Introducción.

1.- Los autoleños representan “El Miserere de Yerga”.

2.- En Fitero alguno no está del todo de acuerdo.

I.- El Miserere de Bécquer.

1.- Estructura de El Miserere de Bécquer.

1.1.- La historia A+B.

1.2.- La historia a (I)+ b (II)+ c (III).

2.- Texto.

2.1.- Introducción (A).

El autor le explica al lector cómo conoció la sorprendente historia que le va a contar.

2.2.- Presentación. a (I).

De cómo el peregrino llega al conocimiento de la existencia de “El Miserere de la Montaña”.

2.3.- Nudo: b (II).

De cómo el peregrino llega a escuchar la mitad de “El Miserere de la Montaña”.

2.4.- Desenlace: c (III).

El peregrino enloquece, incapaz de terminar su Miserere.

2.5.- Conclusión (B).

El autor le explica al lector las dudas que tuvo al terminar de oír la historia que acaba de contar.

3.- Comentarios.

1.- El Salmo 50, Miserere mei, Deus…

1.1.-El Salmo 50 en la Leyenda de Bécquer.

1.2.-Texto y traducción del Salmo 50.

1.3.- Historia del uso del salmo 50.

1.4.- ¿Por qué el Miserere a las 11 de la noche del Jueves Santo?

1.5.- ¿Anduvo Mozart por medio?

2.- Fantasía y realidad en el relato de Bécquer.

2.1.- La intención del autor.

2.2.- Una realidad escueta hace verosímil una fantasía desbordada.

2.3.- Dos textos paralelos. Maese Pérez el Organista y El Monte de las Ánimas.

II.- El Monasterio de Yerga.

 

Introducción.

 

1.- Los autoleños representan “El Miserere de Yerga”.

 

 El 22 de junio del 2011 aparecía en La Rioja una crónica de E. Espinosa que decía lo siguiente:

“En la noche del 2 de julio, entre las ruinas del monasterio cisterciense del monte de Yerga, en Autol, emergerán de nuevo los espectros de los monjes que antaño ocuparon el templo y se les escuchará cantar el Salmo de David.

Esta escena es posiblemente la más sobrecogedora del 'Miserere de la Montaña', un legado de Gustavo Adolfo Bécquer que los autoleños recrean año tras año a modo de representación de luz y sonido.

La adaptación, que respeta íntegramente el texto del escritor del siglo XIX, cumple el próximo 2 de julio, sábado, su decimoctava edición, y en ella intervendrán 40 actores -vecinos de Autol- y 30 técnicos.

La Cofradía del Santísimo Sacramento de Autol puso en marcha el conocido como 'El Miserere de Yerga' en 1992 de un modo un tanto rudimentario […].El montaje, sin embargo, dio un giro espectacular hace cuatro años gracias al apoyo de nuevos colaboradores, más presupuesto, medios técnicos más sofisticados y profesionales como Daniel Cristóbal Marín, responsable del sonido y la iluminación del espectáculo...”

 

 

2.- En Fitero alguno no está del todo de acuerdo.

 

El lunes 11 de agosto de 2008, en su blog www.noticiasdefitero.com, Serafín Olcoz publicaba la siguiente entrada:

 

“Fitero pierde parte de sus señas de identidad.  En 1992, los vecinos de Autol decidieron relacionar la leyenda fiterana de Gustavo Adolfo Bécquer, El Miserere, con la falsa leyenda de que el monasterio de Fitero tuvo su primer asentamiento cerca de la cima del monte Yerga y, a partir de esta carambola sin base histórica alguna, desarrollaron la puesta en marcha anual de una representación teatral de esta leyenda en las ruinas de la ermita de Yerga. Bien es verdad que esta representación está muy bien realizada y que es de gran interés turístico.

Lo malo es que estos vecinos de Autol, para justificar lo injustificable, le han añadido a la leyenda de Bécquer un preámbulo que ayuda a justificar con retorcidos hechos históricos la localización del monasterio que dio lugar al Miserere de la Montaña con la ermita/granja de Yerga. Hasta aquí, para los fiteranos poco tendría que afectarnos a excepción de que esta tergiversación de la Historia contribuye a enturbiar la de los orígenes del monasterio de Fitero, perjudicando a los alfareños ya que el primer asentamiento cisterciense en el que, temporalmente, se instaló San Raimundo de Fitero, tras cruzar los Pirineos procedente del monasterio de l'Escaladieu, fue el de Niencebas (despoblado de Alfaro), en la falda meridional de Yerga.

Además, los vecinos de Autol han decidio apropiarse de una de las principales señas de identidad de la villa de Fitero, como es la de su Patrón: San Raimundo. En su tergiversación histórica se inventaron que el fundador de la Órden Militar de Calatrava fue abad de Yerga antes de trasladar su comunidad desde la cima de este monte a su falda, esto es, a Niencebas. No hay ningún documento que diga que, como pretenden estos falsarios de la Historia, acredite que San Raimundo fuese abad de Yerga, entre otras cosas porque en Yerga jamás hubo un monasterio y menos aún un abad.

Lo peor no es esto sino que con ello Fitero pierde sus señas de identidad pues, poco a poco, se diluye su Historia y se pierde la relación entre el primer abad y fundador del monasterio de Fitero, San Raimundo, y la villa que lo honra como su Patrón. Al que, por cierto, los autoleños no lo citan como San Raimundo de Fitero sino como San Raimundo, abad de Yerga, donde éste nunca llegó a estar en toda su vida.

Ahora bien, dado que al Ayuntamiento y a la Parroquia de Fitero no les preocupa deshacer este entuerto y reivindicar su gloriosa Historia sin que otros se la usurpen, ¿por qué debería importarle a los fiteranos que los de Autol hayan dicho y hecho lo que han hecho con El Miserere y con San Raimundo?”

 

El sábado 26 de julio de 2008 ya había publicado otra que decía así:

Yerga: El monasterio que nunca existió. En el cercano monte Yerga (sector central del Sistema Ibérico) están las ruinas de la desaparecida ermita de Nuestra Señora de Yerga que, desde finales del siglo XII hasta la Desamortización de Mendizábal del segundo tercio del siglo XIX, había sido una granja cisterciense del imperial monasterio de Santa María la Real de Fitero.

Tras la citada Desamortización de 1835, la imagen románica de la virgen de Yerga fue trasladada a la parroquia de Autol y la ermita de Yerga quedó abandonada y se arruinó al no ser mantenida por sus nuevos propietarios: los vecinos de Autol, tras quedar completamente desvinculada del pasado histórico que le unía con el monasterio de Fitero.

En el monte Yerga nunca hubo un monasterio, ni cisterciense ni de ninguna otra clase. Tan sólo fue una pequeña ermita que adquirieron los monjes de Fitero, cuando ya llevaban instalados más de medio siglo en el valle del Alhama, para aprovechar los pastos de este monte e instalar, cerca de su cima, una pequeña granja que, con el tiempo, se convirtió en ermita. Todo lo demás pertenece al magnífico y divertido mundo de los mitos y las leyendas que tanto abundan y que son tan populares.”

Vayamos por partes. Primero hablaremos de El Miserere de Bécquer y luego de la historia del antiguo monasterio de Yerga.

 

 

 

I.- El Miserere de Bécquer.

 

1.- Estructura de El Miserere de Bécquer.

 

Bécquer en El Miserere cuenta dos historias, una inserta en la mitad de la otra, que son el relato del fracaso en la lectura y del fracaso previo en la escritura de una extraña partitura de un Miserere inacabado.

Las extrañas indicaciones de esa partitura quedan ininteligibles y misteriosas para el intérprete y en su origen quedaron incompletas por parte de su autor.

Son las anotaciones nada locas de un compositor que mientras las hacía se volvió loco, pero por motivos que el intérprete se resiste a admitir como verdaderos.

Las dos historias tienen narradores distintos y se desarrollan en dos planos temporales distintos.

 

Su esquema básico sería: Relato = (A + [a (I) +b (II) +c (III)] + B).

 

1.1.- La historia A+B.

Se desarrolla en el momento en el que Bécquer la cuenta al lector, es decir, algunos meses antes del 17 de abril de 1862, Jueves Santo, fecha de la publicación de El Miserere en "El Contemporáneo".

“Hace algunos meses que visitando  la célebre abadía de Fitero y ocupándome en revolver algunos volúmenes en su abandonada biblioteca, descubrí…”

 

La historia A-B presenta dos partes:

Introducción (A).

Situación inicial. Ruptura de la situación inicial. Búsqueda del componedor. Hallazgo del componedor.

Bécquer le cuenta al lector que, revolviendo en la biblioteca del monasterio de Fitero no hace mucho, encontró una partitura con extrañas indicaciones de ejecución, aparentemente fruto de una mente desequilibrada, y sobre cuyo origen preguntó al viejecito que le acompañaba.

 

Conclusión (B).

Fracaso del componedor. La ruptura de la situación inicial queda sin reparar para siempre.

Oída la explicación del viejecito acompañante, Bécquer le revela al lector su contrariedad por no tener los conocimientos suficientes para poder leer la partitura y decidir si la música transcrita en ella es o no el fruto de una mente nada más que perturbada.

 

1.2.- La historia a (I)+ b (II)+ c (III).

Se desarrolla muchos años antes de la exclaustración de 1835, en épocas en las que el monasterio de Fitero gozaba de esplendor:

“Hace ya muchos años, en una noche lluviosa y oscura, llegó a la puerta claustral de esta abadía un romero…”

Es la narración que le hace a Bécquer su anciano acompañante para aclararle el origen de la partitura que tanto le intriga.

 

La historia a (I) + b (II) + c (III) presenta las tres partes canónicas de toda narración:

Presentación: a (I).

 

Situación inicial. Ruptura de la situación inicial. Búsqueda del componedor. Hallazgo del componedor.

El anciano acompañante de Bécquer le cuenta cómo un peregrino compositor, que, para redimir su mal uso de la música, buscaba encontrar un Miserere sublime, llegó al conocimiento de la existencia de “El Miserere de la Montaña”.

 

Nudo: b (II). El componedor cumple su misión a medias.

El anciano acompañante de Bécquer le cuenta cómo el peregrino logra escuchar la mitad de  “El Miserere de la Montaña”.

 

Desenlace: c (III). Fracaso del componedor. La ruptura de la situación inicial queda sin reparar para siempre.

El anciano acompañante de Bécquer le cuenta cómo el peregrino enloquece al ser incapaz de escribir la partitura de “El Miserere de la Montaña” en la mitad no oída.

2.- Texto.

 

2.1.- Introducción (A).

El autor le explica al lector cómo conoció la sorprendente historia que le va a contar.

 

“Hace algunos meses[i] que visitando[ii] la célebre abadía de Fitero[iii] y ocupándome en revolver algunos volúmenes en su abandonada biblioteca[iv], descubrí en uno de sus rincones dos o tres cuadernos de música bastante antiguos, cubiertos de polvo[v] y hasta comenzados a roer por los ratones.

Era un Miserere[vi].

Yo no sé la música[vii]; pero le tengo tanta afición[viii], que, aun sin entenderla, suelo coger a veces la partitura de una ópera, y me paso las horas muertas hojeando sus páginas, mirando los grupos de notas más o menos apiñadas, las rayas, los semicírculos, los triángulos y las especies de etcéteras, que llaman llaves, y todo esto sin comprender una jota[ix] ni sacar maldito el provecho.

Consecuente con mi manía, repasé los cuadernos, y lo primero que me llamó la atención fue que, aunque en la última página había esta palabra latina, tan vulgar en todas las obras, finis[x], la verdad era que el Miserere no estaba terminado, porque la música no alcanzaba sino hasta el décimo versículo[xi].

Esto fue sin duda lo que me llamó la atención primeramente; pero luego que me fijé un poco en las hojas de música, me chocó más aún[xii]  el observar que en vez de esas palabras italianas que ponen en todas, como maestoso, allegro, ritardando, piú vivo, a piacere, había unos renglones escritos con letra muy menuda y en alemán[xiii], de los cuales algunos servían para advertir cosas tan difíciles de hacer como esto: Crujen... crujen los huesos, y de sus médulas ha de parecer que salen los alaridos; o esta otra: La cuerda aúlla sin discordar, el metal atruena sin ensordecer; por eso suena todo, y no se confunde nada, y todo es la Humanidad que solloza y gime; o la más original de todas, sin duda, recomendaba al pie del último versículo: Las notas son huesos cubiertos de carne; lumbre inextinguible, los cielos y su armonía... ¡fuerza!... fuerza y dulzura.

-¿Sabéis qué es esto? -pregunté a un viejecito que me acompañaba, al acabar de medio traducir estos renglones, que parecían frases escritas por un loco[xiv].

El anciano me contó entonces la leyenda que voy a referiros.”

 

2.2.- Presentación. a (I).  

De cómo el peregrino llega al conocimiento de la existencia de “El Miserere de la Montaña”.

“Hace ya muchos años, en una noche lluviosa y oscura[xv], llegó a la puerta claustral[xvi] de esta abadía un romero[xvii], y pidió un poco de lumbre para secar sus ropas, un pedazo de pan con que satisfacer su hambre, y un albergue cualquiera donde esperar la mañana y proseguir con la luz del sol su camino.

Su modesta colación, su pobre lecho y su encendido hogar, puso el hermano a quien se hizo esta demanda a disposición del caminante, al cual, después que se hubo repuesto de su cansancio, interrogó acerca del objeto de su romería y del punto a que se encaminaba[xviii].

-Yo soy músico -respondió el interpelado-, he nacido muy lejos de aquí, y en mi patria gocé un día de gran renombre. En mi juventud hice de mi arte un arma poderosa de seducción[xix], y encendí con él pasiones que me arrastraron a un crimen. En mi vejez quiero convertir al bien las facultades que he empleado para el mal, redimiéndome por donde mismo[xx] pude condenarme.

Como las enigmáticas palabras del desconocido no pareciesen del todo claras al hermano lego, en quien ya comenzaba la curiosidad a despertarse, e instigado por ésta continuara en sus preguntas, su interlocutor prosiguió de este modo:

-Lloraba yo en el fondo de mi alma la culpa que había cometido; mas al intentar pedirle a Dios misericordia, no encontraba palabras para expresar dignamente mi arrepentimiento, cuando un día se fijaron mis ojos por casualidad sobre un libro santo[xxi]. Abrí aquel libro y en una de sus páginas encontré un gigante grito de contrición verdadera, un salmo de David, el que comienza ¡Miserere mei, Deus! Desde el instante en que hube leído sus estrofas[xxii], mi único pensamiento fue hallar una forma musical tan magnífica, tan sublime, que bastase a contener el grandioso himno de dolor del Rey Profeta[xxiii]. Aún no la he encontrado; pero si logro expresar lo que siento en mi corazón, lo que oigo confusamente en mi cabeza[xxiv], estoy seguro de hacer un Miserere tal y tan maravilloso, que no hayan oído otro semejante los nacidos: tal y tan desgarrador, que al escuchar el primer acorde los arcángeles dirán conmigo, cubiertos los ojos de lágrimas y dirigiéndose al Señor: ¡misericordia!, y el Señor la tendrá de su pobre criatura.

El romero, al llegar a este punto de su narración, calló por un instante; y después, exhalando un suspiro, tornó a coger el hilo de su discurso. El hermano lego, algunos dependientes[xxv] de la abadía y dos o tres pastores de la granja de los frailes[xxvi], que formaban círculo alrededor del hogar[xxvii], le escuchaban en un profundo silencio.

-Después -continuó- de recorrer toda Alemania, toda Italia y la mayor parte de este país clásico para la música religiosa[xxviii], aún no he oído un Miserere en que pueda inspirarme, ni uno, ni uno, y he oído tantos, que puedo decir que los he oído todos.

-¿Todos? -dijo entonces interrumpiéndole uno de los rabadanes[xxix]- ¿A qué no habéis oído aún el Miserere de la Montaña?

-¡El Miserere de la Montaña! -exclamó el músico con aire de extrañeza-. ¿Qué Miserere es ése?

-¿No dije? -murmuró el campesino[xxx]; y luego prosiguió con una entonación misteriosa[xxxi]-. Ese Miserere, que sólo oyen por casualidad los que como yo andan día y noche tras el ganado por entre breñas y peñascales, es toda una historia; una historia muy antigua, pero tan verdadera como al parecer increíble. Es el caso, que en lo más fragoso de esas cordilleras, de montañas que limitan el horizonte del valle, en el fondo del cual se halla la abadía[xxxii], hubo hace ya muchos años, ¡qué digo muchos años!, muchos siglos, un monasterio famoso[xxxiii]; monasterio que, a lo que parece, edificó a sus expensas un señor con los bienes que había de legar a su hijo, al cual desheredó al morir, en pena de sus maldades[xxxiv]. Hasta aquí todo fue bueno; pero es el caso que este hijo, que, por lo que se verá más adelante, debió de ser de la piel del diablo, si no era el mismo diablo en persona, sabedor de que sus bienes estaban en poder de los religiosos, y de que su castillo se había transformado en iglesia[xxxv], reunió a unos cuantos bandoleros, camaradas suyos en la vida de perdición que emprendiera al abandonar la casa de sus padres, y una noche de Jueves Santo, en que los monjes se hallaban en el coro, y en el punto y hora en que iban a comenzar o habían comenzado el Miserere[xxxvi], pusieron fuego al monasterio, saquearon la iglesia, y a éste quiero, a aquél no, se dice que no dejaron fraile con vida. Después de esta atrocidad, se marcharon los bandidos y su instigador con ellos, adonde no se sabe, a los profundos[xxxvii] tal vez. Las llamas redujeron el monasterio a escombros; de la iglesia aún quedan en pie las ruinas sobre el cóncavo peñón, de donde nace la cascada, que, después de estrellarse de peña en peña, forma el riachuelo que viene a bañar los muros de esta abadía[xxxviii].

-Pero -interrumpió impaciente el músico- ¿y el Miserere?

-Aguardaos -continuó con gran sorna el rabadán-, que todo irá por partes. Dicho lo cual, siguió así su historia:

-Las gentes de los contornos se escandalizaron del crimen: de padres a hijos y de hijos a nietos se refirió con horror en las largas noches de velada; pero lo que mantiene más viva su memoria es que todos los años, tal noche como la en que se consumó, se ven brillar luces a través de las rotas ventanas de la iglesia; se oye como una especie de música extraña y unos cantos lúgubres y aterradores que se perciben a intervalos en las ráfagas del aire. Son los monjes, los cuales, muertos tal vez sin hallarse preparados para presentarse en el tribunal de Dios limpios de toda culpa, vienen aún del purgatorio a impetrar su misericordia cantando el Miserere[xxxix].

Los circunstantes se miraron unos a otros con muestras de incredulidad; sólo el romero, que parecía vivamente preocupado con la narración de la historia, preguntó con ansiedad al que la había referido:

-¿Y decís que ese portento se repite aún?

-Dentro de tres horas comenzará sin falta alguna, porque precisamente esta noche es la de Jueves Santo, y acaban de dar las ocho en el reloj de la abadía[xl].

-¿A qué distancia se encuentra el monasterio?

-A una legua y media escasa...;[xli] pero ¿qué hacéis? ¿Adónde vais con una noche como ésta? ¡Estáis dejado de la mano de Dios! -exclamaron todos al ver que el romero, levantándose de su escaño y tomando el bordón, abandonaba el hogar para dirigirse a la puerta.

-¿A dónde voy? A oír esa maravillosa música, a oír el grande, el verdadero Miserere, el Miserere de los que vuelven al mundo después de muertos, y saben lo que es morir en el pecado.

Y esto diciendo, desapareció de la vista del espantado lego y de los no menos atónitos pastores.

El viento zumbaba y hacía crujir las puertas, como si una mano poderosa pugnase por arrancarlas de sus quicios; la lluvia caía en turbiones, azotando los vidrios de las ventanas, y de cuando en cuando la luz de un relámpago iluminaba por un instante todo el horizonte que desde ellas se descubría[xlii].

Pasado el primer momento de estupor, exclamó el lego:

-¡Está loco!

-¡Está loco! -repitieron los pastores; y atizaron de nuevo la lumbre y se agruparon alrededor del hogar.

 

2.3.- Nudo: b (II).

 De cómo el peregrino llega a escuchar la mitad de “El Miserere de la Montaña”.

 Después de una o dos horas de camino[xliii], el misterioso personaje que calificaron de loco en la abadía, remontando la corriente del riachuelo que le indicó el rabadán de la historia, llegó al punto en que se levantaban negras e imponentes las ruinas del monasterio.

La lluvia había cesado; las nubes flotaban en oscuras bandas, por entre cuyos jirones se deslizaba a veces un furtivo rayo de luz pálida y dudosa; y el aire, al azotar los fuertes machones y extenderse por los desiertos claustros, diríase que exhalaba gemidos. Sin embargo, nada sobrenatural, nada extraño venía a herir la imaginación. Al que había dormido más de una noche sin otro amparo que las ruinas de una torre abandonada o un castillo solitario; al que había arrostrado en su larga peregrinación cien y cien tormentas, todos aquellos ruidos le eran familiares.

Las gotas de agua que se filtraban por entre las grietas de los rotos arcos y caían sobre las losas con un rumor acompasado, como el de la péndola de un reloj; los gritos del búho, que graznaba refugiado bajo el nimbo de piedra de una imagen, de pie aún en el hueco de un muro; el ruido de los reptiles, que despiertos de su letargo por la tempestad sacaban sus disformes cabezas de los agujeros donde duermen, o se arrastraban por entre los jaramagos y los zarzales que crecían al pie del altar, entre las junturas de las lápidas sepulcrales que formaban el pavimento de la iglesia, todos esos extraños y misteriosos murmullos del campo, de la soledad y de la noche, llegaban perceptibles al oído del romero que, sentado sobre la mutilada estatua de una tumba, aguardaba ansioso la hora en que debiera realizarse el prodigio.

Transcurrió tiempo y tiempo, y nada se percibió; aquellos mil confusos rumores seguían sonando y combinándose de mil maneras distintas, pero siempre los mismos.

-¡Si me habrá engañado! -pensó el músico; pero en aquel instante se oyó un ruido nuevo, un ruido inexplicable en aquel lugar, como el que produce un reloj algunos segundos antes de sonar la hora: ruido de ruedas que giran, de cuerdas que se dilatan, de maquinaria que se agita sordamente y se dispone a usar de su misteriosa vitalidad mecánica, y sonó una campanada..., dos..., tres..., hasta once.

En el derruido templo no había campana, ni reloj, ni torre ya siquiera.

Aún no había expirado, debilitándose de eco en eco, la última campanada; todavía se escuchaba su vibración temblando en el aire, cuando los doseles de granito que cobijaban las esculturas, las gradas de mármol de los altares, los sillares de las ojivas, los calados antepechos del coro, los festones de tréboles de las cornisas, los negros machones de los muros, el pavimento, las bóvedas, la iglesia entera, comenzó a iluminarse espontáneamente, sin que se viese una antorcha, un cirio o una lámpara que derramase aquella insólita claridad.

Parecía como un esqueleto, de cuyos huesos amarillos se desprende ese gas fosfórico que brilla y humea en la oscuridad como una luz azulada, inquieta y medrosa.

Todo pareció animarse, pero con ese movimiento galvánico que imprime a la muerte contracciones que parodian la vida, movimiento instantáneo, más horrible aún que la inercia del cadáver que agita con su desconocida fuerza. Las piedras se reunieron a piedras; el ara, cuyos rotos fragmentos se veían antes esparcidos sin orden, se levantó intacta como si acabase de dar en ella su último golpe de cincel el artífice, y al par del ara se levantaron las derribadas capillas, los rotos capiteles y las destrozadas e inmensas series de arcos que, cruzándose y enlazándose caprichosamente entre sí, formaron con sus columnas un laberinto de pórfido[xliv].

Un vez reedificado el templo, comenzó a oírse un acorde lejano que pudiera confundirse con el zumbido del aire, pero que era un conjunto de voces lejanas y graves, que parecía salir del seno de la tierra e irse elevando poco a poco, haciéndose cada vez más perceptible.

El osado peregrino comenzaba a tener miedo; pero con su miedo luchaba aún su fanatismo por todo lo desusado y maravilloso, y alentado por él dejó la tumba sobre que reposaba, se inclinó al borde del abismo por entre cuyas rocas saltaba el torrente, despeñándose con un trueno incesante y espantoso, y sus cabellos se erizaron de horror.

Mal envueltos en los jirones de sus hábitos, caladas las capuchas, bajo los pliegues de las cuales contrastaban con sus descarnadas mandíbulas y los blancos dientes las oscuras cavidades de los ojos de sus calaveras, vio los esqueletos de los monjes, que fueron arrojados desde el pretil de la iglesia a aquel precipicio, salir del fondo de las aguas, y agarrándose con los largos dedos de sus manos de hueso a las grietas de las peñas, trepar por ellas hasta tocar el borde, diciendo con voz baja y sepulcral, pero con una desgarradora expresión de dolor, el primer versículo del salmo de David: ¡Miserere mei, Deus, secundum magnam misericordiam tuam!

Cuando los monjes llegaron al peristilo[xlv] del templo, se ordenaron en dos hileras, y penetrando en él, fueron a arrodillarse en el coro, donde con voz más levantada y solemne prosiguieron entonando los versículos del salmo. La música sonaba al compás de sus voces: aquella música era el rumor distante del trueno, que desvanecida la tempestad, se alejaba murmurando; era el zumbido del aire que gemía en la concavidad del monte; era el monótono ruido de la cascada que caía sobre las rocas, y la gota de agua que se filtraba, y el grito del búho escondido, y el roce de los reptiles inquietos. Todo esto era la música, y algo más que no puede explicarse ni apenas concebirse, algo más que parecía como el eco de un órgano que acompañaba los versículos del gigante himno de contrición del Rey Salmista, con notas y acordes tan gigantes como sus palabras terribles.

Siguió la ceremonia; el músico que la presenciaba, absorto y aterrado, creía estar fuera del mundo real, vivir en esa región fantástica del sueño en que todas las cosas se revisten de formas extrañas y fenomenales.

Un sacudimiento terrible vino a sacarle de aquel estupor que embargaba todas las facultades de su espíritu. Sus nervios saltaron al impulso de una emoción fortísima, sus dientes chocaron, agitándose con un temblor imposible de reprimir, y el frío penetró hasta la médula de los huesos.

Los monjes pronunciaban en aquel instante estas espantosas palabras del Miserere:

In iniquitatibus conceptus sum: et in peccatis concepit me mater mea.

Al resonar este versículo y dilatarse sus ecos retumbando de bóveda en bóveda, se levantó un alarido tremendo, que parecía un grito de dolor arrancado a la Humanidad entera por la conciencia de sus maldades, un grito horroroso, formado de todos los lamentos del infortunio, de todos los aullidos de la desesperación, de todas las blasfemias de la impiedad; concierto monstruoso, digno intérprete de los que viven en el pecado y fueron concebidos en la iniquidad.

Prosiguió el canto, ora tristísimo y profundo, ora semejante a un rayo de sol que rompe la nube oscura de una tempestad, haciendo suceder a un relámpago de terror otro relámpago de júbilo, hasta que merced a una transformación súbita, la iglesia resplandeció bañada en luz celeste; las osamentas de los monjes se vistieron de sus carnes; una aureola luminosa brilló en derredor de sus frentes; se rompió la cúpula, y a través de ella se vio el cielo como un océano de lumbre abierto a la mirada de los justos.

Los serafines, los arcángeles, los ángeles y las jerarquías acompañaban con un himno de gloria este versículo, que subía entonces al trono del Señor como una tromba armónica, como una gigantesca espiral de sonoro incienso:

Auditui meo dabis gaudium et laetitiam: et exultabunt ossa humiliata.

En este punto la claridad deslumbradora cegó los ojos del romero, sus sienes latieron con violencia, zumbaron sus oídos y cayó sin conocimiento por tierra, y nada más oyó[xlvi].

 

2.4.- Desenlace: c (III).

 El peregrino enloquece, incapaz de terminar su Miserere.

 

Al día siguiente, los pacíficos monjes de la abadía de Fitero, a quienes el hermano lego había dado cuenta de la extraña visita de la noche anterior, vieron entrar por sus puertas, pálido y como fuera de sí, al desconocido romero.

-¿Oísteis al cabo el Miserere? -le preguntó con cierta mezcla de ironía el lego, lanzando a hurtadillas una mirada de inteligencia a sus superiores.

-Sí -respondió el músico.

-¿Y qué tal os ha parecido?

-Lo voy a escribir. Dadme un asilo en vuestra casa -prosiguió dirigiéndose al abad-; un asilo y pan por algunos meses, y voy a dejaros una obra inmortal del arte, un Miserere que borre mis culpas a los ojos de Dios, eternice mi memoria y eternice con ella la de esta abadía.

Los monjes, por curiosidad, aconsejaron al abad que accediese a su demanda; el abad, por compasión, aun creyéndole un loco, accedió al fin a ella, y el músico, instalado ya en el monasterio, comenzó su obra.

Noche y día trabajaba con un afán incesante. En mitad de su tarea se paraba, y parecía como escuchar algo que sonaba en su imaginación, y se dilataban sus pupilas, saltaba en el asiento, y exclamaba:

-¡Eso es; así, así, no hay duda..., así! Y proseguía escribiendo notas con una rapidez febril, que dio en más de una ocasión que admirar a los que le observaban sin ser vistos.

Escribió los primeros versículos y los siguientes, y hasta la mitad del Salmo, pero al llegar al último que había oído en la montaña, le fue imposible proseguir.

Escribió uno, dos, cien, doscientos borradores; todo inútil. Su música no se parecía a aquella música ya anotada, y el sueño huyó de sus párpados, y perdió el apetito, y la fiebre se apoderó de su cabeza, y se volvió loco, y se murió, en fin, sin poder terminar el Miserere, que, como una cosa extraña, guardaron los frailes a su muerte y aún se conserva hoy en el archivo de la abadía.

 

2.5.- Conclusión (B).

El autor le explica al lector las dudas que tuvo al  terminar de oír la historia que acaba de contar.

 

Cuando el viejecito concluyó de contarme esta historia, no pude menos de volver otra vez los ojos al empolvado y antiguo manuscrito del Miserere, que aún estaba abierto sobre una de las mesas.

In peccatis concepit me mater mea

Éstas eran las palabras de la página que tenía ante mi vista, y que parecía mofarse de mí con sus notas, sus llaves y sus garabatos ininteligibles para los legos en la música.

Por haberlas podido leer hubiera dado un mundo[xlvii].

¿Quién sabe si no serán una locura?

 

FIN

 

3.- Comentarios.

 

1.- El Salmo 50, Miserere mei, Deus…

 

1.1.-El Salmo 50 en la Leyenda de Bécquer.

El Salmo 50 (numeración de La Vulgata), conocido popularmente como El Miserere, es ya, desde el título, el verdadero protagonista de este relato fantástico, de esta “leyenda” de Bécquer.

Todo comienza con el examen por el narrador (supuestamente el propio Bécquer) de la  partitura de un Miserere incompleto en la que hay escritas en alemán unas muy chocantes indicaciones.

 La historia de esa partitura nos lleva a un compositor que peregrina por Europa buscando el Miserere que le inspire la composición de su propio Miserere, un Miserere sin parangón, de un Miserere definitivo. El compositor llega a Fitero y en Fitero oye hablar del prodigioso Miserere de la Montaña. Es el Miserere ultraterrenal que rememora el Miserere final de un Oficio de Tinieblas de Jueves Santo que tuvo un trágico final.  Logra oír sólo sus diez primeros versículos y se vuelve loco al ser incapaz de componer una música para los once restantes que se pueda igualar a la oída en los diez primeros.

Oída esa historia, el narrador siente no ser músico y no poder leer la extraña partitura incompleta para saber si no se trata de la obra de un simple loco.

Nada entenderá el lector de este relato si no está familiarizado con el texto de este salmo y con la historia de su uso. Empecemos por su texto y traducción.

 

1.2.-Texto y traducción del Salmo 50.

Salmo 50.- Miserere mei, Deus…..

 

1 In finem.

Psalmus David,

Del maestro de coro.

Salmo de David.

 

2 cum venit ad eum Nathan propheta,

quando intravit ad Bethsabee.

Cuando el profeta Natán lo visitó,

después que él se unió a Betsabé. 

 

3 Miserere mei, Deus, secundum magnam misericordiam tuam;

et secundum multitudinem miserationum tuarum, dele iniquitatem meam.

¡Ten piedad de mí, oh Dios, por tu bondad,

por tu gran compasión, borra mis faltas! 

 

4 Amplius lava me ab iniquitate mea,

et a peccato meo munda me.

¡Lávame totalmente de mi culpa

y purifícame de mi pecado!

 

5 Quoniam iniquitatem meam ego cognosco,

et peccatum meum contra me est semper.

Porque yo reconozco mis faltas

y mi pecado está siempre ante mí. 

 

6 Tibi soli peccavi, et malum coram te feci ;

ut justificeris in sermonibus tuis, et vincas cum judicaris.

Contra ti, contra ti solo pequé e hice lo que es malo a tus ojos.

Por eso, será justa tu sentencia y tu juicio será irreprochable.

 

 7 Ecce enim in iniquitatibus conceptus sum,

et in peccatis concepit me mater mea.

yo soy culpable desde que nací;

pecador me concibió mi madre. 

 

8 Ecce enim veritatem dilexisti ;

incerta et occulta sapientiæ tuæ manifestasti mihi.

Tú amas la sinceridad del corazón

y me enseñas la sabiduría en mi interior.

 

9 Asperges me hyssopo, et mundabor ;

lavabis me, et super nivem dealbabor.

Purifícame con el hisopo y quedaré limpio;

lávame, y quedaré más blanco que la nieve.

 

10 Auditui meo dabis gaudium et lætitiam,

et exsultabunt ossa humiliata.

Anúnciame el gozo y la alegría:

que se alegren los huesos quebrantados.

 

11 Averte faciem tuam a peccatis meis,

et omnes iniquitates meas dele.

Aparta tu vista de mis pecados

y borra todas mis culpas.

 

12 Cor mundum crea in me, Deus,

et spiritum rectum innova in visceribus meis.

Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,

y renueva la firmeza de mi espíritu.

 

13 Ne projicias me a facie tua,

et spiritum sanctum tuum ne auferas a me.

No me arrojes lejos de tu presencia

ni retires de mí tu santo espíritu.

 

14 Redde mihi lætitiam salutaris tui,

et spiritu principali confirma me.

Devuélveme la alegría de tu salvación,

que tu espíritu generoso me sostenga.

 

15 Docebo iniquos vias tuas,

et impii ad te convertentur.

yo enseñaré tu camino a los impíos

y los pecadores volverán a ti.

 

16 Libera me de sanguinibus, Deus, Deus salutis meæ,

et exsultabit lingua mea justitiam tuam.

¡Líbrame de la muerte, Dios, salvador mío,

y mi lengua anunciará tu justicia!

 

17 Domine, labia mea aperies,

et os meum annuntiabit laudem tuam.

Abre mis labios, Señor,

y mi boca proclamará tu alabanza.

 

18 Quoniam si voluisses sacrificium, dedissem utique ;

 holocaustis non delectaberis.

Los sacrificios no te satisfacen;

si ofrezco un holocausto, no lo aceptas.

 

19 Sacrificium Deo spiritus contribulatus ;

cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies.

Mi sacrificio es un espíritu contrito,

tú no desprecias el corazón contrito y humillado.

 

20 Benigne fac, Domine, in bona voluntate tua Sion,

ut ædificentur muri Jerusalem.

Trata bien a Sión por tu bondad;

reconstruye los muros de Jerusalén,

 

21 Tunc acceptabis sacrificium justitiæ, oblationes et holocausta ;

tunc imponent super altare tuum vitulos.

Entonces aceptarás los sacrificios rituales, las oblaciones y los holocaustos,

y se ofrecerán novillos en tu altar.

 

Sigamos con un resumen de la historia de su uso.

 

 

1.3.- Historia del uso del salmo 50.

 

El Miserere es uno de los “salmos penitenciales” clásicos. “Salmos penitenciales” o “salmos de confesión” es el nombre que se les da a los siguientes salmos de la Vulgata:

-         Psalmus VI (Domine, ne in furore tuo arguas me),

-         Psalmus XXXI (Beati quorum remissæ sunt iniquitates),

-         Psalmus XXXVII (Domine, ne in furore tuo arguas me),

-         Psalmus L Miserere (Miserere mei, Deus),

-         Psalmus CI (Domine, exaudi orationem meam),

-         Psalmus CXXIX (De profundis clamavi ad te, Domine),

-         Psalmus CXLII (Domine, exaudi orationem meam).

Todos ellos se cree piadosamente que fueron escritos por el Rey David para expresar la contrición que sentía por los pecados cometidos  y el deseo de enmendar su vida.

Al Salmo 50, el nombre de “salmo penitencial” le fue dado ya por la Iglesia primitiva porque ya en el propio texto bíblico se asocia al Miserere con el rey-profeta David. Dice el versículo 2 del Salmo 50: “Cuando el profeta Natán lo visitó, después que aquel se había unido a Betsabé”. Es decir, David lo habría compuesto para llorar el doble pecado que había cometido en la persona de Urías el heteo: había seducido a la mujer de éste y había ordenado que a él se le pusiera en primera línea de batalla para que los enemigos lo mataran, cosa que sucedió (II Libro de Samuel, cps. 11 y 12).

El texto del Miserere se ha hecho célebre por su muy acertada expresión de la humilde confesión del pecado, de la sincera contrición y del firme propósito de arrepentimiento, unidos  a la confiada súplica de misericordia y de perdón. Y es precisamente este acierto el que, a lo largo de la Historia de la Música Sacra, una y otra vez ha querido ser recreado, cada vez con mayor acierto, por los mejores compositores que a ello se han dedicado.

El peregrino de la Leyenda becqueriana lo deja muy claro:

“ -Lloraba yo en el fondo de mi alma la culpa que había cometido; mas al intentar pedirle a Dios misericordia, no encontraba palabras para expresar dignamente mi arrepentimiento, cuando un día se fijaron mis ojos por casualidad sobre un libro santo. Abrí aquel libro y en una de sus páginas encontré un gigante grito de contrición verdadera, un salmo de David, el que comienza ¡Miserere mei, Deus!

 Desde el instante en que hube leído sus estrofas, mi único pensamiento fue hallar una forma musical tan magnífica, tan sublime, que bastase a contener el grandioso himno de dolor del Rey Profeta.

 Aún no la he encontrado; pero si logro expresar lo que siento en mi corazón, lo que oigo confusamente en mi cabeza, estoy seguro de hacer un Miserere tal y tan maravilloso, que no hayan oído otro semejante los nacidos: tal y tan desgarrador, que al escuchar el primer acorde los arcángeles dirán conmigo, cubiertos los ojos de lágrimas y dirigiéndose al Señor:

 “-¡Misericordia!”,

 y el Señor la tendrá de su pobre criatura.”

El Miserere llegó a ocupar un lugar muy destacado, casi central, en el Officium Tenebrarum del que era su brillantísimo broche antes de la reforma litúrgica de 1903.

El Oficio de Tinieblas no era otra cosa que los maitines y laudes del oficio divino del Jueves, Viernes y Sábado Santos, anticipados a la caída de la tarde de la víspera correspondiente para que no se vieran obstaculizadas las celebraciones solemnes de estos días santos por el rezo del oficio divino.

El Oficio de Tinieblas, así llamado porque terminaba, casi a obscuras, a la llegada de las tinieblas de la noche, presentaba casi todas las características de un funeral: tonos musicales severos y sin acompañamiento de ningún instrumento; altares desnudos y con velas amarillas, como si fueran catafalcos; al final, la casi absoluta oscuridad y el canto del "Miserere".

Sus textos eran lo más bello y sublime que atesora la liturgia católica, y lo mismo podemos decir de su música.

Durante estos oficios, había en el presbiterio un tenebrario, un candelabro triangular con quince velas escalonadas de cera amarilla, que iban siendo apagadas una tras otra al fin de cada salmo cantado, empezando por el ángulo derecho inferior, quedando encendida solamente la más alta, que era de cera blanca.

Mientras se cantaba el "Benedictus" iban siendo apagadas también las velas del altar, y el templo quedaba casi en completa oscuridad, porque, durante el canto del "Miserere" final, la única vela encendida del tenebrario era ocultada en la sacristía o detrás del altar. Terminado el canto del "Miserere", los fieles producían un ruido estruendoso de carracas o matracas, que cesaba repentinamente al aparecer la luz de la vela ocultada.

El apagar sucesivo de las velas del tenebrario y del altar simbolizaba el abandono de los discípulos del Señor durante su pasión. La única vela que quedaba encendida al final representaba a Jesucristo. Era ocultada para significar su sepultura y su desaparición momentánea de este mundo, reapareciendo con nuevo brillo el día de su Resurrección. El ruido final, el popular “terremoto”, imitaba las convulsiones y trastornos que sobrevinieron a la naturaleza en el trance de la muerte del Salvador.

 

1.4.- ¿Por qué el Miserere a las 11 de la noche del Jueves Santo?

 

Para entender lo que sucede con “El Miserere de la Montaña” hay que tener en cuenta además lo siguiente:

Lo normal era que, para las 8 de la tarde del Miércoles, Jueves o Viernes Santos el Oficio de Tinieblas estuviera más que avanzado en cualquier iglesia o abadía. Solía empezar a media tarde (a las 17 ó 18 horas) y estaba previsto finalizarlo en el momento del ocultamiento del sol, cosa que, a mediados de abril, sucede hacia las 21 horas.

Pero en su Miserere, Bécquer busca a propósito la proximidad de la popular hora mágica para las apariciones, las doce de la noche. Y lo hace basándose en un hecho real en su tiempo que él conoce muy bien.

Hasta  las disposiciones de Pío X sobre la música sacra, que aparecieron el 22 de noviembre de 1903, el canto solemne del Miserere, adornado con todo tipo de recursos musicales y teatrales, en aumento constante desde el siglo XVII,  cerraba el Oficio de Tinieblas y era seguido por el estruendo de carraclas y matracas y otras formas menos civilizadas  de meter ruido, adoptadas por una muchedumbre que había aguantado toda la larga y compleja celebración litúrgica esperando este muy ansiado momento.

En la Catedral de Sevilla, Bécquer lo sabía bien, lo uno y lo otro, Miserere y “terremoto”, podían prolongarse hasta muy pasadas las diez de la noche. El Miserere de Hilarión Eslava—que era toda una ópera—desde 1835, comenzaba a las 21 horas, duraba 60 minutos y era seguido del popular “terremoto” que nadie tenía las mínimas ganas de terminar. En León Carlos Álvarez Santalo, “Las cofradías de Sevilla en el siglo de la crisis”, Universidad de Sevilla. Secretariado de Publicaciones, 1999. Ps. 103 ss. hay abundante información al respecto.

 

1.5.- ¿Anduvo Mozart por medio?

 

Una última observación. Es el peregrino protagonista de El Miserere de Bécquer, el que escribe en alemán y que conoce muy bien Alemania y su música sacra, sea una casualidad o no, es, lo subrayo, la antítesis de Mozart, el niño prodigio protagonista de esta conocida anécdota[xlviii].

Wolfgang Amadeus Mozart pasó su adolescencia viajando por toda Europa con su padre, dando conciertos. Cuando sólo tenía doce años, camino de Nápoles, los Mozart se detuvieron en Roma.

Era Semana Santa. En la Capilla Sixtina, en presencia del Papa, en el Oficio de Tinieblas del Miércoles y en el del Viernes se interpretaba el Miserere de Gregorio Allegri que, oído en aquel ambiente, en aquel contexto litúrgico y en la semioscuridad, causaba en los oyentes muy profundas emociones. Por ello, el Papa Urbano VIII, que había encargado la obra a Allegri, prohibió su transcripción y su ejecución fuera del Vaticano bajo pena de excomunión.

Mozart y su padre asistieron la madrugada del Miércoles Santo de 1769 a la interpretación del Miserere de Allegri en la Capilla Sixtina, atraídos por la fama de una música de la que todos hablaban pero que muy pocos habían escuchado.

 Al acabar el oficio regresaron a su alojamiento y el joven Mozart transcribió de memoria la música polifónica que acababa de oír, violando así la prohibición papal. Para asegurarse de que la transcripción era absolutamente fiel al original, padre e hijo volvieron a la Capilla Sixtina el siguiente Viernes Santo con la copia escondida en el sombrero de Wolfgang y realizaron algunas correcciones menores.

En aquellas fechas el padre de Mozart envió a su mujer desde Roma una carta en la que le decía:

[...] ¡Tenemos el Miserere! Wolfgang lo ha transcrito y te lo enviaríamos a Salzburgo junto a esta carta si no fuera necesario que estuviéramos nosotros allí para interpretarlo. Porque la manera de cantarlo contribuye, en mayor medida aún que la propia composición, al efecto que produce en el auditorio [...].

Los Mozart continuaron con sus viajes por Europa y en uno de ellos se cruzaron con el historiador británico Dr. Charles Burney, a quien dieron una copia de la partitura para que la publicara en Londres.

La reacción del Papa Clemente XIV cuando se enteró del robo efectuado por el niño prodigio no fue la excomunión, como hubiese sido de esperar, sino llamarle a Roma para alabar su maestría musical y concederle la orden de la Espuela de Oro.

 

 

2.- Fantasía y realidad en el relato de Bécquer.

 

2.1.- La intención del autor.

EL Miserere de Bécquer aparece en El Contemporáneo, en Madrid, el 17 de abril de 1862, Jueves Santo. Es un relato de Jueves Santo, escrito para ser leído el día de Jueves Santo, por unos lectores católicos y  conservadores, como el autor, habituados a admitir como normal la  irrupción de lo sobrenatural en lo natural, y que pueden agradecer que se les hable  de viejas historias fantásticas, aunque sean viejas y fantásticas, en las que  se viven ideas y experiencias que están en consonancia con lo que se celebra en las fechas señaladas en las que se cuentan.

No era la primera vez que Bécquer aprovechaba una ocasión así. En El Contemporáneo, el 7 de noviembre de 1861, a rebufo del Día de Difuntos, apareció El Monte de las Ánimas. También en El Contemporáneo, aprovechando el ambiente navideño, el 27 y el 29 de diciembre de 1861, había aparecido Maese Pérez el Organista.

Por cierto que ambos relatos tienen otras  importantes relaciones con El Miserere, aparte de ésta.

El lector actual de estas Leyendas tiene que saber que el medio en el que aparecieron y el ambiente en que se leyeron fueron  muy distintos de los suyos. Hoy leemos las Leyendas como textos literarios clásicos en excelentes y cuidadas ediciones que nos los ofrecen como tales.

En su origen las cosas fueron muy distintas.

A ver si nos entendemos. Las Leyendas de Bécquer, como la mayor parte de las pocas Rimas que publicó en vida, son textos que aparecieron en la sección “Variedades”  de unas publicaciones más o menos periódicas y duraderas que las ofrecía al lector como “divertimento”, como solaz y descanso al llegar al final de su lectura del periódico cansado, después de haber pasado por las noticias de la capital, las informaciones  de las provincias y las gacetillas políticas, económicas y sociales.

Eran una cosa menor, un detalle, un adorno elegante, un atractivo más que además le daban a la publicación cierta apariencia de prensa “culta” y “refinada”.

Bécquer conoce bien a sus lectores y no se llama a engaño. No corren ciertamente buenos tiempos para la lírica. Releamos el muy revelador comienzo de El Monte de las Ánimas:

“La Noche de Difuntos, me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas. Su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.

Intenté dormir de nuevo. ¡Imposible! Una vez aguijoneada la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarlo de la rienda. Por pasar el rato, me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.

 A las doce de la mañana, después de almorzar bien, y con un cigarro en la boca, no les hará mucho efecto a los lectores de El Contemporáneo. Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo, cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire de la noche.

Sea de ello lo que quiera, allá va, como el caballo de copas.”

 

2.2.- Una realidad escueta hace verosímil una fantasía desbordada.

Pero Bécquer es un narrador de raza que no se arredra ante la dificultad. Su historia fantástica de El Miserere lo es desde el comienzo. Sólo tiene una mínima apariencia objetiva que hace verosímil el resto[xlix].

Decía Cervantes, y certificaba Delibes, que buen narrador es el que inventa, el que miente con tal arte, con tal gracia y salero,  que logra convencernos a lectores u oyentes de que sus mentiras son más reales que la realidad misma. En cierta ocasión, en el madrileño Instituto Lope de Vega, Delibes les  contaba a las alumnas que  su tarea en “El Camino” había sido “muy sencilla”: sobre un mazo de folios en blanco, construir con las palabras adecuadas una aldea rural de la que los lectores acabasen convirtiéndose en vecinos.

Bécquer estuvo efectivamente en el balneario de Fitero entre mediados de 1861 y los primeros meses de 1862[l]. Bécquer conoció bien la accidentada historia del monasterio de Santa María La Real de Fitero y sus decanías, siempre en medio de los intereses políticos, económicos, laicos y eclesiásticos contrapuestos de Castilla, de Aragón y de Navarra[li]. Bécquer se informó de las historietas, cuentos y leyendas del contorno. Le interesaba el folklore[lii].

Si es verdad lo que cuenta en La Cueva de la Mora, hasta es posible que se desplazase hasta el antiguo monasterio de Yerga[liii]:

“Durante mi estancia en los baños, ya por hacer ejercicio que, según me decían, era conveniente al estado de mi salud, ya arrastrado por la curiosidad, todas las tardes tomaba entre aquellos vericuetos el camino que conduce a las ruinas de la fortaleza árabe, y allí me pasaba las horas y las horas escarbando el suelo por ver si encontraba algunas armas, dando golpes en los muros para observar si estaban huecos y sorprender el escondrijo de un tesoro, y metiéndome por todos los rincones con la idea de encontrar la entrada de algunos de esos subterráneos que es fama existen en todos los castillos de los moros. Mis diligentes pesquisas fueron por demás infructuosas.”

Bécquer utiliza estos hechos ciertos para construir una situación aparentemente real que haga verosímil la historia fantástica en la que nos está metiendo desde el comienzo. A Bécquer y a El Contemporáneo,  en la Semana Santa de 1862, les viene bien publicar un relato fantástico de Sema Santa que va a tener que ver, muy de lejos, con Fitero y sus alrededores, con la abadía de Fitero y su historia, con el antiguo monasterio del monte Yerga del que en absoluto tiene en cuenta ni la situación geográfica real ni la historia verdadera. Que Bécquer los conozca bastante bien, no le impide, si llega el caso, liarse la manta a la cabeza y ponerse el mundo por montera en cuestiones de elemental objetividad espacial o temporal.

Bécquer, sueña al monasterio del monte Yerga, en la realidad siempre pequeño, pobre y poco poblado, lo sueña construido en un poderoso castillo y convertido en una abadía grande, rica y habitada por una comunidad numerosa de monjes.

“Las piedras se reunieron a piedras; el ara, cuyos rotos fragmentos se veían antes esparcidos sin orden, se levantó intacta como si acabase de dar en ella su último golpe de cincel el artífice, y al par del ara se levantaron las derribadas capillas, los rotos capiteles y las destrozadas e inmensas series de arcos que, cruzándose y enlazándose caprichosamente entre sí, formaron con sus columnas un laberinto de pórfido.”

La geografía física real del monasterio de Yerga tampoco tiene nada que ver con la imaginada por Bécquer.

“Las llamas redujeron el monasterio a escombros; de la iglesia aún quedan en pie las ruinas sobre el cóncavo peñón, de donde nace la cascada, que, después de estrellarse de peña en peña, forma el riachuelo que viene a bañar los muros de esta abadía […]. Después de una o dos horas de camino, el misterioso personaje que calificaron de loco en la abadía, remontando la corriente del riachuelo que le indicó el rabadán de la historia, llegó al punto en que se levantaban negras e imponentes las ruinas del monasterio […]El osado peregrino […] se inclinó al borde del abismo por entre cuyas rocas saltaba el torrente, despeñándose con un trueno incesante y espantoso, y sus cabellos se erizaron de horror […] vio los esqueletos de los monjes, que fueron arrojados desde el pretil de la iglesia a aquel precipicio, salir del fondo de las aguas, y agarrándose con los largos dedos de sus manos de hueso a las grietas de las peñas, trepar por ellas hasta tocar el borde, diciendo con voz baja y sepulcral, pero con una desgarradora expresión de dolor, el primer versículo del salmo de David: ¡Miserere mei, Deus, secundum magnam misericordiam tuam!”

Por Fitero pasa el río Alhama que nada tiene que ver en su nacimiento o cauce con lo que en el Miserere cuenta Bécquer. El río Alhama nace en la Sierra del Almuerzo (Soria). Discurre por La Rioja y por Navarra (Baños de Fitero, Fitero, Cintruénigo y Corella) y desemboca en el Ebro. Los dos afluentes más importantes del Alhama son el Linares y el Añamaza, que en Fitero se le llama río de la Vega. Ambos nacen también en la provincia de Soria y desembocan en el Alhama en las proximidades de Ventas del Baño-Baños de Fitero.

 

Veamos cómo fue la geografía real del viejo monasterio:

 

El cisterciense Manuel Calatayud y Amasa, natural de Fuenterrabía (Guipúzcoa), que fue abad de Fitero en dos cuatrienios, el de 1736 y 1740 así como en el de 1752 y 1756, escribió en 1770 las “Memorias del Monasterio de Fitero” y realizó una detallada descripción de cómo estaba entonces lo que había sido el antiguo monasterio de Yerga: 

 

“El sitio que mereció recibir las primacías de los cistercienses, se halla en un pequeño monte, que se llama Yerga. Su figura es casi redonda y su mayor diámetro pasa de una legua de cuatro mil pasos geométricos, en la cima, y frecuentes pero muy angostos valles que (cría digo) forma, [en los que] se crían muchos árboles de diferentes especies y gran copia de arbustos, de los cuales hay algunos que producen bellotas. La iglesia y casa está situada en la mitad o medio de la cuesta que mira al occidente, a poca distancia se hallan dos fuentes, la una al septentrión de la casa, distante de ella como 150 pasos comunes. La otra a mediodía, que tendrá como 50 pasos de distancia. Muy cerca de esta fuente hay dos nogales, el uno de ellos muy grande y hermoso. Creo que vendrían otros muchos árboles de esta especie si se plantasen. Un poco más debajo de la misma fuente, hay un reducido huerto, porque lo angosto y quebrado del valle o barranco, no permite más. En él se crían avellanos y algunos otros árboles frutales y excelente hortaliza. Tiene, el monte, abundantes pastos para ganado mayor y menor, y tierras laborables en las laderas y cuestas, que se cultivan y que rinden trigo limpio y de buena calidad. De estas tierras algunas son del monasterio de Fitero, que tiene, también, su era para trillar. Las demás, en mucho mayor número, son de los lugares convecinos. Estos lugares son Grávalos y Autol. El primero está al austro o mediodía de la iglesia de Yerga, con una legua de distancia. Autol dista dos leguas de la misma iglesia, entre el occidente y septentrión.”

Cita tomada de Serafín Olcoz, http://noticiasdefitero.blogspot.com/2011/07/el-asesinato-de-la-romeria-de-yerga.html

 

2.3.- Dos textos paralelos. Maese Pérez el Organista y El Monte de las Ánimas.

Después de leer El Miserere, conviene no cerrar el libro de las Leyendas de Bécquer y proseguir con la lectura de Maese Pérez el Organista y del El Monte de las Ánimas.

Maese Pérez el Organista es otra magnifica historia que, como El Miserere, tiene como protagonista a la Música Sacra sobrenatural, aquí en el marco de una maravillosa Misa del Gallo. Bécquer nos cuenta la íntima unión entre un organista ciego y su viejo órgano, Unión que no desaparece hasta la muerte de ambos.

Maese Pérez el Organista se comporta con su órgano al revés de cómo lo hace la dueña del arpa en la historia que con tanta pena Bécquer nos cuenta en la Rima VII:

Del salón en el ángulo oscuro,

de su dueña tal vez olvidada,

silenciosa y cubierta de polvo

veíase el arpa.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas

como el pájaro duerme en las ramas,

esperando la mano de nieve

que sabe arrancarlas!

—¡Ay! —pensé—; ¡cuántas veces el genio

así duerme en el fondo del alma,

y una voz, como Lázaro, espera

que le diga: «¡Levántate y anda!».

!».

Maese Pérez el Organista es el relato en el que Bécquer hace unas insuperables descripciones de una sublime música nunca producida que, sólo imaginándola según Bécquer la describe, podremos “escuchar”. Son esas descripciones las que en El Miserere prefirió sólo sugerir.

Si se leen Maese Pérez el Organista y El  Miserere uno a continuación del otro, se llega a la conclusión de de que Bécquer escribió el segundo como la exacta antítesis del primero.

Maese Pérez el Organista es:

 

“Buena ganga tienen las monjas con su organista... ¿Cuándo se ha visto el convento tan favorecido como ahora?... De las otras comunidades puedo decir que le han hecho a maese Pérez proposiciones magníficas; verdad que nada tiene de extraño, pues hasta el señor arzobispo le ha ofrecido montes de oro por llevarle a la catedral... Pero él, nada... Primero dejaría la vida que abandonar su órgano favorito... ¿No conocéis a maese Pérez? Verdad es que sois nueva en el barrio... Pues es un santo varón; pobre, sí, pero limosnero cual no otro... Sin más parientes que su hija ni más amigo que su órgano, pasa su vida entera en velar por la inocencia de la una y componer los registros del otro... ¡Cuidado que el órgano es viejo!... Pues, nada, él se da tal maña en arreglarlo y cuidarlo que suena que es una maravilla... Como que le conoce de tal modo que a tientas..., porque no sé si os lo he dicho, pero el pobre señor es ciego de nacimiento... Y ¡con qué paciencia lleva su desgracia!... Cuando le preguntan que cuánto daría por ver responde: «Mucho, pero no tanto como creéis, porque tengo esperanzas». «¿Esperanzas de ver?» «Sí, y muy pronto -añade, sonriéndose como un ángel-; ya cuento setenta y seis años; por muy larga que sea mi vida, pronto veré a Dios...»

»¡Pobrecito! Y sí lo verá..., porque es humilde como las piedras de la calle, que se dejan pisar de todo el mundo... Siempre dice que no es más que un pobre organista de convento, y puede dar lecciones de solfa al mismo maestro de la capilla de la Primada; como que echó los dientes en el oficio... Su padre tenía la misma profesión que él; yo no le conocí, pero mi señora madre, que santa gloria haya, dice que le llevaba siempre al órgano consigo para darle a los fuelles. Luego el muchacho mostró tales disposiciones, que, como era natural, a la muerte de su padre heredó el cargo... ¡Y qué manos tiene! Dios se las bendiga. Merecía que se las llevaran a la calle de Chicarreros y se las engarzasen en oro... Siempre toca bien, siempre; pero en semejante noche como ésta es un prodigio... Él tiene una gran devoción por esta ceremonia de la Misa del Gallo, y cuando levantan la Sagrada Forma, al punto y hora de las doce, que es cuando vino al mundo Nuestro Señor Jesucristo..., las voces de su órgano son voces de ángeles...

»En fin, ¿para qué tengo de ponderarle lo que esta noche oirá? Baste el ver cómo todo lo más florido de Sevilla, hasta el mismo señor arzobispo, vienen a un humilde convento para escucharle; y no se crea que sólo la gente sabida y a la que se le alcanza esto de la solfa conocen su mérito, sino hasta el populacho. Todas esas bandadas que veis llegar con teas encendidas entonando villancicos con gritos desaforados al compás de los panderos, las sonajas y las zambombas, contra su costumbre, que es la de alborotar las iglesias, callan como muertos cuando pone maese Pérez las manos en el órgano... Y cuando alzan..., cuando alzan, no se siente una mosca...; de todos los ojos caen lagrimones tamaños, y al concluir se oye como un suspiro inmenso, que no es otra cosa que la respiración de los circunstantes, contenida mientras dura la música...”

 

Sin embargo, el Romero músico de El Miserere es:

 

“-Yo soy músico -respondió el interpelado-, he nacido muy lejos de aquí, y en mi patria gocé un día de gran renombre. En mi juventud hice de mi arte un arma poderosa de seducción, y encendí con él pasiones que me arrastraron a un crimen. En mi vejez quiero convertir al bien las facultades que he empleado para el mal, redimiéndome por donde mismo pude condenarme.

Como las enigmáticas palabras del desconocido no pareciesen del todo claras al hermano lego, en quien ya comenzaba la curiosidad a despertarse, e instigado por ésta continuara en sus preguntas, su interlocutor prosiguió de este modo:

-Lloraba yo en el fondo de mi alma la culpa que había cometido; mas al intentar pedirle a Dios misericordia, no encontraba palabras para expresar dignamente mi arrepentimiento, cuando un día se fijaron mis ojos por casualidad sobre un libro santo. Abrí aquel libro y en una de sus páginas encontré un gigante grito de contrición verdadera, un salmo de David, el que comienza ¡Miserere mei, Deus! Desde el instante en que hube leído sus estrofas, mi único pensamiento fue hallar una forma musical tan magnífica, tan sublime, que bastase a contener el grandioso himno de dolor del Rey Profeta. Aún no la he encontrado; pero si logro expresar lo que siento en mi corazón, lo que oigo confusamente en mi cabeza, estoy seguro de hacer un Miserere tal y tan maravilloso, que no hayan oído otro semejante los nacidos: tal y tan desgarrador, que al escuchar el primer acorde los arcángeles dirán conmigo, cubiertos los ojos de lágrimas y dirigiéndose al Señor: ¡misericordia!, y el Señor la tendrá de su pobre criatura.

El romero, al llegar a este punto de su narración, calló por un instante; y después, exhalando un suspiro, tornó a coger el hilo de su discurso. El hermano lego, algunos dependientes de la abadía y dos o tres pastores de la granja de los frailes, que formaban círculo alrededor del hogar, le escuchaban en un profundo silencio.

-Después -continuó- de recorrer toda Alemania, toda Italia y la mayor parte de este país clásico para la música religiosa, aún no he oído un Miserere en que pueda inspirarme, ni uno, ni uno, y he oído tantos, que puedo decir que los he oído todos.”

 

Maese Pérez es la humildad, el trabajo, la modestia, el amor callado y tozudo a su profesión  y a su instrumento en un aparentemente obscuro puesto de trabajo. La recompensa es la visión de Dios que recibe en premio y la música celestial que viniendo desde la otra vida puede producir.

 El romero del Miserere es la soberbia, la ambición desmedida,

“Aún no la he encontrado; pero si logro expresar lo que siento en mi corazón, lo que oigo confusamente en mi cabeza, estoy seguro de hacer un Miserere tal y tan maravilloso, que no hayan oído otro semejante los nacidos: tal y tan desgarrador, que al escuchar el primer acorde los arcángeles dirán conmigo, cubiertos los ojos de lágrimas y dirigiéndose al Señor: ¡misericordia!, y el Señor la tendrá de su pobre criatura,”

El bagabundeo a la búsqueda  de una inspiración que no llega y que cuando, por fin, la encuentra le sirve de castigo y no de premio. Decía Picasso, otro trabajador a destajo de su arte, que “lo decisivo es que “La Inspiración” nos encuentre trabajando”.

Bécquer, como Rosalía, como Maese Pérez el Organista, a diferencia del romero de El Miserere y de los grandes, magníficos, brillantes y muy triunfadores poetas románticos al uso, como, por ejemplo Zorrilla, es un poeta callado y trabajador que va haciendo una poesía pura, desnuda, humilde—“suspirillos germánicos” la denominaban despectivamente—, íntima, comunicada al oído en el sosiego de la habitación silenciosa y recogida del cómplice lector.

Poesía esencial, sin teatralidad, sin mala retórica, sin oropeles mundanos, radicalmente moderna, capaz de descubrirle al avezado lector la belleza de todas las cosas, capaz de adentrarlo en el misterio más recóndito del ser, en lo que de más divino hay en lo creado.

No se me va de la cabeza que Bécquer nada quería saber de los teatrales y profanos Misereres de los Oficios de Tinieblas de su tiempo, ese tipo de Miserere que buscaba el romero de la leyenda que comentamos, esos Misereres de Sevilla y de fuera de Sevilla que tanto gustaban en su tiempo, y de la matracada final que los seguía.

Creo que Bécquer prefería que sucediese lo que cuenta en Maese Pérez el Organista:

“…y no se crea que sólo la gente sabida y a la que se le alcanza esto de la solfa conocen su mérito, sino hasta el populacho. Todas esas bandadas que veis llegar con teas encendidas entonando villancicos con gritos desaforados al compás de los panderos, las sonajas y las zambombas, contra su costumbre, que es la de alborotar las iglesias, callan como muertos cuando pone maese Pérez las manos en el órgano... Y cuando alzan..., cuando alzan, no se siente una mosca...; de todos los ojos caen lagrimones tamaños, y al concluir se oye como un suspiro inmenso, que no es otra cosa que la respiración de los circunstantes, contenida mientras dura la música...”

 

Bécquer alabó la austera y recoleta semana santa zamorana en La  Ilustración de Madrid.

 

En El Monte de las Ánimas se cuenta las trágicas consecuencias provocadas por la infantil presunción y la coquetería cerril de una mujer fatal. Un tipo de corazón bien descrito en la Rima XLVII:

Yo me he asomado a las profundas simas
de la tierra y del cielo
y les he visto el fin o con los ojos
o con el pensamiento.

Mas, ¡ay! de un corazón llegué al abismo,
y me incliné por verlo,
y mi alma y mis ojos se turbaron:
¡tan hondo era y tan negro!

Los hechos que en las noches de la víspera del Día de Difuntos suceden en el Monte de las Ánimas tienen su cierto paralelo, incluso en el relato, de lo que sucede en el Monasterio de Yerga todas las noches de Jueves Santo:

“Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. […] Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos.”

 

Paralelos con El Miserere son, por ejemplo, ese “se oye doblar sola la campana de la capilla”—en el Miserere será un reloj que marca la hora fatal—; donde en el Miserere se escribe “Mal envueltos en los jirones de sus hábitos” aquí se dice “las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios”.

Paralelo es el odio y la sed de sangre que lleva a la muerte en dos paralelas inhumanas cacerías a los difuntos luego aparecidos.

 Paralela es la obcecada soberbia que hace que esa aparición provoque la locura y la muerte en el protagonista del Miserere y en la protagonista de El Monte de las Ánimas que ha provocado además la muerte de su primo.

 La teofanía contemplada con insensato atrevimiento y obcecada soberbia, eso se sabe desde siempre y lo sabe bien el pueblo más lego, se paga con la muerte.

 

 

II.- El Monasterio de Yerga.

 

El monasterio de Yerga entra en la documentación escrita el 25 de octubre de 1140, cuando Alfonso VII y su mujer doña Berenguela donan unos terrenos en el lugar de Niencebas a don Durando y sus compañeros que servían a la iglesia de Santa María de Yerga y hacían allí vida de comunidad cisterciense. No hay razones de peso para poner en duda la autenticidad de este documento[liv].

En 1141 la comunidad se traslada a esos mejores terrenos de Niencebas, donde ya aparece como abad don Raimundo, el que luego será san Raimundo de Fitero, fundador de los caballeros calatravos. A partir de ahí  la antigua comunidad de Yerga seguirá mejorando en posesiones e instalaciones sucesivas hasta terminar convirtiéndose en el monasterio de Fitero.

El viejo monasterio de Yerga no desaparece, queda convertido en una decanía y así permanece en propiedad del monasterio de Fitero hasta la desamortización de 1835.

Con los nuevos dueños se convierte en ermita, que durante años fue visitada por la romería de los pueblos del entorno, pero pronto es abandonada y dejada arruinarse.

Se conserva en la iglesia parroquial de Autol la imagen de la Virgen de Yerga. Talla Románica en madera policromada, de principios del siglo XIII, con rasgos ya propios del Gótico: los ropajes, la verticalidad, el gesto sonriente; unidos a los típicos del Románico: su inmovilidad, la nula comunicación entre la madre y el niño, sirviendo ésta como trono para el Salvador.

Las representaciones de la leyenda becqueriana que se hacen en Yerga no deberían aumentar los daños sufridos por las ruinas de mediados del s. XII con el abandono y el paso del tiempo.

 

 

 

 

 

Bibliografía.

 

Gustavo Adolfo Bécquer, Leyendas, edición de Pascual Izquierdo, vigésimo segunda edición, Cátedra, Letras Hispánicas, 2008


 

 

 

 

 

Notas

 

[i] EL Miserere aparece en El Contemporáneo, en Madrid, el 17 de abril de 1862, jueves santo.

 

[ii] Bécquer estuvo en el balneario de Fitero en 1861-1862.

 

[iii] El Monasterio cisterciense de Santa María La Real (Fitero, Navarra). En su mayor parte edificado entre 1152 y 1287. Su Iglesia, una de las mayores construidas por el Cister en España,  fue posible gracias al arzobispo Ximénez de Rada. Su primer abad fue san Raimundo de Fitero que fundó en 1158 la Orden Militar de Calatrava.

 

[iv] Pascual Izquierdo (2008), p.279, n. 3. Aclara que Bécquer pudo muy bien acceder a la ya abandonada biblioteca monástica.

 

[v] Rima VII “… y cubierta de polvo…”

 

[vi] Partitura con la música y el texto latino del celebérrimo Salmo 50 (51) del que, a lo largo de la Historia de la Música, se han hecho numerosas magníficas versiones. El muy popular Miserere, el salmo penitencial por excelencia, que era recitado en los entierros, rogativas y tiempos de penitencia y llegó a adquirir un rango central al cerrar el Oficio de Tinieblas.

 

[vii] No sé de música. No entiendo de música.

 

[viii] Afirmación exacta. Bécquer era un buen melómano como lo demuestra repetidamente en sus Rimas y en sus Leyendas. Además, si hacía falta escribía zarzuelas o crítica musical.

 

[ix] Sin comprender ni jota.

 

[x] Finis coronat opus. El final corona, culmina la obra realizada.

 

[xi] Auditui meo dabis gaudium et lætitiam, et exsultabunt ossa humiliata.

 

[xii] Nótese como magistralmente empieza Bécquer a introducir elementos claramente fantásticos, convertidos en verosímiles por un contexto de aparente inatacable realismo. Si la explicación no es la vulgar locura, se anuncia una historia aclaratoria de esas extrañas anomalías que necesariamente va a conllevar la aparición de atormentadas ánimas en pena:

“Crujen... crujen los huesos, y de sus médulas ha de parecer que salen los alaridos…”

 

[xiii]Ante la imagen de este peregrino que escribe en alemán  y que no logra transcribir “el Miserere de la Montaña” es muy difícil no recordar cómo el adolescente Mozart si logró transcribir, después de haberlo oído una sola vez, el muy emotivo y prohibido Miserere de Allegri.

 

[xiv] Las palabras “loco”, “locura” pueden tener en este relato, dependiendo del contexto, cualquiera de los significados que les atribuye el DRAE:

1. Privación del juicio o del uso de la razón.

2. Acción inconsiderada o gran desacierto.

3. Acción que, por su carácter anómalo, causa sorpresa.

4. Exaltación del ánimo o de los ánimos, producida por algún afecto u otro incentivo.

[xv]Marco  temporal apropiado para el misterio.

 

[xvi]  Llegó a la puerta claustral. Expresión extraña aclarada por Pascual Izquierdo (2008), p.281, n. 9.

 

[xvii] Peregrino.

 

[xviii] El motor que va empujando la historia es la acuciante curiosidad del hermano lego que sirve a la hospedería conventual.

 

[xix] La música es un camino resbaladizo hacia el pecado en la tradición ascética europea. Véanse, v. g., lo que representan los instrumentos musicales en los cuadros moralizantes del Bosco. La música es también un camino hacia Dios en la misma tradición moralista europea.

 

[xx] Recuerda la conocida expresión del viejo romance “A la Muerte del Rey Don Rodrigo”:

…Después vuelve el ermitaño

a ver ya si muerto había.

Rogaba a Dios a su lado

todas las horas del día.

—¿Cómo te va, penitente,

con tu fuerte compañía?—.

—Ya me come, ya me come,

por do más pecado había.

en derecho al corazón

fuente de mi gran desdicha—...

 

Citado en el Quijote, II, cap. XXXIII :

“-Y ¡cómo que no mienten! -dijo a esta sazón doña Rodríguez la dueña, que era una de las escuchantes-: que un romance hay que dice que metieron al rey Rodrigo, vivo vivo, en una tumba llena de sapos, culebras y lagartos, y que de allí a dos días dijo el rey desde dentro de la tumba, con voz doliente y baja:

Ya me comen, ya me comen

por do más pecado había.

Y, según esto, mucha razón tiene este señor en decir que quiere más ser más labrador que rey, si le han de comer sabandijas.”

 

[xxi] Un libro religioso. No tiene por qué ser una Biblia. Es más verosímil que sea un libro  de cantos litúrgicos o simplemente, de devoción en el que se recomendaba el rezo de los salmos penitenciales.

 

[xxii] Con mayor propiedad, versículos.

 

[xxiii] Según el versículo 2 del Salmo 50,

 “Cuando el profeta Natán lo visitó, después que aquel se había unido a Betsabé”,

 David lo compuso para llorar el doble pecado que había cometido con Urías el heteo: había seducido a la mujer de éste y había ordenado que a él se le pusiera en primera línea de batalla para que los enemigos lo mataran, cosa que sucedió. II Libro de Samuel, cps. 11 y 12.

 

[xxiv] El mismo tema en la “Introducción Sinfónica” que sirve de prólogo a las “Rimas”. También el pasaje de la Rima III:

Gigante voz que el caos

ordena en el cerebro

y entre las sombras hace

la luz aparecer…

 

[xxv] Criados o peones.

 

[xxvi] Por lo que va a venir a continuación, ésta es la primera referencia en el texto de El Miserere de Bécquer al antiguo monasterio de Santa María de Yerga, cuna del monasterio de Fitero, pero que, consolidado éste, había quedado reducido a una mera granja suya.

 

[xxvii]  Fogón m. Antiguamente, sitio en las cocinas donde se hacía el fuego para calentarse o guisar.

Al peregrino se le acoge y se le atiende en la amplia cocina de fogón de la hospedería monástica y allí, sentados en torno al fuego del hogar, bajo la amplia y acogedora chimenea, el hermano lego le va haciendo el inquisitivo interrogatorio, en presencia de criados y pastores que igualmente están calentitos pasando el tiempo, recogidos en tan desapacible noche.

 

[xxviii] Referencia al esplendor que había alcanzado la música religiosa española en el Siglo de Oro. Recuérdese a Francisco Salinas o a Tomás Luis de Victoria.

 

[xxix] Pastor que gobierna uno o más hatos de ganado, a las órdenes del mayoral de una cabaña. DRAE.

 

[xxx] Le acaba de llamar “rabadán”. Se puede entender aquí “campesino” como alguien   “que vive y trabaja de ordinario en el campo.” DRAE.

 

[xxxi] Entramos de lleno en el mundo de lo maravilloso. Aceptada la historia de la tragedia del viejo monasterio y sus consecuencias, todo lo que sigue, por fantástico que parezca, se convierte en hechos absolutamente verosímiles.

 

[xxxii] La propia abadía de Fitero.

 

[xxxiii] Bécquer se está refiriendo, sin duda, al antiguo monasterio del monte Yerga. Pero el lector debe tener en cuenta que Bécquer no tiene en absoluto en cuenta ni la situación geográfica real ni la historia verdadera de este antiguo monasterio.

 

[xxxiv] Bécquer cuenta una historia del viejo monasterio de monte Yerga que nada tiene que ver con la realidad. Pero sí tiene que ver con la venganza nada infrecuente de herederos, privados de su legítima herencia a causa, por ejemplo, de la persuasiva influencia interesada ejercida por eclesiásticos  que  ayudaron a bien morir a sus mayores, consiguiendo que le dejaran en herencia a la iglesia todos sus bienes.

El Arcipreste de Hita caricaturiza muy bien estas operaciones económico-religiosas que tan rentables le fueron a la Iglesia hasta antes de ayer:

“Dicen frailes y clérigos que aman a Dios servir,
mas si huelen que el rico está para morir
y oyen que su dinero empieza a retiñir,
por quién ha de cogerlo empiezan a reñir.

Clérigos, monjes, frailes no toman los dineros,
pero guiñan el ojo hacia los herederos
y aceptan donativos sus hombres despenseros;
mas si se dicen pobres, ¿para qué tesoreros?

Allí están esperando el más rico madero;
al que aún vive recitan responsos, ¡mal agüero!
Cual los cuervos al asno le desuellan el cuero:
­-Cras, cras, le llevaremos, que ya es nuestro por fuero!”

“Libro de Buen Amor”, Estrofas 505-507.

Pero Bécquer opta por otro modelo más moralizante, el del padre honrado que no tiene más remedio que desheredar a su torcido hijo que malgasta su vida en maldades. El hijo se venga impidiendo con el asesinato y la destrucción  que se cumpla la última voluntad de su padre.

 

[xxxv] Nada en las ruinas que quedan de la iglesia del antiguo monasterio de Yerga da motivos para pensar que allí hubiera antes ningún castillo.

 

[xxxvi]  El asalto al monasterio sucede  al final del Oficio de Tinieblas del Jueves santo.

 

[xxxvii] A los infiernos.

 

[xxxviii] Por Fitero pasa el río Alhama que nada tiene que ver en su nacimiento o cauce con lo que aquí cuenta Bécquer.

 

[xxxix] Bécquer nos va a relatar una variante más de la, desde el comienzo de la escritura, repetida historia de las almas de los que muertos de muerte repentina y que no estaban a bien con Dios vagan en pena buscando en vano el perdón.

 

[xl] ¿No estaría pensando Bécquer en el horario en el que se interpretaba el muy popular Miserere del jueves santo en la Catedral de Sevilla? Véase lo que observamos al respecto en el comentario al Miserere.

 

[xli] La distancia fijada por Bécquer es exacta. De los baños de Fitero a Fitero hay unos 4 Km , de Fitero a Yerga 6 Km.

 

[xlii] Es consustancial con el relato romántico, sea en prosa, poesía o teatro, que una naturaleza desquiciada enmarque la dramática situación del protagonista y ambiente debidamente su desbordada pasión. Lo malo es que en abril no es fácil que se den tormentas en Fitero. Pero a estas alturas del relato. El  “enganchado” lector no se va a detener a objetar tales nimiedades “realistas”.

Por otra parte, la tormenta, los truenos y los relámpagos son desde la misma Biblia el marco de la epifanía de lo sobrenatural. En el romanticismo español se hicieron célebres los versos de “La Tempestad” de Zorrilla:

 

“¿Qué quieren esas nubes que con furor se agrupan

del aire transparente por la región azul?

¿Qué quieren cuando el paso de su vacío ocupan

del cenit suspendiendo su tenebroso tul?

………

¡Señor, yo te conozco! La noche azul, serena,

me dice desde lejos: “Tu Dios se esconde allí”;

pero la noche oscura, la de nublados llena,

me dice más pujante: “Tu Dios se acerca a ti”.

 

Conozco, sí, tu sombra que pasa sin colores

detrás de esos nublados que bogan en tropel;

conozco en esos grupos de lóbregos vapores

los pálidos fantasmas, los sueños de Daniel.

 

Tu espíritu infinito resbala ante mis ojos,

aunque mi vista impura tu aparición no ve;

mi alma se estremece, y ante tu faz de hinojos

te adora en esas nubes mi solitaria fe.”

 

[xliii] El camino auténtico de Fitero a Yerga era bien conocido ya que desde antiguo y hasta bien entrado el siglo XIX hubo costumbre de acudir en romería a venerar la Virgen de Yerga junto con las poblaciones vecinas. Serafín Olcoz. http://noticiasdefitero.blogspot.com/2011/07/el-asesinato-de-la-romeria-de-yerga.html

 

[xliv] Bécquer imagina como marco para su relato un monasterio inmenso y muy rico que nada tiene que ver con el siempre pequeño, elemental y pobre monasterio histórico de Yerga.

 

[xlv] Al atrio del templo.

 

[xlvi] No le es dado referirla a quien le ha sido concedido intuir la gloria de Dios y de sus santos. San Pablo ya se lo dejó claro a los fieles de Corinto:

“Ni ojo vio, ni oído oyó, ni se le pasó al hombre por pensamiento qué cosas tiene Dios preparadas para aquellos que le aman” (1 Cor. 2:9).

“Conozco a un discípulo de Cristo que hace catorce años —no sé si con el cuerpo o fuera de él, ¡Dios lo sabe!—fue arrebatado al tercer cielo. Y sé que este hombre —no sé si con el cuerpo o fuera de él, ¡Dios lo sabe!—fue arrebatado al paraíso, y oyó palabras inefables que el hombre es incapaz de repetir. (II Cor. 12, 2-4).

 

[xlvii] “Por una mirada, un mundo…” Rima XXIII.

 

[xlviii] Pascual Izquierdo (2008), p.279, n. 1.

 

[xlix] Vide Antonino M. Pérez Rodríguez, Fantasía y realidad en dos textos cluniacenses sobre Alfonso VI. dialnet.unirioja.es/servlet/fichero_articulo?codigo=814556

 

[l] Pascual Izquierdo (2008), p.279-280, n. 3.

 

[li] Bécquer es el promotor de un proyecto pronto, por desgracia, frustrado que es “La Historia de las Templos de España” (1857-1858).

 

[lii]  Al comienzo de La Cueva de la Mora tenemos una buena muestra:

“Por explicación de aquel buen hombre vine en conocimiento de que acerca del castillo árabe y del subterráneo que yo suponía en comunicación con él había alguna historieta, y como yo soy muy amigo de oír todas estas tradiciones especialmente de labios de la gente del pueblo, le supliqué me la refiriese, lo cual hizo, poco más o menos, en los mismos términos que yo, a mi vez, se la voy a referir a mis lectores.”

 

[liii] Hay que descartar al respecto lo que se diga en “La fe salva” porque es una invención de Fernando Iglesias Figueroa. De él es la rima “A Elisa”, que todavía hoy puede encontrarse en alguna edición. Otras rimas, dos leyendas (La fe salva, La voz del silencio), una de las Cartas desde mi Celda, cartas de Bécquer y de Rodríguez Correa, etc., etc.

 

[liv]  Mª Isabel Ostolaza Elizondo, Cristina Monterde Albiac, Ignacio Panizo Santos, Vicisitudes de la documentación medieval del monasterio cisterciense de Fitero, Anuario de Estudios Medievales, Vol 41, No 1 (2011):183-209. 10.3989/aem.2011.v41.i1.341

http://estudiosmedievales.revistas.csic.es/index.php/estudiosmedievales/article/viewArticle/341

 

 

 

 

 

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Leyendo el Miserere de BéQUer

con los de Autol, en Yerga


 

Antonino m. péREz rodrÍGuez