alusivas a su vida y milagros que es la que se conserva actualmente. Véase Franco, A., Saber ver el Gótico, Leganés, 1987, p. 32.

[67] Además de la bibliografía mencionada, véase Ara Gil, Cl. J., «Escultura en Castilla y León en la época de Gil de Siloé. Estado de la cuestión», en Actas del Congreso Internacional sobre Gil Siloé y la Escultura de su época, Burgos 13-16 de Octubre de 1999, Burgos, 2001, pp. 155-157.

[68]Sobre San Lesmes y el monasterio de San Juan véase los trabajos publicados en las Actas del Simposio San Lesmes en su tiempo, López Santidrián, S. (dir.), Burgos, 1997. Sobre su vida Valcárcel Martínez, V., «La Vita Adelelmi de Rodulfo: Historia del texto, autor, datación y algunas cuestiones de orden literario», op. cit., pp. 107-124.

[69] Moralejo, S., «The tomb of Alfonso Ansúrez (1093): Its place and the role of Sahagún in the beginnings of Spanish Romanesque sculpture», en Santiago, Saint Denis and San Peter, the reception of the roman liturgy in Leon-Castile in 1080, New York, 1985, p. 65.

[70] Moralejo, S., «La reutilización e influencia de los sarcófagos antiguos en la España Medieval», en Colloquio sul reimpiego dei sarcofagi romani nel Medioevo, Pisa 5-12 September 1982, Marburg, 1984, p. 189. El sarcófago se encuentra actualmente junto con el de su esposa Sancha en la Colegiata de Cobarrubias.

[71] Reproducimos aquí el sarcófago de San Eutropio de San Eutropio de Saintes. Otros ejemplos en Komm, S., Heiligengrabmáler des 11. und 12. Jahrhunderts in Frankreich, Munich, 1990.

[72]  Hernández Redondo, J. I., «En torno al Maestro de Cobarrubias», en Actas del Congreso Internacional sobre Gil de Siloé y la escultura de su época, Burgos 13-16 de octubre de 1999; Burgos, 2001, pp. 258-260.

[73] LiberSancti Jacobi, Codex Calixtinus, trad. Moralejo, A., Torres, C., y Feo, J., Santiago de Compostela, 1951, p. 509 y n. 10; Moralejo Álvarez, S., «Artistas, patronos y público...», op. cit., p. 399. Los otros viatores que repararon el camino entre Rabanal y la Ribera del Miño: «Andrés, Rogerio, Alvito, Fortun, Arnaldo, Esteban y Pedro».

[74] Whitehill, W. M., Spanish romanesque architeture of the eleventh century, Oxford, 1968, p. 153; Williams, J., «Leon, The Iconography of the capital», en Cultures of Power, Lordship, Status, and Process in Twelfth-Century Europe, ed. Th. N. Bison, Pennsylvania, 1995, p. 257.

[75] Gómez Moreno, M., Catálogo Monumental de España. Provincia de León, Madrid, 1925, p. 212; Ídem, El arte románico. Esquema de un libro, Madrid, 1934, p. 106; Viñayo, A., León y Asturias. La España Románica, Madrid, 1979; p. 68.

[76] Viñayo, A., León y Asturias. La España Románica, op. cit., p. 68.

[77] Sobre el tema de la prohibición de los enterramientos en el interior de las iglesias véase Bango Torviso, I., «El espacio para enterramientos privilegiados en la arquitectura medieval española» en Anuario del Departamento de Historia y Teoría del Arte, IV, 1992, pp. 93-110.

[78] Las siete partidas del Rey don Alfonso X el Sabio cotejadas con varios códices antiguos por la Real Academia de la Historia, Madrid, 1807, t. I, p. 188. El subrayado es nuestro.

[79]  Bango Torviso, I., «El espacio para enterramientos», op. cit., p. 112.

[80] Ribeiro da Cunha, A. de M., Sao Gonzalo historia ou lenda, Amarante, 1995, Ídem, Sao Goncalo de Amarante un vulto en un culto, Vita Nora de Gaia, 1996.

[81] De 1279 es el testamento de Maria Johannis en el que se menciona la iglesia de San Gonzalo de Amarante. Citado por Ribeiro da Cunha, A. de M., Sao Goncalo.... un vulto, op. cit., p. 5.

[82] Cardoso, A., S. Gonçalo de Amarante. Lenda e Historia / o seu culto. Iconografía amarantina. Exposiçao Biblio-iconográfica, Amarante, 1978, p. 41, cat. 8.

 

 

FIGURAS

 

Fig. 1. Relicario de San Millán de la Cogolla, h. 1067.
Detalle «Dos peregrinos ciegos se acercan a tocar el arca
de San Millán y recuperan la vista».

 
 
 

Fig. 2. Sepulcro de San Ramón de Roda. Catedral de Roda de Isábena, h. 1175.
 
 
 

Fig. 3. Sepulcro de San Vicente de Ávila, iglesia de San Vicente, h. 1200.
 
 
 

Fig. 4. Sepulcro de San Millán de la Cogolla. Monasterio de Suso. Fines del siglo XII.
Detalle. «Dos peregrinos ciegos imploran ante la tumba del santo su curación».
 
 
 

Fig. 5. Mapas de rutas de peregrinación a Santiago de Compostela. Fotografía de P. Keller.
El Camino de Santiago. B. y M. Tate, Ed. Destino, Barcelona, 1987, fig. 41.
 
 
 

Fig. 6. Relicario de San Raymond Gairard. Toulouse. Basílica de Saint Sernin, siglo XIX.
Fotografía proporcionada por el Museo de Saint-Raymond, Toulouse.
 
 
 

Fig. 7. Relicario de San Raymond Gairard. Toulouse. Basílica
de Saint Sernin, siglo XIX. Detalle. «San Raymond Gairard
con un pergamino en el que aparece dibujada la planta
de la basílica románica».
Fig. 8. Busto relicario de San Raymond Gairard.
Toulouse. Basílica de Saint-Sernin, siglo XIX. San
Raymond Gairard como arquitecto, con la maqueta
de la basílica románica. Fotografía proporcionada
por el Museo de Saint-Raymond, Toulouse.
 
 
 
Fig. 9. Estatua yacente de Santo Domingo
de la Calzada. Catedral de Santo Domingo
de la Calzada, h. 1215.
Fig. 10. Estatua yacente de Santo Domingo de la
Calzada. Catedral de Santo Domingo de la Calzada,
h. 1215. Detalle.
 
 
 
Fig. 11. Imagen de Santo Domingo de laCalzada
con un peregrino. Sepulcro de Santo Domingo de la Calzada.
Catedral de Santo Domingo de la Calzada, h. 1215.
Fig. 12. Sepulcro de Santo Domingo de la Calzada.
Catedral de Santo Domingo de la Calzada, siglos XIII-XVIII.
 
 
 
Fig. 13. Sepulcro de San Juan de Ortega. Santuario de San Juan de Ortega, fines del siglo XII.
 
 
 
Fig. 14. Sepulcro de San Juan de Ortega, fines del siglo XII.
 
 
 

Fig. 15. Sepulcro de San Juan de Ortega,
fines del siglo XII. Cabecera «Agnus Dei».
Fig. 16. Sepulcro de San Juan de Ortega, fines del siglo XII.
«San Martín compartiendo la capa con un pobre».
 
 
 
Fig. 17. Sepulcro-baldaquino de San Juan de Ortega. Santuario de San Juan de Ortega, siglo XV (1464).
Detalle «Devotos y peregrinos rezando ante la tumba de San Juan de Ortega».
 
 
 
Fig. 18. Primitivo sepulcro de San Lesmes. Iglesia de San Lesmes de Burgos. Fines del siglo XI-principios del siglo XII.
 
 
 
Fig. 19. Sepulcro romano reutilizado en el siglo X,
de Fernán González. Colegiata de Covarrubias.
 
 
 
Fig. 20. Sarcófago de San Eutropio. Cripta de la iglesia de Saint Eutrope en Saintes.
 
 
 
Fig. 21. Estatua yacente de San Lesmes. Sepulcro de San Lesmes. Iglesia de San Lesmes de Burgos.
Fines del siglo XV-principios del siglo XVI.
 
 
 
Fig. 22. Sepulcro de Petrus Deustamben.
Real Colegiata de San Isidoro de León.
Mediados del siglo XII.
 
 
 

Fig. 23. Los caminos de Santiago. La ruta portuguesa.
 
 
 
Fig. 24. Estatua yacente de San Gonzalo de Amarante. Sepulcro de San Gonzalo.
Convento de San Gonzalo de Amarante, siglo XIV
 
 
 
 
 

 

 

LOS SEPULCROS DE LOS SANTOS CONSTRUCTORES
DEL CAMINO A SANTIAGO DE COMPOSTELA*

SOLEDAD DE SILVA Y VERÁSTEGUI
 

Los caminos de Santiago. Arte, Historia y Literatura / coord. por María del Carmen Lacarra Ducay, 2005, ISBN 84-7820-773-2, págs. 129-168