Castillo de Cervera del Río Alhama. Foto de Carlos Sieiro

 

 

 

 

 

A.- El texto y su estructura.

 

A.1.- Introducción. Bécquer cuenta como conoció la leyenda que va a contar.

A.2.- La Leyenda.

2.1.- Presentación. Un caballero es capturado por los moros y permanece detenido en el castillo cercano a Fitero hasta ser rescatado por sus deudos.

2.2.- Nudo.

2. 2.a.- Primera Parte. Tentación. El caballero que vuelve a su hogar no es el mismo. Esta enamorado de la hija del alcaide moro. Para conquistarla decide tomar el castillo donde ella vive con su padre.

2.2.b.- Nudo. Segunda Parte. Pecado. Tomada por sorpresa la fortaleza y huidos el alcaide y sus guerreros, después de enamorar a la bella mora, decide permanecer en el castillo disfrutando de sus favores.

2.2.c.- Nudo. Tercera Parte. Castigo. El alcaide moro no tarda en intentar reconquistar su castillo. No lo consigue y decide rendirlo por hambre. Pero los cristianos resisten y los moros, hartos, lanzan el ataque final. Muere el Alcaide y cae gravemente herido el caballero.

2.3.- Desenlace y Concusión. Redención. Los amantes, arrepentido él y bautizada ella, parten unidos para la eternidad. Pero aún a sus ánimas se les ve vagar por las noches en torno a la cueva, el castillo y el río.

 

B.- Comentario.

 

B.1. Sobre el relato y su estructura.

B.2. La Leyenda de la Mora cerverana.

 

 

 


 

 

 

A.- El texto y su estructura.

 

A.1.- Introducción. Bécquer cuenta como conoció la leyenda que va a contar.

"Frente al establecimiento de baños de Fitero, y sobre unas rocas cortadas a pico, a cuyos pies corre el río Alhama, se ven todavía los restos abandonados de un castillo árabe, célebre en los fastos gloriosos de la reconquista por haber sido teatro de grandes y memorables hazañas, así por parte de los que lo defendieron como de los que valerosamente clavaron sobre sus almenas el estandarte de la cruz. De los muros no quedan más que algunos ruinosos vestigios; las piedras de la atalaya han caído unas sobre otras al foso y lo han cegado por completo; en el patio de armas crecen zarzales y matas de jaramago; por todas partes adonde se vuelven los ojos no se ven más que arcos rotos, sillares oscuros y carcomidos; aquí un lienzo de barbacana, entre cuyas hendiduras nace la yedra; allí un torreón que aún se tiene en pie como por milagro; más allá los postes de argamasa con las anillas de hierro que sostenían el puente colgante.

Durante mi estancia en los baños, ya por hacer ejercicio, que, según me decían, era conveniente al estado de mi salud, ya arrastrado por la curiosidad, todas las tardes tomaba entre aquellos vericuetos el camino que conduce a las ruinas de la fortaleza árabe y allí me pasaba las horas y las horas escarbando el suelo por ver si encontraba algunas armas, dando golpes en los muros para observar si sonaba a hueco y sorprender el escondrijo de un tesoro, y metiéndome por todos los rincones, con la idea de encontrar la entrada de alguno de esos subterráneos que es fama existen en todos los castillos de los moros. 

Mis diligentes pesquisas fueron por demás infructuosas.

Sin embargo, una tarde en que, ya desesperanzado de hallar algo nuevo y curioso en los alto de la roca sobre la que se asienta el castillo, renuncié a subir a ella, y limité mi paseo a las orillas del río que corre a sus pies, andando a lo largo de la ribera, vi una especie de boquerón abierto en la peña viva y medio oculto por frondosos y espesísimos matorrales. No sin mi poquito de temor, separé el ramaje que cubría la entrada de aquello que me pareció cueva formada por la naturaleza y que, después que anduve algunos pasos, vi era un subterráneo abierto a pico.

No pudiendo penetrar hasta el fondo, que se perdía entre las sombras, me limité a observar cuidadosamente los accidentes de la bóveda y del piso, que me pareció que se elevaba formando como unos grandes peldaños en dirección a la altura en que se halla el castillo de que ya he hecho mención, y en cuyas ruinas recordé entonces haber visto una poterna cegada. Sin duda, había descubierto uno de esos caminos secretos, tan comunes en las obras militares de aquella época, el cual debió servir para hacer salidas falsas o coger, estando sitiados, el agua del río que corre allí inmediato.

Para cerciorarme de la verdad que pudiera haber en mis inducciones, después que salí de la cueva por donde mismo había entrado, trabé conversación con un trabajador que andaba podando unas viñas en aquellos vericuetos, y al cual me acerqué so pretexto de pedirle lumbre para encender un cigarrillo.

Hablamos de varias cosas indiferentes: de las propiedades medicinales de las aguas de Fitero, de la cosecha pasada y la por venir, de las mujeres de Navarra y el cultivo de las viñas; hablamos, en fin, de todo lo que al buen hombre se le ocurrió, primero que de la cueva, objeto de mi curiosidad.

Cuando, por último, la conversación recayó sobre este punto, le pregunté si sabía de alguien que hubiese penetrado en ella y visto su fondo.

-¡Penetrar en la cueva de la Mora! -me dijo, como asombrado al oír mi pregunta-. ¿Quien había de atreverse? ¿No sabe usted que de esa sima sale todas las noches un ánima?

-¡Un ánima! -exclamé yo, sonriéndome-. ¿El ánima de quién? 

- El ánima de la hija de un alcaide moro que anda todavía penando por estos lugares, y se la ve todas las noches salir vestida de blanco de esa cueva, y llena en el río una jarrica de agua.

Por explicación de aquel buen hombre vine en conocimiento de que acerca del castillo árabe y del subterráneo que yo suponía en comunicación con él había alguna historieta, y como yo soy muy amigo de oír todas estas tradiciones especialmente de labios de la gente del pueblo, le supliqué me la refiriese, lo cual hizo, poco más o menos, en los mismos términos que yo, a mi vez, se la voy a referir a mis lectores.

 

 

 

A.2.- La Leyenda.

 

2.1.- Presentación. Un caballero es capturado por los moros y permanece detenido en el castillo cercano a Fitero hasta ser rescatado por sus deudos.

Cuando el castillo, del que ahora sólo restan algunas informes ruinas, se tenía aún por los reyes moros, y sus torres, de las que no ha quedado piedra sobre piedra, dominaban desde lo alto de la roca en que tienen asiento todo aquel fertilísimo valle que fecunda el río Alhama, tuvo lugar junto a la villa de Fitero una reñida batalla, en la cual cayó herido y prisionero de los árabes un famoso caballero cristiano, tan digno de renombre por su piedad como por su valentía. 

Conducido a la fortaleza y cargado de hierros por sus enemigos, estuvo algunos días en el fondo de un calabozo luchando entre la vida y la muerte, hasta que, curado casi milagrosamente de sus heridas, sus deudos le rescataron a fuerza de oro.

 

 

2.2.- Nudo.

 

2. 2.a.- Primera Parte. Tentación.

El caballero que vuelve a su hogar no es el mismo. Esta enamorado de la hija del alcaide moro. Para conquistarla decide tomar el castillo donde ella vive con su padre.

Volvió el cautivo a su hogar; volvió a estrechar entre sus brazos a los que le dieron el ser. Sus hermanos de armas y sus hombres de guerra se alborozaron al verle, creyendo llegada la hora de emprender nuevos combates; pero el alma del caballero se había llenado de una profunda melancolía, y ni el cariño paterno ni los esfuerzos de la amistad eran parte a disipar su extraña melancolía. 

Durante su cautiverio logró ver a la hija del alcaide moro, de cuya hermosura tenía noticias por la fama antes de conocerla; pero que cuando la hubo conocido la encontró tan superior a la idea que de ella se había formado, que no pudo resistir a la seducción de sus encantos y se enamoró perdidamente de un objeto para él imposible.

Meses y meses pasó el caballero forjando los proyectos más atrevidos y absurdos: ora imaginaba un medio de romper las barreras que lo separaban de aquella mujer, ora hacía los mayores esfuerzos por olvidarla, y ya se decidía por una cosa, ya se mostraba partidario de otra absolutamente opuesta, hasta que, al fin, un día reunió a sus hermanos y compañeros de armas, hizo llamar a sus hombres de guerra y, después de hacer con el mayor sigilo todos los aprestos necesarios, cayó de improviso sobre la fortaleza que guardaba a la hermosura objeto de su insensato amor.

 

2.2.b.- Nudo. Segunda Parte. Pecado.

Tomada por sorpresa la fortaleza y huidos el alcaide y sus guerreros, después de enamorar a la bella mora, decide permanecer en el castillo disfrutando de sus favores.

Al partir a esta expedición, todos creyeron que sólo movía a su caudillo el afán de vengarse de cuanto le habían hecho sufrir arrojándole en el fondo de sus calabozos; pero después de tomada la fortaleza, no se ocultó a ninguno la verdadera causa de aquella arrojada empresa, en que tantos buenos cristianos habían perecido para contribuir al logro de una pasión indigna.

El caballero, embriagado en el amor que, al fin, logró encender en el pecho de la hermosísima mora, no hacía caso de los consejos de sus amigos, ni paraba mientes en las murmuraciones y las quejas de sus soldados. Unos y otros clamaban por salir cuanto antes de aquellos muros, sobre los cuales era natural que habían de caer nuevamente los árabes, repuestos del pánico de la sorpresa. 

 

2.2.c.- Nudo. Tercera Parte. Castigo.

El alcaide moro no tarda en intentar reconquistar su castillo. No lo consigue y decide rendirlo por hambre. Pero los cristianos resisten y los moros, hartos, lanzan el ataque final. Muere el Alcaide y cae gravemente herido el caballero.

Y, en efecto, sucedió así: el alcaide allegó de los lugares comarcanos y una mañana el vigía que estaba puesto en la atalaya de la torre bajó a anunciar a los enamorados amantes que por toda la sierra que desde aquellas rocas se descubre se veía bajar tal nublado de guerreros, que bien podía asegurarse que iba a caer sobre el castillo la morisma entera.

La hija del alcaide se quedó al oírlo pálida como la muerte; el caballero pidió sus armas a grandes voces y todo se puso en movimiento en la fortaleza. Los soldados salieron en tumulto de sus cuadras; los jefes comenzaron a dar órdenes; se bajaron los rastrillos, se levantó el puente colgante y se coronaron de ballesteros las almenas. 

Algunas horas después comenzó el asalto.

El castillo podía llamarse con razón inexpugnable. Solo por sorpresa, como se apoderaron de él los cristianos, era posible rendirlo. Resistieron, pues, sus defensores una, dos y hasta diez embestidas.

Los moros se limitaron, viendo la inutilidad de sus esfuerzos, a cercarlo estrechamente para hacer capitular a sus defensores por hambre.

El hambre comenzó, en efecto, a hacer estragos horrorosos entre los cristianos; pero sabiendo que, una vez rendido el castillo, el precio de la vida de sus defensores era la cabeza de su jefe, ninguno quiso hacerle traición, y los mismos que habían reprobado su conducta juraron perecer en su defensa. 

Los moros impacientes, resolvieron dar un nuevo asalto al mediar la noche. La embestida fue rabiosa, la defensa desesperada y el choque horrible. Durante la pelea, el alcaide, partida la frente de un hachazo cayó al foso desde lo alto del muro, al que había logrado subir con la ayuda de una escala, al mismo tiempo que el caballero recibía un golpe mortal en la brecha de la barbacana, en donde unos y otros combatían cuerpo a cuerpo entre las sombras.

 

2.3.- Desenlace y conclusión.

Redención. Los amantes, arrepentido él y bautizada ella, parten unidos para la eternidad. Pero aún a sus ánimas se les ve vagar por las noches en torno a la cueva, el castillo y el río.

Los cristianos comenzaron a cejar y a replegarse. En este punto la mora se inclinó sobre su amante, que yacía en el suelo, moribundo, y tomándolo en sus brazos con unas fuerzas que hacían mayores la desesperación y la idea del peligro, lo arrastró hasta el patio de armas. Allí tocó a un resorte, se levantó una piedra como movida de un impulso sobrenatural y por la boca que dejó ver al levantarse, desapareció con su preciosa carga y comenzó a descender hasta llegar al fondo del subterráneo.

Cuando el caballero volvió en sí, tendió a su alrededor una mirada llena de extravío, y dijo:

-¡Tengo sed! ¡Me muero! ¡Me abraso! 

Y en su delirio precursor de la muerte, de sus labios secos, al pasar por los cuales silbaba la respiración sólo se oían salir estas palabras angustiosas: 

-¡Tengo sed! ¡Me abraso! ¡Agua! ¡Agua! 

La mora sabía que aquel subterráneo tenía una salida al valle por donde corre el río. El valle y todas las alturas que lo coronan estaban llenos de soldados moros, que, una vez rendida la fortaleza, buscaban en vano por todas partes al caballero y a su amada para saciar en ellos su sed de exterminio. Sin embargo, no vaciló un instante, y tomando el casco del moribundo, se deslizó como una sombra por entre los matorrales que cubrían la boca de la cueva y bajó a la orilla del río.

Ya había tomado el agua, ya iba a incorporarse para volver de nuevo al lado de su amante, cuando silbó una saeta y exhaló un grito. 

Dos guerreros moros que velaban alrededor de la fortaleza habían disparados sus arcos en la dirección en que oyeron moverse las ramas. 

La mora, herida de muerte, logró, sin embargo, arrastrarse a la entrada del subterráneo y penetrar hasta el fondo, donde se encontraba el caballero. Éste, al verla cubierta de sangre y próxima a morir, volvió en su razón y, conociendo la enormidad del pecado que tan duramente expiaban, volvió sus ojos al cielo, tomó el agua que su amante le ofrecía y, sin acercársela a los labios, preguntó a la mora: 

-¿Quieres ser cristiana? ¿Quieres morir en mi religión y, si me salvo, salvarte conmigo? 

La mora, que había caído al suelo desvanecida con la falta de sangre, hizo un movimiento imperceptible con la cabeza, sobre la cual derramó el caballero el agua bautismal invocando el nombre del Todopoderoso. 

Al otro día, el soldado que disparó la saeta vio un rastro de sangre a la orilla del río, y siguiéndolo entró en la cueva, donde encontró los cadáveres del caballero y su amada, que aún vienen por las noches a vagar por estos contornos." 

 

 

 

B.- Comentario.

 

 

B.1. Sobre el relato y su estructura.

 

La Cueva de la Mora se publicó en El Contemporáneo, en Madrid, el 16 de enero de 1863.

Bécquer habla de "una historieta", de un relato menor.

"Por explicación de aquel buen hombre vine en conocimiento de que acerca del castillo árabe y del subterráneo que yo suponía en comunicación con él había alguna historieta {en cursiva en el original}, y como yo soy muy amigo de oír todas estas tradiciones especialmente de labios de la gente del pueblo, le supliqué me la refiriese, lo cual hizo, poco más o menos, en los mismos términos que yo, a mi vez, se la voy a referir a mis lectores."

Es una leyenda popular—no una "Leyenda" típica becqueriana—; eso sí, aprovechada por Bécquer gracias a que explica por qué unidas a parajes como el castillo cercano a Fitero —con una fortaleza arruinada, una presunta cueva-pasadizo y un cercano río— se han contado, siempre y en muchos lugares, muy parecidas historias de "ánimas en pena".

Pero a Bécquer no le interesan, aquí, esas apariciones de ultratumba que sólo cita muy de pasada.

Le interesa la tópica historia erótica de frontera, muy romántica y muy popular, que cuenta el amor prohibido entre un cristiano y una mora—otras veces es al revés— pero que, como ocurre en el Tenorio de Zorrilla, aquí, acaba con la salvación de ambos, o al menos, con la no perdición del todo.

La estructura es sencilla.

Tiene una Introducción en la que Bécquer, una vez más, pone la base objetiva que hace verosímil el relato imaginario que va a contar.

Viene luego el Relato—que se supone reproducido tal como le fue contado por un campesino— con las tres partes canónicas de una narración: Presentación, Nudo, con tres partes: tentación, pecado, castigo; y Desenlace: arrepentimiento-redención, que además, en su última frase, es también la Conclusión en la que Bécquer vuelve a hacer aterrizar al lector en el mundo real y contemporáneo.

Bécquer aquí ha querido hacer una historia de aventuras clásica de ritmo trepidante donde lo importante es el amor prohibido, fatal y casi imposible, luego redimido; la guerra atroz con sus contrarias y azarosas vicisitudes, sin olvidarnos de la tremenda fuerza muerte, de la que el amor es capaz de triunfar, pero que desbarata y pulveriza todos los prejuicios humanos.

 

 

B.2. La Leyenda de la Mora cerverana.

 

Leí por primera vez la cerverana Leyenda de la Mora en Alejandro Manzanares Beriain, Tierra Riojana (Lecturas Escolares), Ediciones de la Caja Provincial de Ahorros de Logroño, Logroño 1956, ps. 40-42. La transcribo aquí tal como la leí.

 

 

Lara y Fortún

 

"... Esta bellísima leyenda consérvase todavía muy fresca en la mente de los sencillos habitantes de la Rioja.

 

 

I

 

Era en los tiempos de la dominación muslínica, siendo emir de Córdoba Abderramán XI, y gobernador en su nombre de la comarca de Cervera el valeroso y astuto Abul-Alhama, el cual tenía una hija única, llamada Zara, la más hermosa doncella que existía en todos aquellos contornos, y de quien estaba ciegamente prendado el joven Alí, gallardo y afortunado guerrero musulmán.

Aconteció que en una de las frecuentes «razzias» llevadas a cabo por los árabes, fue hecho prisionero un mozo vascón, de nombre Fortún, hijo de Hernán, poderoso señor de las huestes del monarca don Ramiro I de Asturias. Llevado a una obscura mazmorra, allí fue solícitamente atendido por la seductora Zara.

Entrambos nació bien pronto una estrecha amistad, acrecentada aún más al averiguarse que, años antes, el propio padre de Fortún había dejado en libertad al padre de Zara, apiadado por las lágrimas y orfandad de la niña. A partir de este momento, Fortún pasó a ser huésped de honor del castillo, por cuyo motivo conversó casi a diario con ella, convirtiéndola a la fe cristiana.

La dulce Zara, que poseía un corazón tierno y un alma pura, hízose gran devota de la Virgen María, deseando ardientemente ser bautizada en la nueva religión, requisito indispensable para unirse a su amado en el indisoluble lazo del matrimonio. Zara intentó sondear la voluntad de su padre a este respecto, hallando la más rotunda oposición, por lo que no había más remedio que apelar a la fuga.

Para ello, y ayudados por una fiel esclava de la doncella, cogieron un arqueta, que llenaron de joyas, monedas de oro y piedras preciosas, enterrándola en un paraje abrupto, cercano a un bosque, metiendo dentro un banderín y un gallardete azul, con promesa de levantar allí una ermita en honor de la Reina de los Ángeles si amparaba sus amores y regresaban algún día a la tierra abandonada.

Puestas así las cosas, una mañana temprano, montando brioso corcel, emprendieron su viaje. Mas enterado el desdeñado Alí por sus espías, salió en su persecución con varios expertos jinetes, dándoles pronto alcance y trayendo nuevamente cautivo al desdichado Fortún a su antigua torre, en una de cuyas almenas fue colgado por el colérico Abul-Alhama. Su desventurada hija sufrió pena de prisión perpetua.

 

 

II

 

Pasaron los años. Enredando cierto día un pastor en la entrada del monte con la punta de su cayada, tropezó en el suelo con una argolla, y, movido de curiosidad, fue hurgando más adentro hasta que encontró la famosa arqueta de los infelices enamorados, con su valiosísimo tesoro.

Dio cuenta a su esposa, y poco a poco vendió las joyas a un prestamista judío de la ciudad. Arrepentido de su fea acción, confesó el descubrimiento a un virtuoso sacerdote, quien le echó de penitencia la recuperación de la fortuna, procediéndose después por el buen clérigo a la erección de la ermita prometida en el documento de la arqueta, encargándose los mejores artistas de la época de la talla y decoración de la santa imagen de la Virgen y abriéndose al culto durante el siglo XII, en una riente y suave mañana del mes de mayo, coincidente con el día de la Ascensión.

Una doncella de la ciudad, terminada la solemne misa, subió al tejado de la nueva iglesia, y, en nombre de Zara, colocó un banderín blanco, con una cruz bordada en azul, ceremonia que, sin interrupción, y con la entusiasta y emocionada asistencia del pueblo entero, celébrase en Cervera todos los años, venciendo la tradición al tiempo..."

 

 

Quisiera añadir la siguiente observación:

Julián Bravo Vega («Notas sobre la construcción de una leyenda becqueriana: La cueva de la mora», en El gnomo, 7, 1998, págs. 11-27. www.cervantesvirtual.com/.../el-gnomo-boletin-de-estudios-becquerianos--11) ha hecho notar con éxito que la fuente más cercana a la historia narrada por Bécquer se encuentra en los relatos fantásticos "La bandera de la Virgen del Monte o la mora encantada (1856)" y en "La mora encantada o La bandera del amor (1859)", escritos por el autor riojano Manuel Ibo Alfaro, nacido en Cervera del Río Alhama .

Luisa Yravedra y Esperanza Rubio (Leyendas y Tradiciones de La Rioja, Instituto de Estudios Riojanos, 1980, p.47) ya lo intuyeron.

No me imagino yo a Bécquer perdiendo el tiempo en leer al ilegible Manuel-Ibo Alfaro Lafuente. Pero, salvo esa, no opongo ninguna dificultad a admitir que Bécquer conociese la leyenda cerverana, de la mano de Manuel Ibo Alfaro o de la tradición popular de la zona. Lo que digo es que es evidente que, de conocerla, la transformó en algo a la vez muy distinto. El relato de Bécquer es a la vez muy local y muy universal.

Empecemos por lo local. Bécquer parte de un esquema espacial concreto que casi pide el nacimiento de la leyenda que, sugerida por esa organización del espacio, Bécquer dice que es voz común entre el pueblo. Oigámoslo:

 

"…una tarde en que […] limité mi paseo a las orillas del río que corre a sus pies, andando a lo largo de la ribera, vi una especie de boquerón abierto en la peña viva y medio oculto por frondosos y espesísimos matorrales. No sin mi poquito de temor, separé el ramaje que cubría la entrada de aquello que me pareció cueva formada por la naturaleza y que, después que anduve algunos pasos, vi era un subterráneo abierto a pico.

No pudiendo penetrar hasta el fondo, que se perdía entre las sombras, me limité a observar cuidadosamente los accidentes de la bóveda y del piso, que me pareció que se elevaba formando como unos grandes peldaños en dirección a la altura en que se halla el castillo de que ya he hecho mención, y en cuyas ruinas recordé entonces haber visto una poterna cegada. Sin duda, había descubierto uno de esos caminos secretos, tan comunes en las obras militares de aquella época, el cual debió servir para hacer salidas falsas o coger, estando sitiados, el agua del río que corre allí inmediato.

Para cerciorarme de la verdad que pudiera haber en mis inducciones, después que salí de la cueva por donde mismo había entrado, trabé conversación con un trabajador que andaba podando unas viñas en aquellos vericuetos, y al cual me acerqué so pretexto de pedirle lumbre para encender un cigarrillo.

Hablamos […] de todo lo que al buen hombre se le ocurrió, primero que de la cueva, objeto de mi curiosidad.

Cuando, por último, la conversación recayó sobre este punto, le pregunté si sabía de alguien que hubiese penetrado en ella y visto su fondo.

-¡Penetrar en la cueva de la Mora! -me dijo, como asombrado al oír mi pregunta-. ¿Quien había de atreverse? ¿No sabe usted que de esa sima sale todas las noches un ánima?

-¡Un ánima! -exclamé yo, sonriéndome-. ¿El ánima de quién? 

- El ánima de la hija de un alcaide moro que anda todavía penando por estos lugares, y se la ve todas las noches salir vestida de blanco de esa cueva, y llena en el río una jarrica de agua."

 

Vista de Cervera del Río Alhama. (fotografía digital, Agosto 2004)

 

Pero esa leyenda local tiene rasgos muy universales. Veamos:

 

El núcleo de la cerverana Leyenda de la Mora, que es también el de La Cueva de la Mora de Bécquer, es el amor prohibido y maldito e imposible entre el captor (o el entono cercano al captor) y su presa (o el entorno cercano a ésta) y al revés. Lo de moros y cristianos puede hasta ser lo de menos, aunque sea lo más llamativo.

Estos míticos amores prohibidos son el fruto de la imaginación popular de gentes que, medievales o no, viven en tierras o situaciones peligrosamente fronterizas.

Se alimentan de ancestrales tradiciones muy antiguas, incluidas las de la Mitología Clásica, y son tratadas de formas muy distintas en relatos épicos o no, romances, y leyendas populares de estructura muy semejante, repartidas por una muy amplia geografía.

Bécquer, en esta no muy apreciada leyenda desarrolla, en una breve, pero trepidante, novela de aventuras, la tentación y caída de un piadoso y valiente caballero en las redes amorosas de la bella hija del alcaide moro que lo capturó y lo aprisionó en su castillo.

El gravísimo pecado de haber concebido y ejecutado la toma de la fortaleza para hacer suya a su amada con la que está perdidamente encaprichado.

La culpa añadida de haber permanecido insensatamente en el castillo, gozando de los favores de su amante, sin querer pensar en que así daba tiempo a su enemigo para reponerse y reconquistar su casa.

El castigo es la muerte, pero, antes, como la bella enamorada le demuestra que el amor que le tiene es verdadero, todo termina con amor y arrepentimiento también en él, conversión en ella, y unión amorosa sin obstáculos de los dos más allá de la muerte.

Lo de convertirlos en ánimas en pena es más bien una exigencia de la cuota de lectores que otra cosa.

Bécquer ha ido mucho más allá de los estrechos límites de la leyenda cerverana, si es que la conoció. Y de paso le ha enmendado la plana a alguna famosa historia amorosa "oriental" de Zorrilla.

 

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Leyendo La Cueva de la Mora de Bécquer
en Cervera del Río Alhama.

 


 

Antonino m. pérez rodrÍguez